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– Gracias por el pescado.

– Fue un placer, señorita Lorna.

– Ya está otra vez con ese señorita Lorna. ¿No importa que me haya besado?

La respuesta estuvo cargada de sentido:

– Importa muchísimo.

Lorna atrapó en la suya la mirada de Jens y los dos sintieron el desgarro de la separación que los impulsaba en dos direcciones. Jens veía con claridad el deseo de que volviese a besarla. El también quería hacerlo. Abrió lo suficiente como para pasar los hombros, y se quedaron en el haz de humedad exterior, oyendo las gotas de lluvia que sonaban blandas sobre la alfombra vegetal del bosque.

Jens quiso decir: "Vuelve otra vez, me encanta tenerte aquí, charlar contigo sobre el barco, compartir mis sueños; adoro tu cabello, tus ojos, tu sonrisa y muchas otras cosas".

Pero sólo dijo:

– No se olvide de los pepinos.

Lorna sonrió y respondió:

– No me olvidaré.

Lo último que vio fue su silueta que corría por el sendero, levantándose la falda hasta las rodillas.

A Lorna la sorprendió su propio rechazo a contarle a Phoebe Armfield su encuentro íntimo con Jens Harken. Lo atesoró para sí y se acostó temprano esa noche para extraerlo y examinarlo sola, en la oscuridad. Tendida de espaldas, con medallones de pepino sobre el rostro, lo trajo a la memoria. En el recuerdo, toda esa tarde adquirió una cualidad especial, hecha de madera y lluvia, simplicidad y honestidad. Qué placer descubrió en el pasatiempo plebeyo de sentarse con las piernas cruzadas en medio del suelo de madera recién cortada y comer sobras de pescado. Qué alegría gozó estando delante, muy cerca de Jens Harken, y observando las expresiones que recorrían una gama de reacciones, de la risa a la reflexión, pasando por la admiración. Y, por último, cuando el beso acabó, el mismo deseo desnudo que ella sentía.

Si lo supiera su madre se sentiría mortificada.

Lorna estaba descubriendo que no era como su madre. Era un ser humano sensible y sensual, para el cual Jens Harken se había convertido en un hombre, no en un criado sino en una persona a la que podía respetar, gustarle, admirar incluso, que tenía un sueño y actuaba en consecuencia. La atracción física hacia él no sólo traspasaba las barreras de clase sino que las negaba. Cuando estaban juntos, no eran otra cosa que un hombre y una mujer, no un hombre pobre y una mujer rica. Estar con él le daba felicidad. Observarlo trabajar, la fascinaba. Escucharlo hablar era tan arrebatador como escuchar las marchas de John Philip Sousa.

Se sintió abrumada por la intensidad de sus propias reacciones a meros aspectos físicos del hombre. Por supuesto, el bello rostro noruego, pero también las manos, el cuello, las venas en la parte interna de los brazos, los tirantes cruzados, hasta la forma de los dedos en los calcetines… cada uno de esos rasgos le despertaba una tempestad de sensaciones, sólo porque formaban parte de él. Cuando se movía, cada ángulo de sus miembros se convertía en un ballet ante los ojos de la muchacha, cada giro de la cabeza, una perfección. Hasta le parecía que la ropa susurraba de un modo completamente distinto a la de otros hombres.

Y besarlo… oh… besarlo era una delicia de una magnitud inimaginable. Olía como el cobertizo, a cedro, a madera, casi sabía así, y cuando la lengua de Jens tocó la de ella, sintió como si hubiese absorbido todo el cálido resplandor ambarino de alrededor en un solo punto y se lo hubiera traspasado a ella. El solo hecho de pensarlo la excitaba. Acostada en el dormitorio, un piso debajo de Jens, decidió que lo único que le impediría volver a besarlo era que la encarcelaran.

Jens Harken había descubierto que era mucho más fácil sacar a Lorna del cobertizo que de su cabeza. El resto de la tarde lo persiguió, sonriéndole desde el recuerdo, alzando el rostro para que la besara, dejándolo levantado cuando el beso terminó.

