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Lorna los observaba mientras Gideon, que iba con un formal atuendo negro y con las manos cruzadas sobre el puño del bastón, señaló:

– Tu madre dice que habló contigo acerca de Taylor.

– Sí.

– Entonces, ya sabes lo que sentimos por él. Tengo entendido que será tu acompañante en el baile de esta noche.

– Sí.

– Excelente.

– Pero eso no significa que no bailaré con otros, papá.

Gideon la miró, ceñudo, y se le estremeció el bigote cuando replicó:

– No quiero que hagas nada que sugiera a Taylor la idea de que no quieres casarte con él.

– ¿Casarme? Papá, aún no me lo ha pedido.

– Como sea, es un joven ambicioso, y podría agregar que también es apuesto.

– No quiero decir que no sea ambicioso ni apuesto. Lo que digo es que tú y mi madre ponéis palabras que no dijo en su boca.

– Ese hombre estuvo rondándote todo el verano. No te preocupes, te lo pedirá.

Como esa no era la noche adecuada para irritar al padre, Lorna opto por cambiar de tema a medida que se acercaban al destino.

Poco tiempo atrás, el Saint Paul Globe informó que la ciudad de White Bear Lake albergaba más ricos que cualquier otra de Estados Unidos de Norteamérica. Cuando el landó de los Barnett llegó, la escena que vieron podría haber ilustrado el artículo. Los miembros del club habían contratado al vapor Dispatch para el baile. Esperaba junto al muelle del hotel Chateaugay, y ahí ya se había reunido una multitud bajo el techo del mirador del muelle.

Al otro lado de la calle, el hotel mismo reinaba sobre la avenida Lake, mirando hacia el lago. Coronado de torres y gabletes, pintado de blanco, con persianas verdes, tenía una amplia tenaza que daba a un prado sombreado con hamacas y bancos de hierro. Esa noche, el paisaje estaba enjoyado de colores con los vestidos de las damas, escoltadas por los caballeros con sus atuendos de pingüinos junto a ellas. En la calle, cocheros de librea formaban pares y colocaban sobre los adoquines bloques de madera para que se apearan los elegantes invitados. El mido de los cascos se mezclaba con los sordos eructos de los motores del Dispatch, mientras los lacayos de librea se apresuraban a recoger en recipientes de lata cualquier materia ofensiva que hubiesen dejado caer los caballos, para no ofender las narices de las damas ni mancharles las colas de los vestidos. Desde la cubierta superior del Dispatch llegaba música de violines y oboes de la pequeña orquesta que tocaba La banda siguió tocando, que era la señal para abordar.

Taylor divisé a Lorna en cuanto se apeó. Dejó a los padres y salió de la sombra del prado del hotel, luciendo una ancha sonrisa.

– Lorna -dijo-, ¡estás encantadora! -Le tomó la mano enguantada, y la besó, haciendo una reverencia. Como un verdadero caballero, la soltó y saludó a sus padres-. Señor Barnett, señora Barnett, los dos están espléndidos. Mi madre y mi padre están en el prado.

Una vez que los Barnett mayores se alejaron, Taylor volvió a tomar la mano de Lorna.

– Señorita Barnett. -En sus ojos apareció una luz de admiración-. Tienes un aspecto tan delicioso como una copa helada, toda de rosa y blanco, y con ese perfume exquisito, debería agregar.

– Azahar. Y tú también estás y hueles maravillosamente.

– Sándalo -aclaró, y los dos rieron mientras él le ofrecía el codo.

Era un compañero atento, e indiscutiblemente atractivo. Mientras abordaban el Dispatch, Lorna advirtió más de una mirada sobre ellos. La barba y el bigote castaños de Taylor estaban recortados a la perfección, y casi no ocultaban la línea firme del mentón y la boca atrayente. La nariz tenía una leve curvatura que desaparecía a la luz del sol, pero cuando la luz le daba desde cierto ángulo adoptaba un peculiar atractivo. Los ojos eran almendrados, y el cabello castaño con raya al medio, estaba peinado hacia atrás sobre las orejas bien formadas, aunque grandes. Esa noche, estaba muy apuesto con el atuendo negro y un blanco cuello que se apretaba con firmeza a su garganta.

Lorna le dijo:

– Mi tía Agnes te manda cariñosos saludos. Le habría gustado estar aquí esta noche.

– Es un amor.

– Bailé el vals con ella antes de salir.

El joven rió y dijo:

– Si se me permite decirlo, señorita Lorna Barnett, usted también es un amor.

