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– Oh, Lorna, sufrirás.

Lorna suspiró y cerró los ojos.

– Lo sé. -Los abrió otra vez-. Pero, por favor, no me pidas que no lo vea más, Phoebe. No podría soportarlo. Necesito por lo menos un aliado en quien pueda confiar, alguien que crea que lo que estoy haciendo está bien…, para mí y para Jens.

– Puedes confiar en mí, Lorna. Te prometo que nunca trataré de disuadirte acerca de él, porque veo que tu amor es verdadero. Ya te ha hecho cambiar.

– ¿Sí, en serio he cambiado?

– Tienes una serenidad que nunca te vi antes.

– Serenidad… sí, supongo que sí. Así me siento por dentro… como si toda mi vida hubiese estado espiando por una ventana polvorienta, irritada porque no podía ver con claridad y, por fin, alguien la ha limpiado. Y ahora, estoy aquí, contemplando el mundo en todo su brillo, radiante de colores, y me pregunto cómo pude no haber advertido antes lo hermoso que era. Oh, Phoebe… -Giró hacia su amiga un rostro radiante-. Es imposible describir qué se siente. Que todo me parece gris y sin vida cuando estoy lejos de él, pero cuando estoy en su presencia todo revive otra vez. Se toma espléndido y lleno de significado. Y cuando él habla, su voz es algo más que palabras… es una melodía. Y cuando me toca, sé por qué he nacido; y cuando se ríe, soy más feliz que cuando yo misma río; y cuando nos separamos… -Lorna se apoyó en el respaldo y dio la vuelta a la cara hacia el cobertizo lejano-. Y cuando nos separamos, es otoño en mi corazón.

Las muchachas guardaron silencio bajo el sol, abrumadas las dos por el conmovedor soliloquio de Lorna. Los insectos zumbaban en el mirador. Más allá de un roble, en el otro extremo del jardín, Smythe rastrillaba las bellotas. Agnes venía caminando desde la casa entre las flores, con el sombrero a la espalda y el pelo brillando al sol mientras se estiraba para atrapar una mariposa con la red.

– Ahí viene la tía Agnes -dijo Lorna, melancólica.

– Está atrapando mariposas para la colección.

La anciana pasó junto a una bonita mariposa y la puso en una jaula de grillos de bronce.

– Pobre tía Agnes, prensando flores y coleccionando mariposas, con la vida atrapada en ese amor perdido.

Al verlas, Agnes levantó la mano y las saludó, y las muchachas le respondieron.

– Lo único que quería en la vida era a su bienamado capitán Dearsley.

– Entonces, entendería lo que sientes hacia Jens.

Las chicas intercambiaron miradas. Entre ellas, resplandeció lo que no dijeron: que Lorna iba a necesitar comprensión en los días por venir.

– Sí, creo que sí.

De pronto, septiembre se tomó cálido. Las mariposas monarcas migratorias regresaron, y Agnes atrapé unas cuantas. Theron, Jenny y Daphne, al igual que Mitch Armfield, todos los días abordaban el tren para ir a la escuela en la ciudad, y regresaban a última hora de la tarde, quejándose del calor en el tren, en las aulas, en los dormitorios. Lorna bendecía cada día de veintinueve grados, pues eso significaba que aún no se harían planes para el regreso de la familia a la casa de la Avenida Summit, en Saint Paul.

Taylor la invitó a tomar el tren teatro a la ciudad, para ver a Mary Irwin en The Widow Jones (La viuda Jones), pero Lorna rechazó la invitación con la excusa de que no tenía el menor deseo de ver a la voluptuosa y estrepitosa rubia retozando por el escenario, cantando ese nuevo ritmo profano llamado ragtime. Taylor le sugirió que podían ver otro espectáculo, otra noche, y le preguntó por qué no usaba ya el reloj que le había regalado. Lorna se tocó el corpiño y le contó una mentira descarada:

– Oh. Taylor, lo siento tanto. Lo perdí.

Esa noche, fue hasta la punta del muelle y tiró el reloj al lago.

La madre organizó una cena para doce personas, y colocó la tarjeta de Lorna junto a la de Taylor. Mientras Levinia daba los toques finales al comedor, Lorna cambió su tarjeta y la puso en el extremo opuesto. Levinia contrajo el semblante y dijo:

– Lorna, ¿qué rayos estás haciendo?

– Madre, ¿te sentirías muy desilusionada si me sentara junto a otra persona?

– Otra persona… ¿por qué, Lorna?

