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– No creo que sea justo hablar de culpabilidad. Ninguno de nosotros podría haber anticipado que había posibilidades de que el preservativo se rompiera.

– Sí, bueno… la cuestión es que… si te quedas embarazada, me gustaría que me lo dijeras. No quiero que creas que es solo problema tuyo. No voy a eludir mis responsabilidades, pelirroja.

El dolor la atravesó como una daga. Responsabilidad, deber, honor. Ella sabía que eran una parte indeleble de Gabe, pero no era eso lo que esperaba que sintiera por ella.

– Sé que lo último que quieres es tener un hijo, formar una familia.

– Sí, y eso me hace diez veces más culpable.

– Vamos, Gabe. El preservativo se ha roto, ninguno de nosotros pretendía que ocurriera.

– Siempre hay un porcentaje de riesgo con esa clase de anticonceptivos. Y solo por esa razón, hasta ahora solo me he acostado con mujeres que pensaban lo mismo que yo. Pero tú estabas muy afectada después de un día traumático, seguro que tu nivel de adrenalina todavía era muy alto. Comprendo perfectamente que necesitaras sentirte abrazada, pero en realidad no querías hacer el amor.

– Claro que quería hacer el amor -respondió Rebecca rápidamente.

– Hacer el amor contigo ha sido aprovecharme de ti, pelirroja. Yo sé lo que es el peligro, lo que te lleva a pensar. Pero tú no. Es posible que hayas querido hacer el amor, pero mañana por la mañana podrías arrepentirte de lo que has hecho.

– No me arrepentiré. Te quiero Gabe -replicó Rebecca con fiereza, y sintió tensarse todos los músculos del detective.

– No estoy diciendo que no sientas que me quieres. Pero yo nunca te he mentido y no pienso insultarte haciéndolo ahora. Yo no le doy el mismo valor que tú a la palabra «amor».

– ¿Devereax?

– ¿Sí?

– No estoy segura de cómo defines el riesgo, pero puedo decirte cómo lo defino yo. Mi padre solía decir que nunca debes participar en un juego si no eres capaz de enfrentarte a perder. Yo siempre he visto la vida de forma diferente. Nunca he participado en un juego en el que no merezca la pena ganar.

– De todas formas, en este caso eso es irrelevante, porque para ti el amor no es ningún juego.

– No, no lo es. Y sé que no te va a gustar oír esto, pero si pudiera elegir un padre para mis hijos, te elegiría a ti.

– Entonces es que no me conoces, Rebecca.

– Sí, claro que te conozco. Pero no es esa la razón por la que he sacado el tema -dijo con firmeza-. Necesito que sepas que jamás habría hecho nada para atraparte. Jamás le habría hecho algo así a ningún hombre, y mucho menos al hombre del que estoy enamorada. Tú sabes las ganas que tengo de tener un hijo, pero si no estaba utilizando ningún método anticonceptivo era porque no sabía que íbamos a hacer el amor. Jamás habría intentado acorralarte contra las cuerdas sabiendo lo que sientes por el matrimonio y la familia.

Gabe buscó los ojos de Rebecca en medio de la oscuridad.

– Te creo. Siempre has sido muy sincera, pelirroja. Pero tú misma lo has dicho, no sabías que íbamos a hacer el amor y eso me convierte en responsable de lo ocurrido. Y quiero que me prometas que, si te quedas embarazada, no lo mantendrás en secreto.

– Solo hemos hecho el amor una vez. Y no hay muchas posibilidades -todavía no quería prometerle nada. Necesitaba más tiempo para pensar-. Quiero decirte algo más.

– ¿El qué?

– No te estoy pidiendo nada al decirte que te amo. No pretendo ponerte una soga al cuello. Solo te amaré porque quiero amarte -se acercó hasta él y lo besó lentamente.

Gabe aceptó su castigo como un hombre: se mostró tolerante y paciente. Y el pobrecito también se encendió más rápido que la pólvora.

– ¿No te gusta que te quieran, monada?

Gabe suspiró sonoramente.

– Dios, eres increíble. Te juro que si la primera vez que te vi hubiera sabido que…

– ¿Habrías traído más preservativos? Pero no te preocupes, esta vez intentaremos ser más creativos -le dio un beso en la barbilla y se dirigió hacia su garganta-. Podrías ayudarme a encontrar formas de ser creativa.

