– Supongo que le gustaría serlo. Eso es todo.
– Eso significa que, al aparecer en la cocina e insistir en comer allí el pastel, yo le hice sentirse incómodo.
– Mi padre siempre decía que uno no molesta a otro, que cada uno se molesta a sí mismo. Ya se lo dije, tenía derecho a estar ahí, y lo repito.
Después de un silencio tenso en el cual Jens contemplaba el papel, y Lorna, a él, esta afirmó con voz serena:
– No estaba divirtiéndome con usted, Harken. Le aseguro que no.
Jens levantó la mirada. Lorna estaba erguida, apoyada con ocho dedos en el borde de la mesa tosca, la curva del pecho tan fluida como si él la hubiese dibujado con una de sus curvas de Copenhage, el cabello levantado y unos pocos mechones sueltos en tomo a la cara. Ese rostro era tan sincero, bello y vulnerable que ansiaba tomarlo entre sus manos y besar sus labios trémulos hasta que sonriera otra vez.
Pero sólo dijo en tono quedo:
– No, señorita.
– Me llamo Lorna. ¿Cuándo me dirá así?
– Ya lo dije.
– No "señorita Lorna", sino Lorna.
Si bien esperó, Jens se negó a repetir el nombre, pues esa última formalidad era una barrera necesaria entre ellos, que mantenía intacta por el bien de los dos.
Por fin, Lorna dijo:
– Entonces, ¿me perdona?
Aunque pensó en repetir que no había nada que perdonar, ambos sabían que eso la lastimaría.
– Olvidémoslo.
Lorna trató de sonreír, pero no pudo. Jens trató de apartar la mirada de ella, pero no lo consiguió. En silencio, enfrentaron esa atracción imprudente, prohibida, que se cernía sobre ellos. La llevaban dibujada en los rostros con la misma nitidez que las líneas sobre el papel de planos. Jens comprendió que uno de ellos tenía que ser sensato y, como siempre, fue el primero en apartar la vista.
– ¿Le gustaría ver los dibujos?
– Mucho.
Rodeó la mesa y se detuvo junto al codo de él, trayendo con ella el ya familiar perfume de azahar, la rigidez de la blusa azul almidonada en la visión periférica, y la manga abullonada casi junto a su oído.
– Todavía no están terminados, pero ya puede hacerse una idea de la forma básica del barco.
Lorna tomó un trozo suelto de papel donde estaba el esbozo que Jens había hecho en veinte minutos, para el padre.
– ¿Este es el aspecto que tiene?
– Más o menos.
Lo observó unos momentos, lo dejó y tomó otro, más preciso, en el que Jens estaba trabajando. Estaba fijo con chinchetas a la mesa.
– ¿Siempre los dibuja cabeza abajo?
– Ese es el modo en que los construyo, por eso los dibujo así.
– ¿Los construye boca abajo?
– Aquí… ¿ve? -Señaló una de las muchas líneas que cortaban verticalmente el perfil del barco-. Habrá una de estas formas más o menos cada sesenta centímetros alo largo de la nave, y se apoyarán en unos pies que sostienen el conjunto. Se llaman secciones o estaciones, y constituyen las bases del molde. Serán lo que determina la forma total del barco. Como este, ¿ve?
Si bien trazó la forma en el aire con las manos, supo que ella no podía imaginárselo.
– Es difícil comprenderlo mirando un dibujo unidimensional, pero haré unos cortes de las secciones, también, donde se verá cada estación. Entonces, le resultará más fácil verlo.
– ¿Cuánto tiempo le llevará?
– ¿Terminar los planos? Aproximadamente una semana y media más.
– ¿Y luego empezará a construirlo?
– No. En ese momento podré comenzar el lofting.
– ¿Qué es el lofting?
– Es… -Se puso a pensar-. Bueno, es ajustar la nave.
– ¿En que consiste ajustar la nave?
– Ajustar es asegurarse de que no tiene bultos ni irregularidades, que tiene una forma regular y tersa. -"Como tú", pensó-. Como una fruta -dijo-. La superficie del casco tiene que ser lisa desde cualquier punto hasta cualquier otro. Entonces se dice que está ajustada.