Muchacha maldita, adorable, incorregible.

Esa noche, en el dormitorio mismo, Lorna estaba aún en la cabeza de Jens, casi dentro del corazón. Para impedir que abriese camino dentro de él en otras direcciones, escribió a su hermano:

Querido Davin:

Creo que, por fin, hice un avance. Encontré a alguien que financie el barco de casco plano del que estuve hablando durante años: mi patrón, el señor Gideon Barnett, ¿qué te parece? Me hizo instalar en un cobertizo, me dejó comprar herramientas y madera, y ya estoy terminando el lofting. Creo que sigue pensando que estoy loco, pero está dispuesto a invertir dinero por la posibilidad de que no lo esté. Me otorgó tres meses, aunque el buque no correrá hasta el próximo verano. Cuando lo haga tienes que estar listo pan venir aquí. La nave ganará a lo grande, y todo el país se enterará, y tú y yo entraremos en la industria. Estuve ahorrando hasta el último centavo, y espero que tú también lo hayas hecho, pues necesitaremos cada centavo si queremos que Astilleros Harken se convierta en realidad. Cuando así sea, tendremos algo con qué empezar, pues yo pagué los materiales del molde con mi propio dinero y, por lo tanto, puedo conservarlo, que es más de lo que teníamos cuando estaba en el Este.

Me gustaría que estuvieras aquí, y así podríamos hablar del diseño del barco y trabajar juntos en él. Conocí a un nuevo amigo llamado Ben Jonson, y creo que le pediré que me ayude cuando llegue el momento de arquear las costillas. Es nórdico, como habrás adivinado, y nadie es capaz de alisar un barco como nosotros, los nórdicos, ¿no es cierto, hermano? Trabaja en el almacén donde compré la madera, pero el trabajo disminuye aquí en el otoño cuando termina la temporada de construcción, y pienso que estará disponible para ayudarme. Me llevó a pescar el domingo, y sacamos una buena cantidad de sollo, que aquí abunda.

Ah, de paso, compartí parte del pescado con una dama.

"Compartí parte del pescado con una dama." Eso era todo lo que Jens se atrevía a contar. El torbellino de sentimientos que Lorna despertó en él le exigía que lo dijese pues, igual que ella, si no se lo contaba a alguien estallaría. Pero no diría nada más.

Cuando cerró la carta y apagó la luz, se acostó otra vez en el cuarto del ático, de manera parecida a como lo hacía Lorna un piso más abajo, recordando la imagen de ella y el placer de pasar el tiempo con ella, de besarla.

Cerró los ojos, enlazó los dedos sobre el pecho y comprendió una cosa trascendental. Hasta ese momento, cuando soñaba en construir una nave veloz, soñó por sí mismo, por el placer de contemplarla volar en el viento, y por las consecuencias que acarrearía: iniciar un negocio para él mismo y para el hermano Davin, con más clientes de los que pudiesen atender.

Ahora, por primera vez, soñó en ganar por Lorna, para ser digno de ella a los ojos de su padre y conquistar el respeto de otros hombres como su padre, y que no pudiese ordenarle más que regresara a la cocina.

Se imaginó la regata, él deslizándose, siempre deslizándose, y Lorna Barnett en el muelle con otras mujeres cubiertas de sombrillas, animándolo mientras él planeaba a favor del viento, con la proa levantada y las velas hinchadas. Se imaginó el barco pasando como una exhalación ante la boya de la meta, oyó los aplausos de la multitud desde el jardín del club cuando se acercaba, y a Tim Iversen tomando la fotografía para colgarla de la pared del Club de Yates, y a Gideon Barnett estrechándole la mano y diciendo:

– ¡Bien hecho, Harken!

Un solo beso fue capaz de engrandecer su sueño hasta ese extremo. Pero en su fuero íntimo sabía que era imposible. Jens no era del miembro club, y tal vez nunca lo sería. Quizá, tampoco condujera su barco, pues solían contratar pilotos con récords ganadores y los traían de todos los países en el esfuerzo por ganar las grandes carreras. Jens no tenía récord ni barco propio, ni riqueza ni status.