Tomados del brazo, subieron al barco.

Phoebe ya estaba a bordo con Jack Lawless, y se acercó a saludar a Lorna con un beso en la mejilla. Cuando Taylor le tomó la mano y la besó, se sonrojó pero afirmó:

– Les aseguro que ustedes dos hacen volver la cabeza. -Dirigió una breve sonrisa a Lorna, una mucho más prolongada a Taylor-. Pero aun así, Taylor, espero que no olvides que nosotras, las simples Marías, esperamos bailar contigo esta noche.

Taylor replicó:

– Lo único que necesito es un lápiz con punta.

Tomó el que colgaba de la tarjeta de baile de Phoebe mientras Jack, a su vez, se anotaba en el de Lorna, y propuso que todos fuesen a la cubierta superior, donde la banda atacaba: Bella soñadora.

Arriba, el sol de las siete de la tarde era cegador. Una campana emitió dos llamadas y. un momento después, con una sacudida y un empujón, el barco se puso en movimiento. El traqueteo del motor se aceleró. El olor humoso de la gasolina se elevó un instante, hasta que el navío se alejó del muelle y el aire se renovó. La brisa agitó los rizos de Lorna y le sacudió las faldas. Protegiéndose los ojos, buscó a Tim y al fin lo divisó cuando la lancha viró al Este y la libró del resplandor cegador.

– ¡Tim! -llamó, al tiempo que agitaba la mano y se acercaba.

– Buenas noches, señorita Lorna -la saludó, quitándose la pipa de la boca y evaluándola con el ojo sano, mientras el otro parecía mirar por encima de la borda.

– Oh, Tim, me alegro mucho de que esté aquí.

– Le dije que vendría, ¿no es así?

– Ya sé, pero uno cambia de planes. Hablaremos con mi padre esta noche, ¿eh?

– Caramba, qué impaciente, ¿no?

– Por favor, Tim, no me tome el pelo. ¿Lo hará esta noche?

– Por supuesto. Jens está tan impaciente como usted por saber qué dirá Gideon.

– Pero escuche, Tim, no le hable hasta que baje el sol y refresque, porque papá odia el calor. Para entonces, ya habrá tomado un par de julepes de menta, y eso le habrá quitado las ganas de discutir que podían quedarle. ¿Estamos de acuerdo?

Tim hizo una profunda reverenda y le sonrió con aire especulativo.

– Lorna, ¿le molesta si le pregunto qué interés tiene usted en esto? Porque, como ya dije, creo que está exageradamente impaciente por cambiar la opinión que su padre tiene del joven Harken.

Los ojos de la muchacha pretendían proclamar su inocencia. Abrió la boca, la cerró, volvió a abrirla. Con valentía, intentó permanecer compuesta y no sonrojarse. Por fin, replicó:

– ¿Y si tiene razón y ese barco es más rápido que cualquier otro que ande sobre el agua?

– ¿Está segura de que ese es el único motivo que tiene para ocuparse de esto?

– Claro. ¿Qué otro motivo podría tener?

– Detecté una leve atracción entre ustedes dos el domingo. ¿Estoy equivocado?

Las mejillas de Lorna ardieron.

– Oh, Tim, por el amor de Dios, no sea tonto. Es un criado.

– Así es. Y me siento obligado a recordárselo, porque, a fin de cuentas, yo soy amigo tanto de su padre como de Jens Harken.

– Lo sé. Pero, por favor, Tim, no diga nada del picnic.

– Prometí que no lo haría.

– Ya conoce a mi padre -dijo, estrujándole la manga para subrayar el ruego-. Sabe cómo es con nosotras, sus hijas. Para él, no somos más que materia matrimonial blanda, de cabeza hueca, a la que da órdenes y de las que sólo espera obediencia sin discusiones. Aunque fuese una vez, Tim, una vez, me gustaría que mi padre me mirase como si supiera que tengo cerebro, que tengo deseos y aspiraciones que van más allá de conseguir un esposo, atender una casa y criar hijos, como hizo mi madre. Querría navegar, pero papá no me deja. Querría ir al colegio, pero papá dice que no es necesario. Me gustaría viajar a Europa. Dice que puedo ir en mi luna de miel. ¿No entiende, Tim? No existe modo en que una mujer pueda aventajar a papá. Bueno, quizá yo pueda cambiar eso si escucha a Harken y financia la construcción del barco. Y si ganara, ¿acaso papá no me vería, por fin, bajo una nueva luz?