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– No sé. Creo que sí.

– ¿Qué es eso de que crees que sí? ¿No te gusta Taylor?

– Claro que me gusta. Es que tengo la sensación de que él está en cualquier sitio donde estén la familia de él y la mía. Si no me gustara, no tendría cómo escapar de él.

– Bueno, si no lo quieres, dímelo. A mí me parece encantador, y a mi papi le parece inteligente. Heredará los millones de su padre y los duplicará rápidamente.

– Phoebe, ¿no te aburres a veces de tener un padre millonario?

Phoebe se detuvo en medio de un giro y miró, atónita, a Lorna. Colgó la percha en la puerta del guardarropa y se tiró sobre la cama haciendo que esta se hundiera.

– Lorna Barnett, ¿qué es lo que te pasa? ¿Acaso preferirías ser pobre?

Lorna se echó hacia atrás y contempló el toldo tejido a ganchillo sobre la cama de Phoebe.

– No sé lo que digo. Lo que pasa es que estoy de malhumor. Pero piénsalo, si no tuviésemos tanto dinero, ¿les importaría a nuestros padres quiénes son nuestros amigos, o si es propio de una dama navegar y jugar al tenis? Estoy harta de que mi padre me diga qué debo hacer. ¡Y mi madre!

– Lo sé. Yo también. -De súbito, Phoebe se puso triste-. A veces, me pongo como tú. ¡Quisiera hacer algo para afirmarme, y hacerles comprender que tengo dieciocho años y no tengo por qué vivir según sus estúpidas reglas!

Lorna observó a su amiga y, de pronto, sintió que el secreto explotaba en ella. Dijo:

– Hice algo.

Phoebe salió del sopor.

– ¿Qué? ¡Lorna Barnett, cuéntame! ¿Qué hiciste?

Lorna se sentó, con los ojos resplandecientes.

– Te lo diré, pero debes prometerme que no se lo dirás a nadie, porque si mi padre se enteran me metería en un convento.

– Prometo que no lo diré. -Phoebe se persigné sobre el pecho y la insté-: ¿Qué fue lo que hiciste?

– Estuve de picnic con el criado de la cocina.

Los ojos y la boca de Phoebe se abrieron, y permaneció así hasta que Lorna le puso un dedo bajo la barbilla y empujé.

– Cierra la boca, Phoebe.

– ¡No me digas, Lorna!

– Oh, no es toque parece. También estaba ahí Tim Iversen, y hablamos de barcos. Pero es tan excitante, Phoebe! Harken piensa que puede…

– ¿Harken?

– Jens Harken, así se llama. Cree que puede diseñar un barco que revolucionará las carreras de veleros. Dice que derrotará a cualquier otra cosa que ande sobre el agua, pero ninguno de los miembros del club quiere escucharlo. Hasta llegó a poner una nota en el postre de mi padre, el sábado por la noche, y papá se enfadé tanto que hizo una escena lamentable.

– ¡Así que de eso se trataba! En la isla, todos hablaban de eso.

Lorna completé la historia, desde la discusión entre su padre y su madre en el pasillo de la cocina hasta sus propios planes de interceder ante su padre en favor de Harken.

Cuando concluyó, Phoebe preguntó:

– Lorna, no pensarás verlo otra vez, ¿verdad?

– ¡Por Dios, no! Ya te dije que sólo pienso convencer a mi padre de que lo escuche. Además, mi madre me habló esta mañana respecto de Taylor. Ella y papá creen que es el marido perfecto para mí.

– Por supuesto. Tú misma me lo dijiste.

Sin embargo, Lorna estaba pensativa. Posó la mirada sobre el toldo tejido y, distraída, metía el dedo una y otra vez y lo soltaba.

– Phoebe, ¿puedo preguntarte algo?

– Claro… -A Phoebe la afligió el rápido cambio de ánimo de su amiga, y le tocó la mano-. ¿Qué pasa, Lorna?

Lorna siguió mirando el toldo.

– Se trata de algo que me dijo mi madre esta mañana, y es… bueno, es confuso. -Alzó una mirada perturbada y pregunté-: ¿Jack te besó alguna vez?

Phoebe se sonrojó.

– Un par de veces.

– ¿Alguna vez… eh… te tocó?

– ¿Si me tocó? Claro que me tocó. La primera vez que me besó me sujetaba por los hombros, y la segunda, me rodeó con sus brazos.