Lorna Barnett contempló a Jens Harken, el contorno de la cabeza y el cuello, los tirantes negros que formaban una curva tensa en la espalda, la línea del hombro y el brazo que se formaba cuando apoyaba el codo en la mesa y se concentraba en el papel de los planos.
Liso, pensó. Oh, sí liso y muy rubio.
Al percibir la tentación de pasar la mano sobre esa magnífica cabeza y esos hombros sólidos, resolvió que sería mejor salir de ese cobertizo y poner algo de distancia entre los dos. Más aún, vio que Jens no avanzaba mucho con ella interrumpiéndolo.
– Bueno, será mejor que lo deje trabajar. -Se apartó y fue al otro lado de la mesa-. ¿Puedo venir otra vez?
Le habría resultado más fácil contestar cualquier otra pregunta. Quiso decir: "No, mantente alejada", pero no podía negarle a ella el derecho y a sí mismo el placer, como tampoco podría trabajar en una cocina el resto de su vida.
– Estaré ansioso de recibirla -respondió.
Fue con frecuencia, perturbándolo no sólo cuando estaba presente sino cuando se iba. Solía inspeccionar los dibujos, hacer preguntas, encaramarse al banco de hierro y charlar, a veces observándolo en un silencio tan conmovedor que Jens lo sentía como espasmos en la carne. Apareció un viernes, cuando los planos estaban casi terminados, y después de constatar los progresos se dirigió hasta el banco de hierro. Extendió un trozo de papel para los planos sobre el asiento oxidado, se sentó, levantó las rodillas y las rodeó con los brazos.
– ¿Le gustan las bandas de música? -preguntó, de pronto.
– ¿Las bandas de música? Sí, en realidad, sí.
– Mañana viene el señor Sousa. Vi los carteles.
– No, quiero decir que mañana viene aquí, a Rose Point. Mi madre dará una recepción para él después del concierto de mañana por la noche, y será nuestro invitado.
– Usted irá al concierto.
Apoyó el mentón sobre las rodillas.
– Ahá.
– ¿Y estará el señor Du Val?
– Ahá.
– Bueno, espero que lo pase muy bien.
– ¿Usted irá?
– No, estoy ahorrando dinero.
– Ah, eso está bien. Para empezar con un astillero.
Lo dejó dibujar un rato, contemplándolo y luego, de repente, cambió otra vez de tema:
– ¿Cuándo empezará, en serio, la construcción del barco?
– Oh, más o menos dentro de un par de semanas.
– Lo ayudare.
Como estaba a una distancia prudente, Jens pudo examinarla. Ese día, estaba vestida de amarillo claro. La falda caía sobre el borde del banco como un abanico invertido. El pecho estaba apretado contra los muslos, y el cabello parecía tan suave como la hierba de la pradera.
– ¿Alguna vez se le ocurrió pensar qué pasaría si su padre apareciera por aquí y la encontrase conmigo? Espero que lo haga, para ver los planos, ¿sabe?
– Se enfadaría mucho y me regañaría, y yo diría que tengo derecho de estar aquí, pero no lo despediría a usted porque ansía el barco y usted es el único capaz de hacerlo.
– Está demasiado segura, ¿verdad?
– ¿Usted no?
– No.
Lorna se limitó a reflexionar, con la mejilla apoyada en la rodilla, observándolo sin pudor.
– ¿Su hermano es como usted? -preguntó.
– No.
– ¿Y cómo es?
– Va pausado, mientras que yo corro. El se queda en el Este, donde está seguro y tiene trabajo, yo en cambio vine aquí, donde no tenía. Pero sabe de barcos.
– ¿Le preocupan las líneas fluidas tanto como a usted?
Jens sacudió la cabeza, como diciendo: "Muchacha, no puedo ir a tu ritmo".
– ¿Se parece a usted?
– Así dicen.
– Entonces, es apuesto, ¿verdad? Jens enrojeció. -Señorita Barnett, creo que eso no es algo apropiado para…
– ¡Oh, escúchenlo! "Señorita Barnett", y en ese tono… Y ahora, apuesto a que recibirá un sermón.
Jens se levantó, rodeó la mesa, la tomó de las pantorrillas y le apoyó los pies en el suelo.