– ¿Alguna vez en tu vida has hecho algo que no haya supuesto problemas?

– Bueno, este problema me parece de los mejores. No hay nada malo en ser querido. No te va a pasar a nada, Gabe. ¿Cuándo te cuidaron por última vez?

– Soy un hombre adulto, sé cuidar de mí mismo.

– Eso es lo que tú te crees monada -le mordisqueó suavemente el cuello-. Todo el mundo necesita que lo cuiden de vez en cuando. Ahora, cierra los ojos y sufre en silencio. Considera esto como una especie de lección. Vamos a comprobar si eres capaz de sobrevivir a ser amado sin sufrir un ataque de pánico.

– Rebecca…

Y no pudo decir nada más porque Rebecca anuló cualquier posibilidad de hablar.

La zona en la que Rebecca estaba esperando la salida de su avión estaba abarrotada de turistas. El vuelo estaba anunciado para las tres. Desde luego, podía haber ido en taxi al aeropuerto, pero Gabe había insistido en llevarla.

Y ella sospechaba que quería asegurarse de que volviera sana y salva a en aquel avión.

La escena en el aeropuerto era idéntica a la del día de la llegada de Rebecca. El mismo sol resplandeciente de Las Vegas entrando a raudales por los ventanales, los pasajeros abandonando sus aviones con el brillo de los jugadores en la mirada. Carteles anunciando los diferentes casinos de la ciudad en las paredes y máquinas tragaperras en todas las direcciones. La camiseta de Mickey Mouse que Rebecca llevaba estaba un poco más arrugada, pero era la misma que llevaba durante su primer día de estancia en Las Vegas.

Pero nada era igual.

El problema de su hermano no estaba resuelto, pero sí a punto de resolverse. Y en cuanto le retiraran la acusación de asesinato a Jake, la familia no tendría ningún motivo para seguir contratando a Gabe. Su trabajo habría terminado. Y eso supondría que tampoco tendría ningún motivo para seguir relacionándose con ella.

El corazón comenzó a latirle violentamente, no con ansiedad, sino con un creciente dolor. Si Gabe quisiera mantener con ella una relación personal, si estuviera enamorado de ella, como ella lo estaba de él, o si hubiera comprendido que lo que ellos compartían era algo único y especial no tendrían por qué dejar de verse.

El verdadero Gabe era un hombre vulnerable y generoso en sus sentimientos, pero ese Gabe parecía haber desaparecido para siempre.

– ¿Llevas dinero, pelirroja? -le preguntó pragmático.

– Yo nunca llevo dinero encima -respondió ella con una sonrisa-. Pero tengo más de cuarenta y siete tarjetas.

– ¿Va a ir tu madre a buscarte al aeropuerto?

– Tengo el coche aparcado en el aeropuerto, así que no hay ningún motivo para que nadie vaya a buscarme. Veré a mi madre cuando vuelva a casa.

– Pero vas a llegar de noche. Debería ir alguien a buscarte.

– Tranquilízate, Devereax, sé que no puedes cambiar tu carácter sexista y sobre protector de un día para otro, pero creo que necesitas un curso de reentrenamiento.

– Durante los últimos días has tenido que pasar por muchas cosas.

– Sí, es cierto, pero tú también.

Anunciaron su vuelo. Rebecca agarró la maleta y el bolso. Cuando se enderezó, Gabe sacó las manos de los bolsillos y la tomó por los hombros. Rebecca vio sus ojos justo antes de que inclinara la cabeza para reclamar su boca.

El beso fue letal. Ardiente, intenso, una sensual y embriagadora invitación al delito y a la locura… pero cuando Gabe alzó la cabeza, Rebecca volvió a leer el adiós en su mirada.

Le dolió mil veces más que sentir la navaja automática de Wayne en la garganta. Tuvo que tragar saliva con fuerza antes de poder hablar otra vez.

– ¿Cuándo sale tu avión? -le preguntó.

– Todavía no tengo billete. Quiero hablar antes con la policía y ver lo que ha pasado después del interrogatorio de Tracey y de Wayne. Y quedan algunos detalles que me gustaría seguir investigando.