Diablos, algo andaba mal. Rebecca consiguió emitir una respuesta pero el color había abandonado su rostro y de pronto estaba aferrándose las manos con fuerza. Aquel tenso movimiento hizo tintinear su brazalete.
Tammy comentó algo sobre el brazalete y la conversación derivó hacia las joyas, en un serio esfuerzo por parte de la señorita Diller de apartar el tema de cualquier cosa que pudiera tener relación con Mónica. Ambas mujeres comenzaron a hacer movimientos nerviosos. Las dos sacaron casi al mismo tiempo las llaves de sus respectivos bolsos y las hicieron oscilar ante ellas sin dejar de hablar. Ninguna de ellas parecía querer prolongar aquella reunión, pero ninguna parecía saber cómo ponerle fin rápidamente.
Gabe se dijo a sí mismo que había llegado el momento de respirar. No podía ocurrir nada más en aquel instante. Tammy hubiera hecho ya algún movimiento si de verdad pretendiera atacar a Rebecca. Y también era posible que, para ella, la reunión hubiera ido bien. Había tenido oportunidad de averiguar lo que quería Rebecca y, con un poco de suerte, hasta había creído en la franqueza y honestidad de Rebecca.
Desgraciadamente, Gabe nunca había creído en los finales felices de los cuentos de hadas.
Permanecer allí tumbado estaba volviéndolo loco. Quería abandonar esa roca y volver a su coche antes de que Tammy se marchara. Desgraciadamente, no tenía manera de hacerlo sin que los ruidos delataran su presencia. Tendría que tener paciencia hasta que Tammy se fuera, pero su mente ya estaba haciendo planes a toda velocidad. Aunque saliera minutos después que la señorita Diller de allí, no le resultaría difícil seguirla. Podría alcanzarla. Eran muy pocas las carreteras que conducían hasta la zona del cañón y sería muy fácil distinguir aquel Cadillac amarillo en la autopista.
Gabe no sabía a donde pretendía dirigirse Tammy después, pero su intuición le decía que debía averiguarlo. Seguirla, ver lo que quería hacer a continuación, era la mejor forma de saber si pretendía hacer algo tras haber obtenido aquella información de Rebecca.
Más tarde tendría tiempo de encargarse de la pelirroja.
Las manos de Rebecca resbalaban en el volante, empapadas por el sudor provocado por los nervios y la emoción. El Mazda negro zumbaba por la autopista, sobrepasando todos los límites de velocidad permitidos hasta que Rebecca se dio cuenta de la fuerza con la que estaba pisando el acelerador.
Rebecca deseaba correr como el viento.
Había estado a punto de sufrir un ataque al corazón al ver a Tammy. Aunque esta había intentado presentarse con una imagen diferente, continuaba pareciéndose de una forma increíble a Lindsay, la hermana mayor de Rebecca. Y en el instante en el que había reconocido aquel parecido, las piezas habían comenzado a encajar.
Tammy Diller era el nombre falso de Tracey Ducet. Ella había sabido desde el primer momento que había algo en aquel nombre que le resultaba familiar. Estaba al corriente de toda la historia de aquella mujer que había intentado hacerse pasar por la hermana gemela de Lindsay un año atrás, pero no había relacionado los dos nombres hasta que había posado sus ojos en Tammy.
Tracey / Tammy tenía que tener muchas agallas para haberse atrevido a encontrarse con ella.
Y por si reconocerla no hubiera sido suficiente para sufrir un ataque al corazón, Rebecca había estado a punto de morir de un infarto en el momento en el que Tracey había mencionado que Mónica había muerto apuñalada. Ningún medio de comunicación había difundido que Mónica había sido asesinada con un abrecartas. La policía había guardado esa información como oro en paño. Habían encontrado muchas pruebas para achacarle el crimen a su hermano, pero todavía quedaban muchas preguntas sin contestar, entre ellas, cuántas huellas dactilares había en aquel antiguo abrecartas y a quién pertenecían. Porque tratándose de los Fortune, aquel iba a ser un juicio muy importante y se había mantenido en secreto cualquier información que pudiera afectar al desarrollo del mismo.
