Rebecca dejó el Mazda negro al lado del coche de Tammy y salió.
«Muy bien, pelirroja», pensó Gabe. «Aunque solo sea por esta vez, sígueme la corriente. Haz lo que acordamos: habla, pero no demasiado, no saques el tema de Mónica, y tampoco el de tu hermano. Y, por el amor de Dios, no hables en ningún momento de asesinato. Mañana puedes arriesgar tu cuello si quieres, pequeña, te lo prometo, pero, solo por esta vez, ten mucho cuidado, ¿de acuerdo? Solo por esta vez».
– ¿Señorita Diller? -evidentemente, Rebecca había visto inmediatamente a la otra mujer, porque se dirigió a grandes zancadas hacia ella.
Dios, al lado de Tammy Diller, era como una ráfaga de frescor.
Pero algo andaba mal. Gabe no sabía exactamente qué, no podía imaginarse lo que era. Pero conocía el cuerpo de Rebecca… íntimamente. Quizá nadie más se habría dado cuenta, pero él vio que sus hombros de repente se tensaban, incluso los minúsculos músculos de su rostro se endurecieron, y su sonrisa de pronto le pareció falsa.
Todas las alarmas sonaron en el sistema nervioso de Gabe. Había estado conectado al ordenador hasta altas horas de la madrugada, esperando encontrar algo más sobre el pasado de Tammy o la aparición de cualquier otro sospechoso. A Mónica no le faltaban enemigos. Además, Gabe tenía a todo su equipo comprobando cualquier nombre relacionado con Kate y con Jake Fortune. De aquella investigación, estaban surgiendo páginas y páginas de información, alguna más fácil de obtener que otra. Pero no había encontrado nada que le hubiera servido de justificación para impedir aquella reunión.
En aquel momento, sin embargo, deseó haber lanzado al infierno la lógica y los fríos datos y haber hecho exactamente eso: impedirla. Rebecca se había puesto nerviosa al ver a aquella mujer, había visto algo que, evidentemente, él no sabía. A Gabe le gustaban las sorpresas, pero no cuando concernían a la seguridad de Rebecca, maldita fuera.
Aun así, Rebecca pareció recuperarse rápidamente del impacto inicial. Le tendió la mano a Tammy y, como si fuera la mismísima Pollyana, dijo con una voz cargada de burbujeante entusiasmo:
– ¡Hola! ¡Qué lugar tan maravillosamente tranquilo! Te agradezco sinceramente que hayas decidido perder parte de tu tiempo conmigo.
Tammy le estrechó la mano y le dirigió una sonrisa más brillante que el oro falso. Su acento sureño parecía auténtico, pero era mucho más azucarado que el que Gabe había oído en Nueva Orleans.
– Me encanta este lugar y me pareció ideal para relajarnos. En Las Vegas es terriblemente difícil encontrar un lugar tranquilo.
– En eso tienes toda la razón.
Gabe se estaba perdiendo parte de la conversación. Tammy estaba de espaldas a él, lo que le facilitaba seriamente el espionaje que, en principio, había sido lo único que pretendía hacer: estar suficientemente cerca de ella como para vigilarla y poder moverse a toda velocidad en el caso de que creyera a Rebecca amenazada. Había sido un regalo inesperado que las voces pudieran distinguirse en aquel ambiente tan silencioso, pero las voces se perdían cada vez que alguna de las dos mujeres se movía. Y, como mujeres que eran, parecían incapaces de estarse quietas. Gabe intentaba no respirar, intentaba ignorar el zumbido que sentía en la nuca, intentaba olvidarse del calor y de la piedra que se le estaba clavando en el pecho.
Las dos mujeres parecían estar manteniendo una agradable conversación, carente de tensión y de preocupaciones a juzgar por los retazos que podía ver del rostro de Rebecca. Esta hablaba como una sociable y amistosa cotorra y Gabe no pudo menos que felicitarla en silencio por su conversación.
Ambas se acercaron ligeramente a él, y de pronto, Tammy inclinó la cabeza y fue directamente al grano.
