Выбрать главу

– Lorna, ¿a dónde vas?

– ¡A casa de Phoebe! gritó, saliendo como si la persiguiera un tornado.

Phoebe, ¡bendita sea su alma!, estaba en la casa, tocando el piano cuando Lorna irrumpió.

– Phoebe, te necesito.

– Lorna, hola… Oh, ¿qué sucede?

Lorna se deslizó en el asiento del piano y cayó en brazos de su amiga.

– Estoy asustada y enfadada, y quisiera atar a mi madre a su estúpido mirador junto con las enredaderas de clemátides y dejarla allí todo el invierno!

– ¿Qué pasó?

– Aunque le dije que no quería casarme con Taylor, dijo que, de todos modos, fijaría una fecha. ¡Phoebe, no quiero casarme con él, no quiero!

Phoebe abrazó con fuerza a su amiga y pensó en una respuesta que no sonara como un intento de aplacarla pero, como no la halló, la reservó y dejó que despotricara.

– No quiero terminar como mi madre. No podría vivir así. Phoebe, le pregunté si amaba a mi padre, y ni aun pudo mentirme al respecto. Simplemente, no me contestó. Se escapó por la tangente con los planes para la boda, parloteando de Smythe y de f…frambuesas y j… junio en el mi… mirador…

Rompió a llorar.

– No llores. Oh, por favor, querida, no llores.

– No lloro. Bueno, sí, pero estoy tan furiosa como perturbada. -Lorna se sentó y contrajo los puños-. No somos nada, Phoebe, ¿te das cuenta? Lo que queremos, lo que sentimos, a quién amamos, se desecha sólo porque somos mujeres y, peor aun, mujeres que pertenecemos a hombres ricos. Si yo llevara los pantalones, podría decir cásate conmigo o no te cases, y nadie podría mover una pestaña. Sin embargo, mira lo que nos hacen: nos entregan como esclavas sociales. ¡Bueno, no pienso permitir que me vendan como esclava! ¡Ya verás, no lo permitiré!.

Phoebe se esforzaba por contener la risa mordiéndose el labio, porque Lorna aparecía furiosa y bella al mismo tiempo.

– ¡Está bien, ríete si quieres! -la reprendió Lorna.

Phoebe lo hizo. Soltó una carcajada que alivió la tensión en la sala.

– No pude evitarlo. Tendrías que verte. Tendrías que oírte. Si estuviera en el lugar de tus padres, tendría un miedo mortal de enfrentarme contigo. ¿Acaso este Jens sabe la arpía que se lleva?

Phoebe acertó en la elección de la réplica, pues Lorna sucumbió a la broma.

– Por supuesto, adivinaste. Me pidió que me casara con él… ¿o no? Ahora que te lo cuento, no sé quién de los dos lo pidió: sencillamente, nos pusimos de acuerdo como si fuese inevitable. Pero antes tiene que terminar el Lorna D, y tiene que ganar la regata para que pueda conquistar reputación. Entonces, mi padre verá que Jens será alguien. Oh, lo es, Phoebe, yo lo sé.

– Pero tu madre habla de una boda en junio.

Phoebe pensó un rato, y dijo:

– Podrías proponerle que sea en agosto.

– No puedo mentir más. Ya mentí una vez. Tiré el reloj de Taylor al lago y le dije que lo había perdido.

– Olvida mi sugerencia.

Lorna suspiró. Se dio la vuelta hacia el teclado del piano y tocó un acorde menor, dejando que sonara por el salón hasta que se convirtió en un recuerdo.

– La vida es tan complicada? -se lamentó, dejando caer la mano sobre el regazo y contemplando las notas blancas que bailoteaban sobre una hoja de papel, en el atril del piano.

– Y crecer es tan duro…

Cuando Lorna y Phoebe eran niñas, en ocasiones tocaban a dúo y las tías aplaudían y pedían otra pieza, y los padres se jactaban de lo brillantes y talentosas que eran sus hijas. En aquel entonces, la vida era tan simple…

– A veces quisiera tener doce años otra vez -comentó Lorna.

Se quedaron calladas, meditando en las dificultades de los dieciocho, hasta que Phoebe preguntó:

– ¿Hablaste con tu tía Agnes?

