– Si necesitas ayuda, de cualquier tipo, me ofendería que no me dieras la oportunidad de dártela. Estaría a tu lado lo más rápido posible y no haría ninguna pregunta.
– Gracias, Jake -sabía que su hermano estaba hablando en serio, pero había ciertos problemas a los que una mujer tenía que enfrentarse sola.
Cuando Jake se marchó, se llevó la mano al vientre.
Hacía tres días que se había hecho la prueba del embarazo.
Regresó al estudio, encendió el ordenador y buscó el capítulo en el que estaba trabajando. El trabajo había sido su salvación durante semanas. Normalmente, su mente se bloqueaba a todo lo demás cuando estaba escribiendo y, antes de que llegara su hermano, había dejado al protagonista de su libro pendiente de un terrible peligro. Necesitaba solucionar la crisis para salvarlo, pero los minutos iban pasando uno a uno y no acudía una sola palabra a su mente.
Acarició el brazalete que llevaba en la muñeca buscando inspiración. Pero no obró su magia. Se rodeó las piernas con los brazos y cerró los ojos. Gabe llevaba una semana intentando ponerse en contacto con ella. Utilizar el contestador para esquivarlo era inmaduro, estúpido y deshonesto… pero de momento, Rebecca no estaba preparada para hablar con él.
Gabe podría haberla llamado hacía mucho tiempo, pero no lo había hecho y su largo silencio la había dolido terriblemente. Rebecca no era ninguna entusiasta de la lógica, pero Gabe sí. Y sus repentinas llamadas tenían un motivo perfectamente lógico: había pasado el tiempo suficiente como para que ella supiera si estaba o no embarazada.
Semanas atrás, después de una noche inolvidable en su compañía, Rebecca había decidido no decirle la verdad si realmente estuviera embarazada. Gabe era un hombre tan honesto y chapado a la antigua que le ofrecería matrimonio en cuanto se enterara. Pero Rebecca no podía imaginar un desastre peor que un matrimonio forzado.
Si Gabe hubiera llamado antes, podría haber pensado que todavía tenían alguna oportunidad. Pero ya era demasiado tarde. Era demasiado evidente que el sentido de la responsabilidad y el honor eran el único motivo de sus llamadas.
Rebecca jamás había conocido a un hombre que necesitara el amor más que Gabe. Pero él solo parecía capaz de creer en las relaciones basadas en el honor y en la responsabilidad. Haría falta que llegara a su vida la mujer adecuada para quitarle esa idea de la cabeza. Una mujer que lo hiciera sentirse libre para dar rienda suelta a toda la ternura y la vulnerabilidad que había en su interior, libre para descubrir que el amor no era una jaula, sino todo un mundo abierto de posibilidades.
Una mujer que al parecer no era ella. Las lágrimas inundaron sus ojos, pero las reprimió con fuerza. Llorar no era ningún consuelo.
Rebecca había probado el sabor de la pérdida. Conocía todos los sabores de la soledad. Pero nada en su vida le había dolido tanto como saber que había perdido a Gabe.
Capítulo 12
Cuando su secretaria la localizó en el laboratorio, Kate Fortune acababa de dar por finalizada una reunión con dos de los químicos que trabajaban para ella. Estaba de un humor exultante: por fin se habían resuelto con éxito las últimas pruebas para la obtención de la fórmula del secreto de la juventud. Y cuando su secretaria le comunicó que Gabe Devereax estaba en el vestíbulo, se mostró encantada de poder tomarse un descanso.
– ¡Qué sorpresa! -exclamó al encontrarse con Gabe en el vestíbulo-. No puedo creer que no hayas subido directamente a mi despacho. Deberías saber que no necesitas andarte con ceremoniales conmigo.
– No estaba seguro de sí debía o no seguir el protocolo ahora que ya no trabajo para ti.
– Déjate de protocolos. Te he echado de menos, Gabe.
– Vaya, eso sí que es un alivio. Había muchas posibilidades de que sintieras exactamente lo contrario. Siempre que he tenido que estar cerca de ti ha sido por culpa de algún secuestro, intento de sabotaje o asesinato.
