Выбрать главу

La camisa estaba hecha de suave linón blanco, fruncida por una cinta azul formando un escote en el cuello, con botones debajo. Sostuvo la prenda y los pechos con las dos manos, mirándola a los ojos mientras con los pulgares les daba la forma del deseo.

– ¿Tienes miedo cuando te toco así?

– Al principio, sí.

– ¿Y ahora?

– Ahora… oh, ahora…

Se aflojó con la caricia y se dejó llevar, Jens alzó un pecho bien alto y se inclinó, besándolo a través del fino linón, y mordiéndolo con suavidad. Dio al otro pecho el mismo trato y sostuvo los dos con las manos, sonriendo a la cara extasiada de Lorna.

– Existen otras maneras en que un hombre toca a una mujer. No las conoces, ¿verdad?

– No… -murmuró.

– Así. -Puso una mano sobre la parte delantera de la falda y la frotó suavemente contra el pubis-. De este modo… curvó los dedos, adaptándolo a la forma escondida-, y así… Es parte del amor. ¿Sabes porqué?

Embrujada por la voz y la caricia de Jens, Lorna negó con la cabeza.

– Para hacer hijos.

– ¿Hi… hijos?

Lorna se sobresaltó y se aparté, con mirada incrédula.

– En ocasiones. A veces, sólo por placer.

– ¿Hijos? ¿Aunque no estén casados?

– Me imaginé que no lo sabías, y quise advertirte de lo que podría suceder.

De pronto, la advertencia de su madre se le apareció con absoluta claridad. Se aparté con vivacidad, sintiéndose engañada, atrapada. Todos los adorables sentimientos que abrigaba hacia Jens le parecieron una sucia trampa que les tendía la naturaleza a los dos.

– No puedo tener un hijo. Mis padres me… me… Oh, caramba, no sé qué me harían.

Se veía realmente horrorizada.

– Te asusté, y lo lamento. -Le tomó los brazos con delicadeza y la atrajo hacia él de nuevo-. No tendrás un hijo, Lorna, no es tan fácil. Hace falta más que tocarse y, aun así, no todas las veces ocurre. Y no sucederá en absoluto si nos detenemos a tiempo.

– Oh, Jens… -Se dejó caer sobre él y le rodeó el cuello con los brazos-. ¡Qué alivio! Me asustaste. Creí que tendría que volver a casa, aunque es lo último que quisiera hacer. -Lo apretó con más fuerza y su tono se volvió apasionado-: Quisiera quedarme aquí, contigo, hasta el amanecer si pudiera, y mañana y al día siguiente, y al otro. No hay otro lugar en el que quiera estar, salvo aquí, en tus brazos. Si esto no es amor, no sé qué puede ser. Oh, Jens Harken, te amo tanto que mi vida entera ha cambiado.

La caída provocó otro beso… una búsqueda frenética de la boca abierta de cada uno que recorría la cara del otro, para unirse otra vez, clamar y hacer renacer la pasión interrumpida instantes atrás. Boca a boca, mano sobre pecho, cuerpo a cuerpo, lucharon por acercarse más aun a la conclusión ineludible del amor. Levantó la falda con las dos manos, y aferró las caderas con firmeza colocándola pegada a él y la hizo arquearse. Le enseñé a moverse como las olas contra la orilla, y ahí, en ese punto donde los cuerpos se unían, brotó el deseo urgente. La besó con cierta brutalidad, en una lujuriosa fusión de las dos bocas húmedas, atrapó el labio inferior con los dientes y lo retuvo, como diciendo: "Quédate quieta", al tiempo que deslizaba una mano bajo la camisa, que tenía una abertura de delante hacia atrás. La sujetó con firmeza a través del blanco linón húmedo, como si Lorna fuese un puñado de césped que levantaba de la tierra y arrojaba sobre el hombro. Con los dientes y con una mano la sostuvo, meciendo esa mano de manera suave y rítmica hasta que Lorna se sintió invadida por una cálida ola de colores… un espléndido amanecer de colores que parecía inundarle el corazón y los miembros. En un momento dado, los miembros quedaron laxos, luego se estremecieron en sobresaltada sorpresa cuando el hombre deslizó la mano dentro de la camisa y la metió dentro de su cuerpo.

– Oh, Jens… -susurró, cuando la caricia se hizo más honda, y echó la cabeza atrás.

– Tiéndete -le murmuró, y la sostuvo mientras los dos se tendían sobre el fragante piso de madera donde, una vez, Jens había perfeccionado un barco que se llamaba como ella.

Además, en ese momento ya le conocía la forma, del mismo modo que conocía la forma del Lorna D. Las manos de Jens se curvaron sobre Lorna como se curvaban sobre el blanco molde de roble que se cernía sobre ellos. Dentro de la muchacha fluyó el calor, como había fluido de la madera misma cuando Jens la lijó ese mismo día. La tocó de miles de formas íntimas, tentadoras, hasta que las caderas se alzaron del piso de pino buscando más y más.

Echó las faldas hacia atrás y se apoyó en un codo, contemplando las facciones de Lorna distorsionadas por el deseo, la garganta elevada hacia los maderos del techo, y el modo en que la luz tenue del fuego pintaba el contorno del rostro. Tenía los ojos cerrados, los brazos abiertos, los omóplatos casi no tocaban el suelo.

– Lorna, Lorna… criatura bella… -murmuró-, así es como te imaginé.

En cuanto la caricia cesó, Lorna abrió los ojos. Jens abrió los botones del corpiño y lo apartó, dejando los pechos al descubierto. Ahí la besó, la adoró, la ungió con la lengua y la contorneó con los labios. De nuevo, bajó para acariciarla en el sitio íntimo. Y la muchacha cerró los ojos y cantó con un arrullo ronco, 41 mismo tiempo que se curvaba hacia un lado y formaba con los brazos y una pierna una figura alrededor del hombre.

Llegó un momento en que Jens sintió el impulso de buscar una vez más los ojos de Lorna, con los suyos, que sólo iluminaban unos puntos de luz del fuego que se extinguía junto a ellos.

– Te amo tanto…

– Yo también te amo. Siempre, siempre te amaré, pase lo que pase.

Jens la rozó muy suavemente con los labios abiertos, y susurró:

– También puedes tocarme tú a mí. -La inmovilidad de Lorna le indicó que no sabía bien dónde ni como-. Donde quieras -la alentó.

Cuando le tocó el pecho desnudo, Jens abandonó la boca de Lorna para observar cómo sus ojos acompañaban el recorrido de la mano. Lo exploró con timidez, aprendiendo al mismo tiempo: la textura del vello dorado, la firmeza de las costillas, otra vez el cabello sedoso, evitando los pezones.

– Eres todo dorado… como un vikingo. En ocasiones, pienso en ti como mi vikingo nórdico de cabellos de oro, que llega en un enorme buque para raptarme.

Le atrapo la cabeza y la atrajo hacia sí para besarlo, reanudando luego la exploración del pecho desnudo, deslizando la mano bajo el tirante y corriéndolo hacia el hombro.

– Bájalo -susurró, con la boca pegada a la de ella-. Está bien… bájalo.

Deslizó el tirante por el hombro, y cayó, lacio, sobre el brazo.

– Y ahora, el otro -murmuró, cambiando el peso para facilitárselo.

Cayó el segundo tirante y las manos de Lorna juguetearon sobre Jens: los hombros, el cuello, las costillas, el pecho, hasta que todos los sentidos fluyeron hacia ella y la parte baja del cuerpo ansió entrar en ella. Le atrapo la mano y la llevó hacia abajo, instándola:

– No tengas vergüenza… que no te dé miedo… aquí… así… -haciéndole sentir su calor y su dureza por primera vez, tras una capa de lana áspera. Ahuecó la mano de Lorna bajo la propia, amoldándola a su forma y pronunció ese nombre que tanto amaba-. Lorna… Lorna… -y movió las manos de los dos enseñándole, animándola, hasta que ella tomó la iniciativa.

En un momento dado, abrió cuatro botones y metió la mano de Lorna en el sitio secreto, cálido y oscuro que la esperaba. En ese instante de encuentro íntimo, los dos estaban tendidos de lado, la oreja apoyada en el brazo flexionado y se miraban a los ojos.

Jens los cerró al contacto de Lorna, y el pecho bajó y subió como si estuviera haciendo un trabajo pesado.