– No. Estaba durmiendo.

– Habla con ella. Confía en ella. Puede ser que interceda por ti ante tu madre.

La perspectiva aterró a Lorna. Hundió la cabeza en las manos y sus codos sobre el piano hicieron, ¡Dangl se sintió muy desdichada. ¿Y si la tía Agnes lo hacía, y la madre le contaba al padre, y este echaba a Jens? "Supongamos que voy yo misma a decirle que estoy enamorada de Jens Harken", pensó. "No me sorprendería que adelantara aún más la fecha de la boda."

A Phoebe se le ocurrieron cosas parecidas: estaba saliendo con Jack Lawles a pesar de que sólo tenía ojos pan Taylor Du Val. Era muy probable que llegara el día en que los padres diesen la orden de con quién tendría que casarse y. casi seguro, sería Jack.

– Te diré una cosa… -dijo, frotando con cariño la espalda agobiada de Lorna-. ¿Qué te parece si voy a decirle a tu madre que me casaré con Taylor y, cuanto antes, mejor. ¿La desatarías del mirador y la dejarías planificar mi fiesta de boda? Creo que no existe en White Bear Lake una mujer que pudiera hacerlo mejor.

Lorna rió, abrazó a su amiga y se quedaron sentadas en el banco del piano sin más soluciones que las que tenían cuando llegó.

Esa noche, para evitar la cena, le dijo a su madre que no se sentía bien. Alrededor de las ocho, Theron asomó la cabeza en el dormitorio de Lorna y preguntó:

– ¿Estás enferma, Lorna?

Estaba sentada en el asiento junto a la ventana con el camisón y las rodillas contra el pecho.

– Ah, hola, Theron. Entra. No, en realidad no estoy enferma.

– Entonces, ¿por qué no vienes a la fiesta?

Fue a sentarse a los pies de su hermana con una nalga apoyada en el asiento acolchado.

– Estoy triste, eso es todo.

– ¿Por qué?

– Cosas de mayores.

– Ah. -El niño se puso pensativo, y lanzó una conjetura-: Por ejemplo, ¿encontrar buenos criados y el precio de la compra?

Sonriendo a pesar de sí misma, Lorna le revolvió el cabello:

– Sí, algo así.

– ¡Eh, ya sé! -exclamó, animándose de pronto-. ¡Espera aquí!

Se levantó y corrió hacia la puerta. Lorna oyó los pasos que sonaban por el pasillo hasta el dormitorio de Theron, una pausa, y la puerta que se cerraba antes de que volvieran los pasos. Entró agitado, sin aliento, y se precipitó hacia el asiento de la ventana:

– Ten. -Le tiró los prismáticos en las manos-. Puedes usarlos un rato. Nadie puede sentirse triste cuando puede tener a los pájaros en su propia habitación, dormir en los árboles y navegar en un gran navío. Toma, los sacaré para ti. -Los sacó del estuche y se los dio-. No tienes más que ponértelos en los ojos. ¡Ya verás!

Lorna siguió las indicaciones y el muelle iluminado por la luna pareció saltar hacia ella.

– Tiemblan las cuadernas! -exclamó, y enfocó la cara de Theron-. Hay un pirata en mi cuarto. Creo que es el capitán Kid.

Al oírlo reír, se sintió mejor.

– Gracias, Theron -le dijo con sinceridad, bajando los prismáticos de bronce y sonriendo a su hermano con afecto-. Esto es lo que yo necesitaba.

Entonces, el niño sintió pudor y no supo qué hacer. Se rascó la cabeza con las uñas carcomidas hasta que el cabello le quedó erizado como melcocha cristalizada.

– Bueno, creo que tengo que irme a la cama.

– Sí, yo también. Hasta mañana. Que duermas bien…, y no dejes que te piquen los chinches.

Theron hizo una mueca de disgusto.

– ¡Aj, vamos, Lorna, esa es una expresión para niños pequeños!

– Oh, lo siento.

Se encaminó hacia su cuarto.

– Otra vez, gracias, Theron.

Al llegar a la puerta, se volvió y le lanzó una última mirada amorosa a sus prismáticos: