– Intentó matarte.
– Era un mequetrefe. Un debilucho. No podía competir contigo.
– Intentó matarte -repitió Gabe, y suspiró. Para él no había nada más que decir y sabía que cualquier hombre lo hubiera comprendido. Pero Rebecca jamás iba a pensar como un hombre-. Si tienes miedo de que disfrute con la violencia, ya puedes ir relajándote, pelirroja, porque la verdad es que la odio. Y el trabajo de un detective no se parece en nada a lo que se ve en la televisión, y tampoco a la vida de un militar. Son muy raras las ocasiones en las que no se encuentra algo mejor que los puños para resolver un problema. Aun así, sé cómo usar los puños y hay ocasiones en las que esa es la única opción.
– Pero querías hacerle daño…
– Puedes estar segura. Y sé cómo hacerle daño a un hombre. Pero, pese a lo que parece asustarte, en ningún momento me habría permitido perder el control. Tanto tú como yo queremos que esos dos continúen vivos para que la policía pueda interrogarlos y estén en condiciones de declarar en el juicio. Jamás le hubiera hecho nada que hubiera podido perjudicar a tu hermano.
– ¿Y si mi hermano no hubiera tenido nada que ver en esto?
– Pelirroja, a eso no puedo responderte. Ese canalla estaba amenazando tu vida. Si lo que querías era que le diera un capón y le dijera que estaba muy mal lo que estaba haciendo, puedes estar segura de que eso nunca va a suceder. No tenemos ninguna garantía de lo que pueda hacer la ley con Wayne, así que quería que le quedara muy claro que no podía acercarse a ti nunca más. Wayne es uno de esos animales que nunca evoluciona. Y cuando uno está intentando comunicarse con un animal, a veces no basta con ser educado.
– De acuerdo, te comprendo. Pero, aun así, me enferma que hayas tenido que pegar a alguien por mi culpa.
Gabe no sabía qué contestar a eso. Había algo disparatado en aquella conversación. Rebecca lo escuchaba, lo miraba francamente a los ojos, pero había algo en su mirada que estaba volviendo locas a las hormonas de Gabe.
Gabe era consciente de que en lo último en lo que debería estar pensando era en el sexo. Rebecca estaba herida, impactada por lo ocurrido, su piel estaba más blanca que la porcelana china y sus ojos continuaban reflejando su vulnerabilidad. No podía haber un momento más absurdo para descubrir que era incomparablemente bella. Ni un momento más ilógico e irracional para sentir un deseo tan intenso.
– ¿Gabe?
– ¿Qué?
Gabe se frotó la cara, deseando que desaparecieran aquellos díscolos pensamientos.
– Te ha costado mucho -dijo Rebecca-, pero por fin crees en la inocencia de mi hermano, ¿verdad?
Por lo menos aquel era un terreno seguro.
– Sí, creo que tu hermano es inocente. Aunque eso siempre ha sido lo de menos. Lo que realmente importaba era que fuéramos capaces de conseguir una prueba que señalara a otro posible sospechoso. Es imposible saber si Tracey va a ser acusada de asesinato. Me temo que eso dependerá de lo que la policía resuelva después del interrogatorio. Pero un jurado tendría que estar sordo para no encontrar dudas más que razonables en torno a la culpabilidad de tu hermano.
– Lo que tú creas me importa a mí. Hasta ahora, yo era la única de nosotros que creía en la inocencia de Jake.
– Sí, bueno, tú confías mucho en la intuición, pequeña. Pero hay personas que nos sentimos más cómodas confiando en los hechos -se levantó, sintiéndose de pronto tan nervioso como un puma enjaulado. Aquello no era bueno. Cuanto más la miraba, más terreno iba perdiendo el sentido común-. Vas a terminar arrugada como una pasa si no sales de la bañera. Te esperaré en el dormitorio. ¿Tienes albornoz?
Mientras lo preguntaba, se fijó en el kimono blanco que colgaba de la puerta del baño. E imaginarse a Rebecca desnuda y envuelta en aquella prenda no contribuyó precisamente a hacerlo entrar en razón.
– Mira -dijo malhumorado-, me quedaré en tu habitación hasta que te vayas a dormir, ¿de acuerdo? Y si todavía tienes hambre, podemos pedir más comida.
