– Pero agradable. -Miró a la derecha-. Y esta es tu oficina.
– Con su ventana muy polvorienta.
– ¿Podríamos entrar un minuto, Taylor?
El tono de Lorna borró la sonrisa del joven y lo puso sombrío.
– Claro.
Tocándole el codo, la siguió y cerró la puerta tras ellos. Quitó una muestra de cereales de una silla de madera, le sacudió el polvo y la puso junto al escritorio.
– Siéntate, por favor.
Lo hizo con agilidad, colocando la espalda alejada del respaldo recto de la silla. Taylor también se sentó en la gastada silla giratoria de madera, cuyos resortes gimieron perceptiblemente.
Se hizo un silencio en la habitación.
Lorna rompió ese incómodo silencio:
– Vine a hablarte de algo muy importante, Taylor. Lamento hacerlo aquí, en mitad de tu jornada de trabajo, pero no sabía qué hacer.
El hombre esperó, apoyando los antebrazos en un libro de contabilidad grande como una bandeja de té. Estaba vestido con un traje gris de rayas, camisa blanca de cuello alto redondo, y corbata negra. Por enésima vez, la muchacha se preguntó por qué no fue capaz de enamorarse perdidamente de este hombre: era perfecto.
– Últimamente, ¿tu madre te habló… de nosotros? -preguntó.
– Sí, anoche, para no ir más lejos.
– Taylor, debes saber que tengo muy buena opinión de ti. Te admiro y… y me divertí mucho contigo. Este verano, cuando me diste el reloj, dijiste que significaba tu intención de casarte conmigo. Taylor… -se interrumpió y se miró los guantes-, esto es tan difícil de decir… -Levantó la vista hacia él-. Eres un hombre magnífico, honesto, trabajador, y estoy segura de que serías un marido maravilloso, pero la verdad es que… Lo siento muchísimo, Taylor… no te amo. Al menos, no del modo en que creo que una mujer debería amar al hombre con el que va a casarse.
El bigote de Taylor cayó un poco del lado izquierdo, como si se hubiese mordido el labio superior. Permaneció inmóvil, las manos sobre la página del libro mayor, separadas por unos centímetros de papel con rayas azules. La calma del joven estremeció a Lorna, y siguió parloteando para disimular su desasosiego.
– Nuestras madres estuvieron hablando y quieren que me reúna con ellas mañana, para planificar nuestra boda. Taylor, te lo ruego… por favor, ayúdame a convencerlas de que no es algo bueno, porque de lo contrario seguirán adelante y planearán una boda que no debe realizarse.
Por fin, Taylor se movió. Echó la silla atrás, exhaló una gran bocanada de aire y se pasó una mano por la cara. Se cubrió la boca y la barbilla mientras la observaba con ojos inquietos. Finalmente, quitó la mano y admitió:
– Creo que lo adiviné. -Colocó el libro con suma precisión… necesitaba algo en qué ocupar la mirada-. Estuviste evitándome este verano, y yo no entendía por qué. Luego advertí que no usabas el reloj. Creo que fue entonces cuando lo supe. Pero seguí esperando que cambiaras… que un día volvieras a ser como esas primeras noches que estuvimos solos. ¿Qué pasó, Lorna?
Parecía tan herido, que la muchacha se sintió cruel y apartó la vista.
Taylor inclinó la silla hacia adelante, unió las manos sobre el libro y habló con sinceridad:
– ¿Hice algo malo? ¿Cambié en algún aspecto?
– No.
– ¿Te ofendí con mis avances?
Con la vista baja, susurró:
– No.
– Entonces, ¿de qué se trata? Merezco saberlo. ¿Qué te hizo cambiar?
En los ojos de Lorna apareció un tenue brillo de lágrimas, pero aun así lo miró de frente:
– Me enamoré de otro.
Pareció que Taylor se quedaba mudo de asombro. La miró fijo, mientras en la antesala cuatro trabajadores cosían sacos de harina y un gato perseguía ratones. A través del suelo llegaba la tenue vibración de las muelas del molino.
Lorna le dijo:
– Intento ser honesta contigo. Taylor, porque me siento culpable de herirte, es verdad, pero quiero que sepas que nunca quise hacerlo.