Deseando que su rostro se mantuviese pálido e inescrutable, Lorna se aferró al respaldo de palo de rosa de la silla y se enfrentó a Levinia desde el otro lado de la elegante mesa:

– Supongo que no me creerías si te dijera que Taylor y yo no nos llevamos muy bien.

Levinia la miró como si en ese instante advirtiera que no tenía ropa interior.

– ¡Disparates! -estalló-. Os lleváis bien, y no quiero oír una palabra en contra!

– No siento nada hacia él, madre.

– ¡Sentimientos! ¿Qué tienen que verlos sentimientos con esto? El matrimonio con Taylor te dará una casa tan imponente como la nuestra, y te moverás entre la crema de la sociedad. Si hasta me atrevo a decir que no pasarán más de uno o dos años para que Taylor tenga, incluso-,una casa de verano aquí.

– ¿Por eso te casaste con papá? ¿Por una casa imponente, un lugar en la sociedad y la casa de verano en White Bear Lake?

– ¡No seas impertinente, jovencita! Soy tu madre y…

– ¿Y tú qué? ¿Amas a mi padre?

– Baja la voz!

– No levanté la voz. Eres tú la que está gritando. Es una pregunta sencilla, madre: ¿amas a mi padre? Me lo pregunté muchas veces.

El semblante de Levinia adoptó un color tan purpúreo como el papel de las paredes.

– ¿Qué es lo que te pasa, muchacha insolente?

– Quiero que comprendas que cuando Taylor me toca quiero refugiarme en casa.

Levinia lanzó una exclamación:

– Oh, Dios… -Dejando el montón de tarjetas, se acercó corriendo y murmuré-: Oh, Dios querido, esto es inquietante. Lorna, no se habrá aprovechado de ti, ¿verdad?

– ¿Aprovecharse?

Levinia aferró el brazo de su hija y la llevó hacia el salón pequeño, cenando tras ellas las puertas dobles.

– Te advertí contra los hombres. En ese sentido, son todos iguales. ¿Acaso él… bueno, él…? Ya sabes… -Levinia agité una mano en el aire-. ¿Hizo algo desafortunado cuando estabais solos?

– No, madre.

– Pero dijiste que te tocó.

– Madre, por favor, no es nada. Me besó, eso es todo.

Lorna habló convencida, pues ahora sabía bien que lo que había hecho con Taylor en realidad no era nada.

– ¿Y te abrazó?

– Sí.

– ¿Y nada más? ¿Estás segura de que no hubo nada más?

– Sí.

Levinia se derrumbo en un sofá.

– Oh, gracias a Dios. De todos modos, teniendo en cuenta lo que me dijiste, creo que sería hora de fijar la fecha de la boda.

– ¡Fecha de la boda! ¡Madre, acabo de decirte que no quiero casarme con Taylor!

Levinia siguió, como si la hija no hubiese hablado:

– Hablaré enseguida con tu padre, y él lo hará con Taylor, y así pondremos en marcha los planes sin tropiezos. Junio, diría yo, aquí en el jardín, cuando los rosales florecen. En esa fecha, siempre hace un tiempo encantador, yen el patio caben tantas personas como en Saint Mark, o más. Oh, caramba… -Se pellizcó el labio inferior, y miró por la ventana-. No estarían maduras las mejores verduras del verano, pero hablaré con Smythe y veré si puede hacerlas madurar este invierno. Sí, eso es lo que haré… y también las frambuesas. Smythe es un mago con cualquier cosa que crezca en la tierra, y cenaremos en el jardín. ¡Oh! -Señaló a Lorna-. Y la ceremonia se hará en el mirador, por supuesto. Haré que Smythe coloque algunas plantas de florecimiento temprano alrededor…, algo vistoso, pues las clemátides aún no estarán en flor…, y, por supuesto, tus hermanas serán las damas de honor, y estoy segura que querrás que también lo sea Phoebe. Lorna… Lorna, ¿a dónde vas? ¡Lorna, vuelve aquí!

Aterrada, Lorna corrió directamente hacia Jens, pues necesitaba sentir la tranquilidad de sus brazos rodeándola, pero sólo encontró allí a dos amigos de su padre, miembros del club, que observaban el molde y hacían preguntas sobre el diseño. En el camino, compuso una expresión de circunstancias y corrió al encuentro de la tía Agnes. Pero, por desgracia, Agnes estaba en su cuarto, durmiendo la siesta envuelta en una colcha de estambre, y la muchacha no tuvo corazón para despertarla. Corrió abajo y estaba cerrando de un golpe la puerta principal cuando Levinia la llamó desde la entrada del salón pequeño: