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– Un simple apartamento. Cuatro paredes. Tengo todo lo necesario para hacerme la vida más cómoda, pero ni un solo objeto que sirva de decoración. De todas formas, me paso la mayor parte del día trabajando. De hecho, hace unos cuatro años instalé un sofá-cama en la oficina. Algunas noches me resulta más fácil dejarme caer allí que volver a casa.

Gabe solo estaba dándole conversación, pero Rebecca podía recrear mentalmente su casa mientras él hablaba. Imaginaba un apartamento casi vacío, frío e impersonal. En vez del refugio que cualquier persona podía estar deseando encontrarse al llegar a casa después de un largo día de trabajo, debía de ser un lugar triste y solitario. Como Gabe, pensó.

– ¿Sabes? -le dijo lentamente-, la primera vez que nos vimos, pensé que eras un tipo machista, dominante y malhumorado. Pero eso no es del todo cierto.

– Eh… gracias, creo.

– Te gusta hacerte cargo de todo, pero en realidad no eres ningún mandón. Y a menos que estés preocupado por algo, tampoco haces especial gala de mal humor. Básicamente, lo que tienes es un carácter muy protector.

– ¿Va a durar mucho tiempo este análisis de mi personalidad?

Rebecca sonrió.

– No, pero me pregunto de dónde viene ese rasgo de tu carácter.

– ¿Quién sabe? De todas formas, no creo que a nadie pueda importarle.

– Eh, sígueme la corriente y contéstame. Así dejaré de fastidiarte.

– No intentes venderme ninguna moto, pelirroja. Vas a ser una metomentodo hasta que te mueras -quizá no fuera a aceptar su chantaje, pero, aun así, posó la mirada en el rostro de Rebecca durante un largo segundo, como si estuviera pensando si era o no una buena idea contestar a su pregunta-. Quizá lleve en los huesos eso de ser protector. Crecí sintiéndome muy indefenso. Mis padres se peleaban constantemente y nada de lo que yo decía o hacía servía para mejorar las cosas. Los jóvenes se mataban en la calle, peleando entre pandillas, y yo no era capaz de cambiar nada de lo que realmente me importaba. Y tampoco podía proteger a ninguna de las personas a las que quería.

Rebecca estaba oyendo cada una de sus palabras. Pero también oía el mensaje no dicho que se escondía tras ellas. La única vez que Gabe se abría a ella lo hacía con un propósito muy determinado. Estaba volviendo a decirle con un cuidado exquisito que pertenecían a mundos completamente diferentes.

– ¿Y hasta qué punto tuvo que ver esa impotencia con el motivo por el que decidiste alistarte en el ejército?

– El ejército era el billete de salida del infierno. Y las Fuerzas Especiales eran un billete incluso mejor. No solo me enseñaron a proteger a los hombres, sino que me dieron la oportunidad de hacerlo. La responsabilidad, la disciplina, el honor… son valores que tienen mucha importancia en ese mundo. Ya no son un lugar para mí, pero lo fueron. En las Fuerzas Especiales se necesitan jóvenes con muchos reflejos y una gran resistencia. Cuando me llegó el momento de abandonarlas, ser detective me pareció el trabajo más natural para mí.

– Datos, órdenes y normas. Cosas que siempre puedes controlar -reflexionó Rebecca.

– Y no creo que a ti te gusten mucho esos trayectos tan predecibles, pelirroja. Seguramente, mi elección de un mundo lleno de normas te parezca monótona y aburrida.

– En realidad me parece una opción natural para un hombre que creció frustrado por errores y problemas sobre los que no tenía ningún tipo de control. Yo nunca he tenido que pasar por algo tan duro, Gabe.