Finalmente, Taylor se animó e hizo un amplio ademán.
– ¡A quién puedes haber estado viendo que yo no sepa…!
Bajo la barba, se le enrojecieron las mejillas.
– No puedo decirlo, pues, silo hiciera, estaría traicionando una confidencia.
– No será ese cachorro de Mitchell Armfield, ¿verdad?
– No, no es Mitch. -¿Quién, entonces? -Por favor, Taylor, no puedo decírtelo. Vio cómo crecía la ira del hombre, por mucho que intentaba contenerla.
– Es obvio que tus padres no lo saben. -Como no hallé respuesta, siguió especulando-. Eso significa que es alguien al que no aprueban, ¿cierto?
– Taylor, fui sincera contigo, pero en estricta confianza, tengo que pedirte que no reveles lo que hemos hablado hoy.
Taylor Du Val se levantó de la silla y se detuvo ante el cristal polvoriento, con los nudillos en las caderas, mirando hacia el taller donde empleados y costureros se atareaban en las labores cotidianas, todos haciendo dinero para él, dinero que esta mujer podría haber compartido… una vida de lujo que podría compartir. ¡Y habría sido bueno con ella! ¡Generoso hasta la exageración! Le había dado un regalo de compromiso mientras ella lo engañaba. ¡Engañarlo a él, por el amor de Dios! No era tan mal partido. Como la misma Lorna dijo, era honesto, trabajador y leal… ¡por Dios, fue escrupulosamente leal! Y si íbamos al caso, en un hombre apuesto. De modo que, al diablo con ella. ¡Si todo eso no era suficiente para esta mujer, no la necesitaba!
– Está bien, Lorna. -Giró con brusquedad-. Será como tú quieras. Hablaré con mi madre y le diré que mis planes para el futuro han cambiado. No volveré a molestarte.
Lorna se levantó. Taylor no se acercó.
– Lo siento, Taylor.
– Sí… bueno… no lo sientas. No estaré mucho tiempo solo.
Lorna se ruborizó. Era verdad, lo sabía. Era demasiado buen partido para que las damas lo ignoraran, en cuanto supieran que estaba otra vez en el mercado del casamiento.
Al enterarse, Levinia se deprimió. Se dejaba caer en las sillas con los ojos cerrados, hablaba con voz plañidera, salpicaba agua de iris en el pañuelo y lo apretaba contra la nariz mientras los ojos se le llenaban de lágrimas una vez más.
Gideon lanzaba horribles juramentos y decía que Lorna era una estúpida.
Jenny le escribió a Taylor disculpándose por el compromiso roto y ofreciéndose como confidente amistosa si necesitaba alguien con quien hablar.
Phoebe se puso radiante, y preguntó sin rodeos:
– ¿O sea que está libre?
La tía Henrietta siseó:
– Muchacha ingrata, un día lo lamentarás.
La tía Agnes, le abrió los brazos y dijo:
– Las románticas tenemos que unirnos.
Lorna escribió a Jens:
Mi queridísimo:
Estos días sin ti son muy tristes, aunque tengo buenas noticias para ambos. Tomé las riendas de mi propia vida y corté la relación con Taylor Du Val para siempre.
Jens le contestó:
Mí amada Lorna:
Sin ti, este cobertizo es como un violín sin cuerdas. Ya no toca más música…
Lorna escribió:
Jens, querido mío:
Nunca me parecieron tan largas las semanas. No sé si el estar separada de ti me causa esta apatía, pero me siento tan despojada de vida que hasta la comida ha perdido su atractivo para mí. Mi madre teme que sea la enfermedad de Addison, pero no lo es. No es más que soledad, estoy segura. Quiere que vaya al médico, pero la única cura que necesito eres tú.
Jens escribió:
Queridísima Lorna:
Me espanté cuando leí tu carta. Si estás enferma, por favor querida, haz lo que tu madre indica y ve a ver al doctor. Si te sucediera algo, no sé qué haría…
La apatía de Lorna persistió. Al parecer la comida, en particular el olor de la carne, le daba vuelta el estómago. Lo más inquietante fue que ese síntoma del estado avanzado de la enfermedad de Addison, los vómitos, la asaltaron una mañana y entonces, Lorna también se aterró.