La tomó de los brazos y la apartó un poco, para poder verle el rostro.
– ¿Pensaste, que tal vez te hiciera esto y luego me comportara como si nada hubiese sucedido?
– No lo sé. Me di cuenta después, cuando estábamos acostados juntos, quietos… No querré hacerlo con ningún otro hombre. Después de hacerlo contigo, no podría, pero, ¿y si no me lo pedías?
– Te lo pido. Lorna Barnett, ¿te casarás conmigo en cuanto mi barco gane la carrera y yo tenga mi propio armadero, y muchos clientes que nos proporcionen un medio de vida decente?
Lorna adquirió una expresión radiante.
– Dije que sí. Nada podrá impedírmelo. Ni mi padre, ni mi madre, ni el señor Taylor Du Val ni todas las expectativas sociales que tienen para mí pues, entre tú y yo, tiene que ser. En especial, después de esta noche.
– Oh, Lorna. -La estrechó contra sí-. Trabajaré tan duro para ti, que quizá me haga más rico que tu padre, y verás cómo te daré una buena vida.
– Sé que lo harás, Jens.
– Y tendremos hijos, y les enseñaremos a navegar, y los llevaremos de picnic; y cuando sean grandes, les enseñaré a fabricar barcos conmigo.
– Sí -suspiré Lorna -, sí.
Se sentaron otra vez, y se sonrieron, tomados de la mano.
– Y ahora, será mejor que te vistas para volver a tu casa antes que tus padres.
– ¿Cuándo te veré de nuevo?
– No lo sé.
– Mañana. Traeré a Phoebe a ver el barco.
– El molde. Todavía no es un barco.
– Sí, el molde. Traeré a Phoebe, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. Pero no prometo impedir que se perciba la verdad. Puede suceder que te agarre donde estés y te bese, esté Phoebe o no.
Le dio una palmada juguetona en el pecho.
– No harás semejante cosa. Serás un perfecto caballero, como hoy. -Sin embargo, me costará.
– Me alegro -bromeó, tocándole el labio inferior con el índice.
Unos momentos después, bajó la mano y la apoyó sobre el pecho de Jens, y luego atrapó la mano de él. El tiempo pasaba: sabían que tenían que separarse, pero robaban un minuto más, agarrados de la mano como niños inocentes, adorándose, saciándose en previsión de la separación que los aguardaba.
– Tienes que irte -dijo Jens con suavidad.
– Ya sé.
La hizo ponerse de pie y abotonó la espalda de la blusa mientras Lorna se sujetaba el cabello. Una vez cerrada la prenda hasta la nuca, Jens le puso las manos en la cintura.
– Lorna, en lo que concierne a Du Val…
Dejó caer el cabello, y se dio la vuelta.
– Hablaré de inmediato con mi madre acerca de él. Como papá será un poco más difícil, empezaré con mamá, para que vaya haciéndose a la idea de que no es para mí. Cuanto antes comprendan que no me casaré con él, mejor.
Jens pareció aliviado.
– Y te prometo -agregó, impulsiva-, que nunca más usaré el reloj. Esta promesa sí puedo hacerla, y la cumpliré. Lo juro por mi amor hacia ti.
Jens le oprimió las manos, diciéndole con los ojos cuánto le agradecía la promesa.
– Arréglate el cabello -le dijo.
– Oh, caramba. -Se lo tocó-. Me olvidé el peine. ¿Tienes?
Jens se encogió de hombros.
– Lo siento… -respondió, tratando inútilmente de acomodárselo con los dedos.
– Oh, es inútil. Necesito algo más que los dedos.
Se rascó mientras Jens, de rodillas buscaba las hebillas en el piso escasamente iluminado.
– ¿Y esto? ¿Te servirá?
Hizo lo que pudo, inclinándose por la cintura y echando hacia adelante la pesada masa oscura de la cabellera, la agarró con las manos y trató de reconstruir el peinado en forma de nido, bajo la mirada del hombre.
Cada uno de los movimientos, cada pose, iba a parar al arcón de los recuerdos de Jens, para sacarlo luego en las horas solitarias de la noche, mientras durmiese en el cuarto del piso alto.
– Nunca te lo había dicho: adoro tu cabello.