Aquella era la vez que Gabe se había abierto más a ella, pero, aun así, Rebecca sospechaba que sus comentarios no habían sido voluntarios. El detective mantenía los ojos fijos en la alfombra, alejados de cualquier parte del cuerpo de Rebecca y, lo que era mucho más elocuente, alejados de cualquier posible expresión de cariño que pudiera aparecer en su rostro. Rebecca no dudaba que Gabe estuviera contando la verdad sobre su pasado. Él era un hombre esencialmente sincero. Pero sentía al mismo tiempo otra verdad: aunque en ningún momento hubiera expresado la más ligera señal de interés, el señor Gabe Devereax, siempre protector, estaba advirtiéndola de las vastas diferencias que había entre ellos.

Rebecca era consciente de aquellas diferencias. Y también sabía que enamorarse de un hombre que no creía ni en los bebés ni en las familias terminaría destrozándole el corazón. Pero el riesgo parecía no tener ningún poder sobre sus sentimientos. Era imposible contener la lluvia, o sostener el arco iris en la mano.

Y era imposible dejar de enamorarse intensa y profundamente de Gabe.

– Todo el mundo tiene que cargar con su propia cruz -comentó Gabe-. Simplemente, mi versión de una infancia difícil es diferente de la tuya. Para mí no habría sido nada fácil crecer en el seno de la familia Fortune.

– Formar parte de una dinastía como la nuestra supone unos desafíos únicos. Pero siempre me he sentido querida en mi familia.

– Sí, bueno, mucha gente utiliza la palabra amor para referirse a su familia -comentó Gabe secamente.

En cualquier otra ocasión, Rebecca habría mordido aquel anzuelo más rápidamente que una trucha una lombriz. Gabe siempre bromeaba o ironizaba sobre su personalidad idealista. Y ambos disfrutaban de sus discusiones. A Rebecca nunca le habían importado sus comentarios. Pero de pronto se preguntaba qué ocurriría si ignoraba aquel e intentaba acercarse directamente a Gabe.

– No -le ordenó Gabe rápidamente.

La repentina tensión de Gabe parecía no tener ningún sentido. Lo único que Rebecca había hecho era levantarse. Por la alarma que reflejaban sus ojos, cualquiera habría dicho que Rebecca pensaba desnudarse en público.

– Ambos necesitábamos una copa para tranquilizarnos. Pero creo que ya es hora de que me vaya a mi habitación -dijo precipitadamente.

– Probablemente sea una buena idea -se mostró de acuerdo Rebecca.

Pero advirtió que Gabe no la detenía cuando decidió seguir una idea igualmente buena pero completamente diferente y se sentó en su regazo.

– Esto no me parece en absoluto sensato, pelirroja.

– Lo sé.

– Hasta ahora estábamos haciendo las cosas bien.

– También lo sé.

– Lo único que tenemos que hacer es ignorar la química que hay entre nosotros y antes o después desaparecerá.

– Esa es una buena teoría, pero me temo que no siempre funciona, Gabe. Creo que la química crepita como un asado cada vez que estamos juntos. Por lo menos ese es mi caso. Hasta puedo oler las especias. Y la verdad es que no lo entiendo. ¿Cómo es posible que sienta esas cosas por ti? ¿Y cómo es posible que no las haya sentido antes? ¿Qué pasa entre tú y yo? Las preguntas y los problemas para los que no encuentro respuesta me vuelven loca. Quizá sea una debilidad de mi carácter, pero el caso es que no soy capaz de descansar hasta que encuentro alguna respuesta.

– Esa es la razón más estúpida que se te ha podido ocurrir para sentarte en mi regazo.

– Entonces échame -sugirió Rebecca.

Pero Gabe no lo hizo.

Capítulo 8

Gabe alargó los brazos hacia ella, tan brusca como repentinamente. La imagen que acudió a la mente de Rebecca fue la de un náufrago aferrándose al único salvavidas que podía salvarlo de una tormenta salvaje y oscura. Uno de los brazos de Gabe quedó atrapado por la espalda de Rebecca. Pero el otro quedó definitivamente libre.

Hundió entonces sus dedos tensos y callosos en la melena de Rebecca, como si quisiera inmovilizarla cuando en realidad en lo último que estaba pensando ella era en moverse. Los labios de Gabe se abalanzaron sobre los de Rebecca para posar sobre ellos un beso abrasador y electrizante.