– Ayer, todo el mundo con el que me encontré me dijo que había alguien buscándome. Y puesto que no nos conocemos, no podía imaginarme por qué.
– Bueno, si puedo ser sincera contigo…
Un repentino escalofrío recorrió la espalda de Gabe. Había estado provocado por el tono cándido de Rebecca. La última vez que la había oído hablar en ese tono había sido para informarlo de que ella jamás huía o salía corriendo cuando tenía un problema. Y, maldita fuera, él lo sabía perfectamente. Rebecca le había demostrado que no había un solo disparate que no estuviera dispuesta a cometer para salvar a su hermano. Jamás había dado la espalda a un problema a causa del riesgo. Y la noche anterior le había enseñado íntimamente aquella lección, con el riesgo que había estado dispuesta a correr con él.
Cada momento, cada una de las caricias de la noche anterior se repitió en su mente. Y la sensación de alarma cedió a una velocidad vertiginosa.
– Por supuesto que puedes ser sincera conmigo, cariño -le aseguró Tammy.
– Bueno, no sé si te has enterado a través de la prensa de la muerte de Mónica Malone, pero el caso es que mi hermano Jake está acusado del crimen. Yo he encontrado una copia de la carta que Mónica te escribió cerca de la fecha del crimen. No tengo la menor idea de qué relación puedes tener con Mónica, pero esperaba que pudieras ayudarme. Estoy buscando algo, cualquier cosa, que pueda ayudarme a demostrar la inocencia de mi hermano.
A Gabe se le paralizó el corazón. Y la garganta se le quedó más seca que el desierto del Sahara a las doce del mediodía. No solo le había advertido a Rebecca una docena de veces que no dijera nada del asesinato, sino que ella había estado de acuerdo con él, había comprendido que el único tema que no podía sacar con Tammy era el del asesinato de Mónica. Aquella declaración era lo mismo que invitar a Tammy a verla como una amenaza.
«Maldita seas, pelirroja», pensó, «no te atrevas a decir una sola palabra más».
En aquel momento no podía ver el rostro de Tammy, pero sí la vio elevar las manos con gesto inocente.
– Por supuesto que me enteré del asesinato de Mónica. Al fin y al cabo era un personaje público y salió en todos los medios de comunicación. Pero no la conocí personalmente.
– Pero era una carta que te dirigía a ti -insistió Rebecca.
El corazón de Gabe comenzó a latir nuevamente. A una velocidad preocupante. Por sus venas corría suficiente adrenalina como para provocarle una sobredosis. Se debatía mentalmente entre las posibilidades que tendría cuando atrapara a Rebecca: no sabía si meterla en un caldero de aceite hirviendo, dejarla atada a un poste encima de un hormiguero de hormigas asesinas o ahogarla directamente. Todas las opciones le parecían tan tentadoras que resultaba difícil decidirse por ninguna. Pero eso lo dejaría para más tarde. En aquel momento, su mirada estaba pendiente de Tammy. No quería perderla de vista ni una décima de segundo.
– Bueno, tienes razón en lo de la carta de Mónica – admitió Tammy suavemente-. Como puedes imaginar por mi aspecto, he trabajado en algunas ocasiones como modelo. Supongo que Mónica se puso en contacto conmigo por eso. Leí en alguna parte que Mónica tenía una relación muy estrecha con la empresa de cosméticos de tu familia y en esa época yo estaba sin trabajar. Pero sinceramente, no lo sé. Afortunadamente, después volví a trabajar, de modo que no tuve oportunidad de contestarle.
– Bueno, es una pena -dijo Rebecca-. Esperaba que pudieras proporcionarme algún dato concreto que pudiera ayudarme a encontrar a alguien relacionado con Mónica.
– Me temo que no, cariño. Nunca la conocí. No es que no lo sienta… Quiero decir, es terrible que una antigua gloria de Hollywood pueda morir apuñalada con un abrecartas, como en una película antigua. Es increíble que alguien haya podido hacer algo así, ¿verdad? Se me ponen los pelos de punta de solo pensarlo.