Las manos se demoraron poniendo la última hebilla. Entonces, las dejó caer lentamente, llenas de un amor tan puro y fino que parecía que propio corazón de Lorna había abandonado su cuerpo para ir a morar en el de Jens.
– Un día, me gustaría observar -prosiguió- cómo levantas ese precioso nido de pájaro que usas. Te imagino haciéndolo… cuando estoy solo en mi cuarto. Cada vez que te imagino, estás vestida con ese atuendo blanco y azul que llevabas el primer día, con mangas tafldes que se despliegan alrededor de tus orejas cuando alzas los brazos, y tus pechos también se alzan, y la cintura se te afina como un árbol joven. Y yo te tomo de la cintura de modo que cuando bajes los brazos queden alrededor de mi cuello, y digas mi nombre. Jens… sólo Jens, cómo amo oírtelo decir. Ese es el simple sueño que tengo.
Lorna sonrió, y sintió que las mejillas le ardían de felicidad.
– Oh, Jens, eres un hombre adorable.
Jens rió, sospechando que se había vuelto demasiado romántico para el punto de vista masculino, aunque era cierto y habla querido decírselo durante todo el verano.
– Cuando sea tu esposa, podrás mirarme todas las mañanas.
Tenía el cabello levantado, el vestido abotonado. Era tarde.
– Debo irme.
Jens le puso la capa sobre los hombros. Caminaron hasta la puerta. El la abrió y la puerta crujió, despidiéndose. Afuera, se abrazaron por última vez, anhelantes, en silencio. Jens se apartó, la tomó de los costados del cuello y le besó la frente varias veces, hasta que al fin, la dejó partir.
10
Phoebe quedó debidamente impresionada tanto por el Lorna D como por el constructor. En cuanto estuvieron solas ella y Lorna, exclamó:
– ¡Es ese! Lorna llevó el índice a los labios.
– ¡Shh!
– Pero es el que me contaste. Con el que hiciste el picnic, y del que estás enamorada, ¿no es cierto?
– ¡Phoebe, cállate! Si alguien te oyera, me meterías en problemas.
– Oh, ¿quién va a oírme aquí, en el jardín? Vamos, sentémonos en el mirador y ahí podremos hablar. Si se acerca alguien, lo veremos.
Se sentaron en el mirador, sobre bancos de madera, apoyadas en los respaldos enrejados, gozando del sol de la tarde, mucho más débil desde que agosto había dado paso a septiembre.
– Muy bien -exigió Phoebe-, ¿qué pasa entre tú y ese apuesto noruego constructor de barcos? ¡Cuéntamelo ya!
Lorna se rindió, y respondió sin ánimo aniñado:
– ¡Oh, Phoebe!, ¿me prometes que no lo dirás?
– Te lo juro.
– Estoy enamorada de él, Phoebe. En cuerpo y alma, enamorada de él para siempre.
La seriedad, la calma, el modo directo de Lorna expresaban más que sus palabras, y Phoebe le creyó por esa primera revelación.
– Pero, Lorna. -También a ella se le contagio la seriedad-. ¿Qué me dices de Taylor?
– Nunca amé a Taylor. Mis padres tendrán que entender que ya no puedo seguir viéndolo.
– Nunca lo entenderán. Se sentirán muy perturbados.
– Sí, supongo que sí, pero no tuve la culpa, Phoebe. La primera vez que vi a Jens, algo me pasó aquí dentro. Me tocó el corazón. Desde la primera vez que hablamos, hubo un entendimiento entre nosotros, como si estuviésemos destinados a encontrarnos y a tener un vínculo algo más que pasajero. Los dos lo sentimos, mucho antes de haber hablado o de… o de besamos.
– ¿Te besó?
– Oh, sí. Me besó, me abrazó, me susurró palabras tiernas, y yo a él. Cuando estamos juntos, nos resulta imposible evitarlo.
Con semblante contrariado, Phoebe tomó la mano de su amiga.
– Entonces, estoy preocupada por ti.
– ¿Preocupada?
– Es un hombre común, un inmigrante; no tiene familia, dinero ni posición social. Nunca te dejarán casarte con él, nunca. Desde el momento en que se enteren, harán todo lo que esté en poder de ellos para que no suceda.
Lorna dejó vagar la mirada por el jardín.
– Sí, supongo que sí.