Kate advirtió el humor de su voz y reconoció su irónica sonrisa. Pero había algo diferente en su mirada. Intentando averiguar lo que era, lo condujo hacia su ascensor privado.
– Admito que me encantaría pasar una larga temporada sin problemas, pero echo de menos hablar de vez en cuando contigo. Y también Sterling.
Kate era consciente de que su voz se suavizaba cada vez que mencionaba al que durante largos años había sido abogado y amigo de la familia. Uno de aquellos días, probablemente necesitaría comunicarle a su familia la profundidad de sus sentimientos hacia el abogado.
– Todavía no me has dicho por qué has venido – dijo mientras hacía pasar a Gabe a su despacho-. Sé que no eres muy aficionado a la cháchara, pero no sé qué asunto podemos tener entre manos. Estoy segura de que no te dimos un cheque sin fondos -añadió con ironía.
– Oh, claro que no. De hecho, fue un cheque muy generoso, Kate.
– No fue en absoluto generoso. Soy una mujer extremadamente inteligente, querido. Jamás doy dinero a cambio de nada. Te ganaste cada penique.
Gabe ignoró aquel cumplido y, aunque entró en el despacho, Kate no pudo conseguir que se sentara. Permaneció tenso como un poste, con las manos hundidas en el bolsillo.
– Esta visita es por un asunto completamente personal. Quiero hablar contigo de tu hija.
– Humm. Algo me dice que no es precisamente de Lindsay de quien quieres hablarme -se acercó al carrito con el servicio de té que tenía siempre en su despacho-. ¿Te apetece un café, un té? ¿Algo más fuerte, quizá?
– Cuando te enteres de por qué he venido, no creo que quieras ofrecerme nada.
– Vaya, eso no parece presagiar nada bueno.
Pero en secreto, pensaba que sonaba más que interesante. La última vez que habían hablado, Kate había sentido la química que había entre Gabe y su hija pequeña. Kate había estado pensando mucho en ello desde entonces, pero no había querido sonsacarle ninguna información a su hija.
Típico de Gabe, decidió no andarse con rodeos.
– Llevo tres semanas intentando ponerme en contacto con tu hija. Cuando la llamo, me salta el contestador. Y si voy a buscarla, o no está en casa o está encerrada a cal y canto.
– Humm -Kate lo estudió con sus astutos ojos-. Bueno, todo el mundo sabe que Rebecca tiende a encerrarse como una ermitaña cuando está escribiendo, Gabe, pero si quieres que te ayude a ponerte en contacto con ella…
– Diablos no, ese no es tu problema, es el mío – Gabe se frotó la cara-. Kate, es posible que quieras enviarme de una patada a Siberia cuando oigas lo que tengo que decirte. No te va a gustar nada. Pero la alternativa es mantener la boca cerrada y ponerte en una posición en la que no tengas que preocuparte.
– Esto se pone cada vez más interesante -musitó Kate, pero dudaba que Gabe la hubiera oído. De hecho, dudaba que pudiera oír nada en aquel momento-. ¿Sabes? Si fuera más tarde, creo que te serviría un brandy.
– Quiero secuestrar a tu hija, Kate.
– Ah.
– Como ha estado evitándome como si yo tuviera una enfermedad contagiosa, no estoy seguro de que quiera venir voluntariamente conmigo. Y por eso voy a tener que secuestrarla.
– Eh… ¿y hay algún lugar en especial al que hayas decidido llevarla? -preguntó Kate, sin dejarse impresionar.
– No. Todavía no. Pero creo que lo mejor sería una isla desierta. No voy a pedirte permiso, Kate, y puedo imaginarme lo que estás pensando. Pero el único motivo por el que he venido a decírtelo es que no quiero que pienses que a tu hija le ha ocurrido algo terrible cuando desaparezca. Estará conmigo.
– Esto es como dejar caer una bomba en mi regazo. Quiero que sepas que estoy horrorizada -dijo Kate remilgada, pero inmediatamente añadió-: Si encuentras una isla suficientemente desierta, puedo poner uno de los yates de la familia a tu disposición.