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Capítulo 10

Gabe llamó con los nudillos a la puerta del baño.

– Servicio de habitaciones.

Oyó una risa amortiguada.

– Todavía estoy en la bañera, Gabe. Pero salgo en un periquete.

– No tienes ningún motivo para salir de la bañera. Cuanto más tiempo estés en remojo, mejor. Pero la sopa de pollo se va a enfriar. ¿Por qué no te tapas con una de las toallas del baño para que pueda meterte la cena?

– ¿Pretendes que cene en la bañera? -Gabe la oyó suspirar-. Qué idea tan decadente y desvergonzada.

– ¿Eso significa que no quieres o que ya has agarrado la toalla?

– Eso significa que ya tengo la toalla encima y que no puedo creer que hayas conseguido sacarle una sopa de pollo al servicio de habitaciones.

Gabe tuvo que hacer equilibrios con la bandeja para poder abrir la puerta. Lo recibió un vapor fragante, cargado de perfumes exóticos y sensualmente femeninos como el del jazmín. Aquel aroma despertó cada una de sus hormonas masculinas, pero, dispuesto a ser más discreto que un monje, Gabe mantuvo en todo momento los ojos apartados del cuerpo de Rebecca. No tenía sentido decirle a la pelirroja que habría encontrado otra manera de entrar en el baño si lo de la sopa no hubiera funcionado. Estaba condenadamente decidido a verla desnuda.

Rebecca le había dicho, como una docena de veces ya, que estaba bien. Él había estado examinando el corte que aquel canalla le había hecho en el cuello. Pero durante aquella revisión, Rebeca iba vestida con una camiseta de manga larga y unos pantalones que le llegaban hasta los tobillos y no había manera de averiguar si aquel cerdo le había herido en alguna otra parte. Y confiar en que Rebecca admitiera que le habían hecho daño era como esperar que las vacas aprendieran a bailar el vals.

– Supongo que eres consciente de que todavía no tengo demasiadas habilidades como camarero. Así que si termino tirando la sopa en la bañera, te permito ahorrarte la propina -desviando todavía la mirada, dejó la bandeja sobre el lavabo y cerró la puerta del baño para impedir que continuara perdiéndose aquel vaporoso calor más ardiente, todavía que el sexo.

– Primero la cuchara. Y después el cuenco. También me han dado una servilleta de lino para completar esta elegante comida, pero, personalmente, creo que no te quedaría muy bien atada al cuello. Así que te la dejaré al alcance de la mano. Y teniendo en cuenta que estoy yo solo de testigo, déjame anunciarte que no me importará que sorbas la sopa.

Aquel comentario mereció dos carcajadas de Rebecca, pero no sonaron como su risa habitual y tampoco duraron mucho tiempo. Sin dejar de representar el papel de caballero virtuoso, Gabe consiguió acercarse a la bañera y servirle la cena sin bajar una sola vez la mirada del cuello de Rebecca.

Y en cuanto Rebecca atacó la sopa, utilizó la taza del inodoro para sentarse. El calor le proporcionó una excusa para quitarse los zapatos y los calcetines, aunque la verdad era que solo quería parecer ocupado. Pero por el rabillo del ojo, estaba completamente pendiente de Rebecca.

El pelo de la escritora se había convertido en un halo con la humedad. Por su frente y su nuca descendían mechones rizados y empapados de agua. Ella, pudorosamente, se había cubierto con una toalla, escondiendo la redondez de sus senos, pero, afortunadamente, las toallas de los hoteles tendían a ser pequeñas por naturaleza.

La piel de Rebecca era más blanca que la nieve virgen y Gabe podía ver gran parte de ella. Y cada vez que distinguía en ella el pinchazo que aquel desgraciado le había hecho en el cuello se le encogían las entrañas. Rebecca tenía además dos moratones en el muslo y dos más en la frente. El canalla de Wayne se había empleado a fondo. Podía haber sido peor, se repetía Gabe constantemente. Pero la verdad era que ya era peor.