– Estoy bien, Gabe.
Sí, eso era lo que llevaba diciéndole durante todo el día. Pero Gabe no la creía.
Tras cerrar la puerta del baño, Gabe se mantuvo más ocupado que una mamá gallina. Cerró las cortinas, apagó la luz principal, abrió la cama, apiló varias almohadas y estuvo buscando entre los diferentes canales de la televisión hasta encontrar el programa más inocuo e intrascendente.
Y en todo momento, el pulso le latía incesantemente, como si fuera el redoble de un tambor. Hitchcock siempre utilizaba el redoble de los tambores en sus películas justo antes de que ocurriera algún desastre, pero aquella situación era muy diferente. El desastre ya había ocurrido. Gabe sabía que Rebecca estaba muy afectada, eso era todo. No creía que nunca hubiera experimentado una violencia como aquella y no le sorprendería que tuviera pesadillas aquella noche.
Gabe se pasó la mano por el pelo y miró a su alrededor. Se sentaría en la esquina más alejada, decidió, para guardar la mayor distancia posible con ella. No tenía ninguna razón para decirle a Rebecca que pensaba pasar allí la noche. Eso solo serviría para enfadarla. Y antes o después, la pelirroja se quedaría dormida. Pero si tenía pesadillas, él estaría allí para ayudarla.
Su pulso volvió a reflejar el eco de los tambores como un lento e insidioso ritmo pagano que no podía explicar. Era… una estupidez… El problema era que no le estaba resultando nada fácil tranquilizarse aquella noche. Normalmente, Gabe funcionaba bien con el estrés. De hecho, adoraba el estrés. Pero saber que Rebecca estaba todavía afectada le ponía los nervios a flor de piel; aunque en cuanto la viera a salvo y arropada en la cama, estaba seguro de que se pondría bien.
Pero cuando abrió la puerta del baño y salió envuelta en el quimono blanco, Rebecca ni siquiera miró la cama. Se arrojó directamente a sus brazos.
– Estaba tan asustada.
– Sabía que estabas asustada.
– Jamás en mi vida había pasado tanto miedo. Primero con Tracey. Aquellos ojos tan fríos… era como si no hubiera un ser humano detrás. Sé que no tiene sentido, pero he pasado más miedo con ella que con Wayne. Y cuando Wayne me ha agarrado… Gabe, no me lo podía creer. No podía creerme que un ser humano pudiera herir tan fácilmente a otro…
– Tranquila, tranquila. Ya nunca tendrás que acercarte a personas como esas. Nadie va a hacerte daño nunca más.
Cuando salía del baño, Rebecca no sabía que iba a comenzar a desahogarse de esa manera. No sabía que de pronto necesitaría de forma desesperada un abrazo, el contacto de otro ser humano. Y tampoco que aquel impulso iba a ser tan intenso.
Pero la necesidad de Gabe y la confianza en que estaría a su lado no la sorprendieron en absoluto.
Aunque sí la necesidad que Gabe tenía también de su abrazo.
Oía su voz tranquilizadora, las palabras de consuelo que recitaba como una letanía, pero había algo en su voz tan crudo y doloroso como una herida abierta. Rebecca se preguntaba si Gabe sería consciente de que estaba herido. Tenía el rostro demacrado, los ojos profundos y oscuros como el ébano y la abrazaba con los brazos rígidos, en tensión.
De pronto, la presión de sus brazos cedió. La voz se le quebró para hundirse en el silencio. Y ya solo la película de su aliento separaba sus labios.
Rebecca necesitaba desesperadamente un abrazo. Necesitaba a Gabe. Pero en su mente no había nada relacionado con el sexo. Simplemente necesitaba desahogar el miedo y el estrés acumulados a lo largo del día.
Y al parecer, le ocurría lo mismo a Gabe.
Sus labios descendieron sobre la boca de Rebecca para tomarla con una estremecedora ternura que la sacudió de los pies a la cabeza. Aquel primer beso fue casi desesperantemente suave.
Los labios de Gabe eran flexibles, ardientes como las llamas que lamían los troncos del fuego en el hogar. Pero ningún fuego podía prenderse sin una fuente de calor. Y en ese preciso instante, Rebecca tuvo la certeza de que era ella la única fuente de calor de Gabe.