No era una enagua, por supuesto. Era un vestido perfectamente respetable y ridículamente caro con unos tirantes minúsculos que le llegaba a medio muslo. Con él era imposible llevar sujetador, pero no siempre se podía escoger. Rebecca apenas había tenido unos minutos para meterse en una tienda aquella tarde y había tenido suerte al encontrarlo. Desde luego, jamás podría haberse imaginado que iba a necesitar tanta ropa para aquel improvisado viaje.
El brazalete de su madre tintineaba mientras alargaba la mano para buscar las pastillas de chocolate que iba seleccionando automáticamente por el color. Por lo que hasta entonces había oído de ella, Tammy Diller también solía ir sin sujetador. Y tenía fama de decantarse por cierto color. Le gustaban los vestidos rojos. Con aberturas por delante y por detrás. Alardeando de todo lo que era legal, y de algunas vistas que no lo eran, el programa se completaba con un acento arrastrado de Nueva Orleans, una boca pintada de color rojo intenso y una seductora melena.
A Rebecca se le antojaba como una especie de anguila. Y el compañero de Tammy, el tal Dwayne, era descrito como un hombre rubio con un encanto casi infantil del que hacía un especial despliegue cuando se aproximaba a determinadas viudas.
Ambos tenían dinero suficiente como para sentarse en algunas de las mesas más importantes de black-jack, pero no les gustaba prolongar el juego durante mucho tiempo. Ambos eran suficientemente inteligentes como para no dilapidar su capital. Su aparición en las mesas era solamente su tarjeta de presentación. Pero aquella condenada pareja había estado en todos y en cada uno de los lugares por los que habían pasado Gabe y Rebecca. En absolutamente todos. Y en todas y en cada una de las ocasiones, parecían haberse marchado inmediatamente antes de que ellos llegaran.
– No se te ha dado muy bien eso de permanecer pegada a mi lado -comentó Gabe.
– Por supuesto que no. Y no habría conseguido nada que pudiera sernos útil si hubiera permanecido pegada a ti como si estuviéramos unidos por un cordón umbilical. La gente siempre te contará cosas completamente diferentes a ti que a mí -tomó un puñado de pastillas de chocolate de color verde, antes de que Gabe pudiera alcanzarlo-. Por cierto, me ha parecido que una de las rubias del Caesar iba a lanzarte directamente al suelo. Pero tú te has quedado curiosamente contenido, Devereax. Era adorable.
Pero nadie, en ninguno de los lugares en los que habían estado, pensó Rebecca, había sido ni la mitad de adorable que Gabe. Dominaba todos los salones en los que entraban. Antes de sentarse, se quitaba la chaqueta del esmoquin y se desabrochaba los primeros botones de su camisa de lino. Una sombra de barba que le daba el aspecto de un pirata cubría en aquel momento su rostro. Pero no importaba. El blanco inmaculado de la camisa continuaba haciendo un marcado contraste contra su piel oscura, y su cuerpo alto y musculoso era un grito a la virilidad al margen de la elegancia de su indumentaria. Y aquellos ojos profundos, oscuros y melancólicos encerraban suficiente perversidad como para poner nerviosa a cualquier mujer.
Y sucedía que aquellos ojos estaban en aquel momento fijos en ella.
– ¿Por fin has conseguido tranquilizarte un poco?
– ¿Solo porque son las dos de la madrugada? Dios mío, claro que no -se frotó las sienes con los dedos-. Necesito ayudar a mi hermano, Gabe. La fecha de su juicio se acerca a la velocidad de un tornado. Encontrar las respuestas que buscamos dentro de unos meses no va a servirnos de nada. Las necesitamos ahora. Quiero sacar a mi hermano de la cárcel. Quiero limpiar para siempre su nombre.
– Rebecca, intenta tranquilizarte y escucha -Gabe abrió la petaca, olió su contenido y sirvió tres dedos de licor en el vaso de agua de Rebecca y uno en el suyo-. Tengo un equipo en mi oficina trabajando sin cesar y siguiendo otra docena de fuentes de información. En cualquier momento puede surgir algún dato que nos permita ayudar a tu hermano. Tu madre también me proporcionó los nombres de otras personas a las que estamos investigando y el cielo sabe que Mónica coleccionó numerosos enemigos a lo largo de toda su vida. Yo he decidido ocuparme de Tammy porque ahora mismo parece nuestra mejor baza. Pero todavía no sabemos si fue ella la que mató a Mónica, pelirroja, y desde luego, no tenemos forma de demostrarlo. Lo único que necesitamos ahora es una prueba que pueda señalarla como segunda sospechosa del crimen. Si conseguimos demostrar que Tammy tuvo algún problema con Mónica alrededor de la fecha de su muerte, algún problema que pudiera convertirse en el móvil de un asesinato, eso podría hacer surgir las dudas en el jurado, y sería suficiente para sacar a tu hermano de la cárcel.
– Bueno, pues con eso no basta. Por lo menos no me basta a mí. Él no lo hizo, Gabe. Y quiero ver colgado de una soga bien larga al culpable de ese asesinato. Mi hermano necesita salir de la cárcel con la cabeza bien alta. ¡Y yo odio sentirme tan impotente e incapaz de hacer nada verdaderamente importante por él!
– Rebecca, estás ayudando a tu hermano -Gabe adoptó un tono sosegado, tranquilo-. Esta noche hemos conseguido averiguar todo lo que necesitábamos sobre esa pareja. Verlos en persona habría estado bien, pero no nos hubiera aportado mucha más información. Nuestra meta era descubrir lo que se proponían y eso ya lo hemos averiguado. Ahora tengo la información que necesitaba para planificar la manera de acercarme a ellos, así que no menosprecies los progresos que hemos hecho esta noche.
Rebecca bebió un sorbo de whisky. Sintió su repugnante sabor en la lengua y el fuego que descendía inmediatamente después por su garganta. Los nervios comenzaron a alejarse, pero estaba también la exasperación. La ansiedad y la necesidad de ayudar a su hermano tampoco habían disminuido… pero, de alguna manera, estar con Gabe la ayudaba a ver las cosas con cierta perspectiva. Gabe podía no creer en la inocencia de su hermano, pero ni un tornado ni un temblor de tierra le impedirían realizar su trabajo. Era un hombre concienzudo, implacable y, gracias a Dios, tan cabezota como un macho cabrío.
– ¿Sabes una cosa? -musitó Rebecca-. Esta noche hemos trabajado muy bien juntos.
– Sí -se mostró de acuerdo Gabe.
Pero Rebecca pudo ver el repentino recelo que apareció en su mirada. Con la evidente intención de cambiar precipitadamente de tema, el detective miró a su alrededor.
– Esta habitación no está nada mal, pero supongo que el lugar en el que vives es completamente diferente.
– Desde luego -como Gabe parecía estar dispuesto a escucharla, Rebecca inició una caótica descripción de su casa-. Mi despacho es un lío de libros almacenados en pilas que se caen en todas las direcciones posibles. Y tengo un Abe Lincoln de peluche al lado del procesador de textos. Para conseguir la mayor parte de los muebles eché mano del desván de casa de mi madre, saqué de allí todo tipo de cosas para las que nadie tenía sitio en su casa. La mayoría no tienen ningún valor, pero a mí me encantan. Si vieras el baño te daría un ataque; tengo las primeras muestras de todos los cosméticos y perfumes que está probando Fortune Cosmetics. Apostaría todo lo que tengo en el banco a que toda mi casa te resultaría desagradablemente femenina. Probablemente te volverías loco entre tanto desorden -dijo con ironía-.Aunque tengo una habitación para invitados que cualquier día de estos pienso convertir en la habitación ideal para un bebé.
Gabe evitaba el tema de los bebés como si fuera una enfermedad contagiosa.
– No sé muy bien por qué, pero tengo la sensación de que tu madre te habrá presionado para que vivas en la casa de la familia.
Rebecca sacudió la cabeza.
– Mi madre me conoce demasiado bien para hacer algo así. Ambas nos conocemos demasiado bien. Y creo que para dos mujeres adultas es muy difícil vivir bajo el mismo techo. Lo que sí hizo mi madre fue asustarme un poco con el tema de la seguridad, pero en realidad yo he crecido sabiendo lo importante que es formar o no parte del negocio familiar, el apellido de la familia siempre me perseguirá. Pero mientras esté en juego mi independencia… Yo he querido mucho a mis padres, y después de que mi padre muriera, mi madre y yo nos acercamos la una a la otra todavía más. Aun así, tengo mi propio trabajo, mi propia vida. No puedo imaginarme viviendo en casa de mi madre a mi edad. Pero bueno, ¿y tú? ¿Cómo es tu casa?