Porque las verdaderas heridas de Rebecca no se manifestaban en forma de moratones y arañazos, sino que estaban en sus ojos. Aquella noche no había chispas en sus preciosos ojos verdes. La escritora se había entregado a la sopa con un apetito respetable, pero miraba a su alrededor como si fuera un conejillo asustado. Gabe reconocía el miedo en su expresión y en sus gestos. Sí, Rebecca todavía tenía miedo.

Habían pasado tres horas desde que la policía se había llevado esposado a Wayne. Rebecca había contestado con calma y frialdad a todas las preguntas de los agentes. Pero no parecía ser consciente de que, cuando se pasaba por una experiencia tan traumática, antes o después se producía siempre una reacción.

– ¿Cómo se te ha ocurrido lo de la sopa? ¿Has estado escondiendo durante este tiempo un indudable carácter maternal? -bromeó Rebecca.

– Ahora no se te ocurra llegar a conclusiones tan ofensivas. No se me ha ocurrido nada mejor que una sopa. He pensado que no estarías de humor para comer nada más fuerte.

– Pues has pensado bien. No creo que hubiera podido comerme un filete… ¿Crees que la policía habrá atrapado a Tracey?

Volvían una vez más al tema. Ya lo habían abordado con anterioridad, pero a Gabe no le sorprendía que Rebecca no pudiera olvidar lo ocurrido.

– Creo que hay muchas probabilidades de que la encuentren. Tracey no tiene forma de saber lo que le ha pasado a su cómplice, de modo que no tiene ningún motivo para esconderse. Probablemente haya ido directamente a casa para ponerse en contacto con Wayne. Supongo que la policía ya la habrá atrapado a estas alturas.

– ¿Y crees que debería llamar a mi madre otra vez?

– No creo que haya pasado nada destacable desde la última vez que has hablado con ella. Como ya te dije, tu madre había intuido ya la posible relación entre Tammy Diller y Tracey Ducet y me había pedido que investigara a Ducet en mi base de datos.

– Esto va a suponer una gran diferencia para Jake, ¿verdad Gabe?

– Puedes apostar a que sí.

– No puedo decir que esté deseando volver a encontrarme con Wayne y con su navaja otra vez. Ni tampoco con esa terrible mujer. Pero ha merecido la pena. Si no hubiera ocurrido algo así, algo tan real y concreto, nunca hubiéramos podido demostrar su conexión con Mónica.

– Sí -se limitó a contestar.

Lo que en realidad le apetecía era regañarla por haberlo ignorado y haber corrido un riesgo tan estúpido. Pero aquello podría esperar. Ya tendría tiempo de regañarla y como se merecía. Pero no aquella noche.

Rebecca clavó en él unos ojos dulces como los de una gacela.

– Todavía no comprendo cómo me has encontrado tan rápido.

También habían hablado anteriormente sobre ello, pero Gabe volvió a abordar el tema con paciencia…

– Mi intención era seguir a Tammy, como ya te he dicho, porque durante vuestra conversación había podido ver claramente que algo la asustaba. Así que en lo primero que pensé fue en seguirla para averiguar exactamente adonde iba y ver cuál iba a ser su siguiente paso. Y eso era lo que estaba haciendo hasta que la vi llevarse un teléfono móvil a la oreja desde el coche. La única persona a la que podía estar llamando era a su socio. Y si le estaba informando a su novio de lo ocurrido, eso significaba que Wayne se convertía inmediatamente en una amenaza para ti.

Rebecca terminó de comer en silencio. Cuando el cuenco estuvo vacío, Gabe lo retiró junto con la cuchara y lo dejó en la bandeja. En todo momento, podía sentir la mirada de Rebecca siguiendo sus movimientos. Durante algunos minutos, Rebecca había estado recorriendo con la mirada cada una de las líneas de su rostro.

– ¿Quieres desahogarte o no? -le preguntó Gabe de repente.

– ¿Que si quiero desahogarme?

– Maldita sea, Rebecca. Hemos repasado lo ocurrido más de una docena de veces. Pero pareces estar evitando hablar de eso.

Rebecca alzó los ojos y tragó saliva

– Cuando estabas pegando a Wayne he tenido miedo. He tenido miedo de que no pudieras parar.

– Intentó matarte.

– Era un mequetrefe. Un debilucho. No podía competir contigo.