– Creo que mi madre no se refería a eso. Dijo que los hombres trataban de tocar alas mujeres, hasta Taylor, y que si lo hacían yo debía entrar de inmediato en la casa. Cuando lo dijo, estaba muy incómoda. Tenía la cara tan roja que creí que se le saltaría el botón del cuello. Pero no sé qué quiso decir. Pensé que tal vez… bueno que quizá tú supieras.

La expresión de Phoebe se volvió desdichada.

– Lorna, algo está pasando, pues mi madre tuvo el mismo tipo de conversación conmigo un día, esta primavera, y también se puso toda roja y miró a cualquier parte, menos a mí.

– ¿Qué fue lo que te dijo?

– Dijo que yo ya era una joven dama, y que cuando saliera con Jack debía conservar las piernas cruzadas.

– ¡Las piernas cruzadas! ¿Eso qué tiene que ver con todo lo demás? -No lo sé. Estoy tan confundida como tú.

– A menos que…

La idea abrumadora las golpeé a las dos al mismo tiempo y se miraron, sin querer creerlo.

– Oh, no, Lorna, no es posible. -Reflexionaron un momento, hasta que Phoebe pregunté-: Otra vez, ¿qué fue lo que dijo tu madre?

No se dieron cuenta de que hablaban susurrando.

– Dijo que Taylor quizás intentara tocarme, y que no debía permitírselo. ¿Qué dijo tu madre?

– Que cuando estoy con Jack tengo que mantener las piernas cruzadas.

Lorna se puso las yemas de los dedos en los labios, y murmuré:

– Oh, no es posible que hayan querido decir ahí, ¿no es cierto?

Phoebe susurré:

– Claro que no se refirieron a eso. ¿Qué motivos tendría un hombre para hacer algo así?

– No lo sé, pero, ¿por qué nuestras madres se ruborizaron?

– No lo sé.

– ¿Por qué murmuramos?

Phoebe se encogió de hombros.

Tras unos momentos de meditación silenciosa, Lorna propuso:

– Tal vez puedas preguntarle a Mitchell en algún momento.

– ¡Estás loca! ¡Preguntarle a mi hermano!

– No, parece que no es muy buena idea.

– Puede enseñarnos a navegar cada vez que logremos escabullirnos, pero preferiría morir en la ignorancia antes que preguntarle cualquier cosa semejante.

– De acuerdo, ya dije que no era buena idea. ¿A quién podríamos preguntarle?

A ninguna de las dos se le ocurrió nada.

– En cierto modo -aventuré Lorna -, está relacionado con los besos.

– Yo imaginé lo mismo, pero mi madre jamás me advirtió que no aceptara los besos.

– La mía tampoco, aunque descubrió que ya lo había hecho. Ese pequeño meón de Theron nos espió a Taylor y a mí con los prismáticos, y se lo contó a mamá. Así empezó todo esto.

– Lorna, ¿alguna vez viste a tu madre y a tu padre besándose?

– Cielos, no. ¿Y tú?

– Una vez. Estaban en la biblioteca, y no sabían que yo estaba en la puerta.

– ¿Dijeron algo?

– Mi madre dijo: "Joseph, los niños".

– ¿"Joseph, los niños"? ¿Eso es todo?

Phoebe volvió a encogerse de hombros.

– ¿La tocó?

– Le sujetaba los antebrazos.

Guardaron silencio y se contemplaron sus faldas, luego entre sí, sin poder llegar a ninguna conclusión. La primera en tenderse de espaldas fue Lorna. Después, Phoebe la imito.

Se quedaron largo rato mirando hacia arriba, hasta que Lorna dijo:

– Oh, es tan confuso.

– Y misterioso.

Lorna suspiró.

Y Phoebe suspiró.

Y se preguntaron cuándo y cómo se aclararía el misterio.

4

La navegación a la luz de la luna se retraso por la lluvia, y eso obligó a Lorna a postergar la conversación con su padre hasta el sábado por la noche, cuando ella y Tim Iversen asistieron al baile a bordo del vapor Dispatch.

Se puso un vestido de lujoso organdí de seda de intenso color rosado. La chaquetilla estaba bordeada con encaje blanco, y llevaba graciosos adornos que emergían en dos cintas anchas en los hombros y se encontraban en el centro de la cintura, tanto en el frente como en la espalda. La falda, ajustada por delante, se abría en pliegues que caían por detrás hasta los talones en una pequeña cola, y la seguían cuando cruzó el dormitorio hasta el tocador.