Pero Tracey lo sabía. Ella misma lo había dicho. Había comentado que Mónica había muerto apuñalada y sabía además que la habían matado con un abrecartas.
Eso era todo lo que Rebecca necesitaba oír para estar segura de que la señorita Ducet era la auténtica asesina. Y estaba deseando alejarse de aquella mujer. Quería volver al hotel y decirle tanto a Gabe como a la policía que por fin tenían una información que podían utilizar para incriminarla. Y para sacar a Jake de aquella horrible cárcel.
La autopista estaba relativamente vacía, pero el tráfico aumentó al llegar a la ciudad y Rebecca estaba tan distraída que confundió varias veces el camino. Era bastante difícil perderse en Las Vegas, puesto que la mayoría de los hoteles se anunciaban con inmensos letreros luminosos, pero Rebecca no estaba en condiciones de fijarse en la dirección que tomaba.
Al cabo de un rato, localizó el Circus Circus y se regañó mentalmente por aquella pérdida de tiempo cuando lo único que ella quería era darse prisa. Se dirigió hacia el aparcamiento del hotel, arrancó el ticket de la máquina y pestañeó ante la repentina oscuridad que la recibió. Se suponía que debería encontrarse con Gabe en su habitación. Y después de tantos rodeos, era difícil que no hubiera llegado antes que ella.
Rebecca se moría por tomar el refresco que su garganta reseca le estaba pidiendo a gritos y por ver la cara de Gabe cuando le expusiera las nuevas noticias sobre Tracey. Sabía que la escucharía muy seriamente, porque Gabe jamás dejaba de ser objetivo en su trabajo. Y que en su mirada se reflejaría la ofensa del orgullo herido, porque, pobre muchacho, su ego odiaba que ella descubriera algo que él no había sido capaz de descubrir. Y quizá quedara tan satisfecho que olvidaría que Rebecca había prescindido de todos los acuerdos sobre cómo debería ser su reunión con Tracey.
Gabe ya debería saber a esas alturas que a ella no se le daba bien acatar órdenes y advertencias. De pronto, a Rebecca se le encogió el corazón. Tenía un largo historial en lo que a quebrantar normas se refería en cuanto había alguien que realmente le importaba de por medio, pero nunca había violentado tantas normas como con Gabe, y nunca arriesgando tanto su corazón.
De todas formas, aquel no era momento para pensar en eso. Como la primera planta del aparcamiento estaba ocupada, tuvo que bajar a la segunda. Al final, encontró un hueco libre para dejar el Mazda, apagó el motor y tomó las llaves y el bolso. El pulso le corría a una velocidad de vértigo y tenía todos los nervios en tensión ante la perspectiva de volver a ver a Gabe y por la excitación dejada por su reunión con Tracey.
Salió del coche, lo cerró y se volvió. No había nada, salvo el silencioso y opresivo cemento en todas y cada una de las direcciones. Por un momento, se quedó desorientada, sin estar segura de dónde estaba la salida, sin saber cómo regresar al hotel.
– ¡Eh!
Rebecca se volvió al oír aquella voz masculina. En un primer momento, no le resultó extraño que un hombre la llamara. Las Vegas era un lugar turístico y era normal que la gente entablara conversación con desconocidos prácticamente en cualquier lugar. Y lo primero en lo que se fijó fue en la sonrisa de aquel hombre. Su mente registró otros detalles, como que era alto, rubio y llevaba el inofensivo atuendo de un turista. Era un hombre atractivo y juvenil, que debía rondar los treinta y cinco años… Y, de pronto, su memoria se activó.
Tammy tenía un compañero. Esa era una de las razones por las que debía haber relacionado a Tammy con Tracey antes de verla, porque el novio había formado parte del chanchullo en el que había intentado envolver Tracey a la familia Fortune. Dwayne, Wayne, un nombre parecido. Pero para cuando reconoció el peligro, ya era demasiado tarde. En cuestión de segundos, aquel tipo la había alcanzado. E, incluso bajo la lúgubre luz del aparcamiento, se podía distinguir con claridad su expresión sonriente y cordial.