En la biblioteca, Gideon estaba de pie sirviéndose bourbon de una licorera de cristal. Jens esperaba donde Lorna lo había dejado. Levinia hizo un amplio rodeo alrededor de su ex ayudante de cocina, como si fuera alguien al que sacaron de la calle y todavía no estuviese despiojado.
– Gideon, ¿qué sucede?
– ¡Maldito si lo sé!
Lorna cerró las puertas dobles que daban al pasillo. A la derecha, otro par de puertas cerradas, llevaban a la sala de música, donde el piano había cesado. Experimentó una seria duda: pronto, el padre estaría gritando y el resto de la familia, sin duda, agolpado tras las puertas, escuchando.
Se detuvo junto a Jens.
– Madre, padre, ¿quieren sentarse, por favor?
– Por todos los diablos, no -refunfuñó Gideon-. Siento aproximarse el desastre, y siempre enfrento los desastres de pie. Y ahora, sea lo que sea, adelante.
Lorna enlazó la mano en el brazo de Jens.
– A Jens y a mí nos gustaría mucho…
Jens le apretó los dedos para callarla, y tomó la palabra.
– Señor y señora Barnett, sé que esto será una sorpresa para ustedes, pero vine aquí a decirles que me enamoré profundamente de la hija de ustedes y les pido, con todo respeto, permiso para casarme con ella.
Levinia quedó con la boca abierta.
La expresión de Gideon se volvió amenazadora.
– ¿Que usted qué? -vociferó.
– Su hija y yo… -Pedazo de impertinente, cachorro imberbe…!
– Padre, no sólo lo pide Jens sino yo también.
– ¡Tú, cierra la boca, jovencita! ¡Después hablaré contigo!
– Lo amo, padre, y él a mí.
– ¡El criado de la cocina! ¡Jesucristo!, ¿acaso perdiste el juicio?
En el salón de música, Agnes arrancó con La jarana de las brujas en fortissimo: Lorna la reconoció por las notas equivocadas y la deplorable técnica.
– Oh, Lorna -gimió Levinia-. ¿Por eso rechazaste a Taylor?
– Ya sé todos los argumentos que me darán ustedes dos, pero no me importan. Amo a Jens y quiero casarme con él.
– ¿Y vivir de qué? ¿Dónde? -replicó Gideon-. ¿Del salario de un criado, en su habitación del tercer piso? ¿No sería lindo? ¿Ahí podrás recibir a todos nuestros amigos, cuando vengan a tomar el té?
– Viviremos en White Bear Lake, y Jens piensa abrir allí un astillero.
– ¡No me menciones la palabra barco! -rugió Gideon, con el rostro enrojecido y tembloroso-. Todo esto empezó por culpa del barco, y usted… -pinchó con un dedo a Jens-. ¡Soberbio hijo de perra! ¡Seduciendo a mi hija mientras yo le daba ventajas que ni habría imaginado darle a ningún otro! ¡No lo dejaría casarse con ella aunque fuese el mismísimo Cristóbal Colón!
Levinia se llevó un dedo a los labios y gimió.
– Oh, sabía que pasaba algo. Lo sabía. Tantas veces te busqué y no te encontraba… estabas en ese cobertizo con él, ¿no es cieno?
– Sí -contestó Lorna, sin soltar la manga de Jens-. Pasé mucho tiempo con Jens este verano. Lo he conocido tanto como a cualquiera de mis amigos… incluso mejor. Es honesto y brillante, trabajador, amable, y me ama…
– Oh, basta… -Gideon puso expresión de disgusto-. Me revuelves el estómago.
– Lo lamento, padre. Pensé que te importaría que el hombre con el que tu hija quiere casarse la ama mucho, y ella también lo ama.
– ¡Bueno, no me importa! ¡Lo que me importa es que no te casarás con ningún criado de cocina, y esto es definitivo!
Jens se colocó detrás de Lorna y le apoyó las manos en los hombros:
– ¿Ni en el caso de que vaya a tener un hijo, señor?
Gideon reaccionó como si le hubiesen clavado un hacha. Levinia se tapó la boca y exhaló un grito. Detrás del muro, seguía martilleando La jarana de las brujas.
– ¡Mi Dios de los cielos! -explotó al fin, Gideon, y el color de su cara comenzó a disminuir. Luego, se dirigió a Lorna-: ¿Es verdad?
– Sí, padre: voy a tener a tu nieto.
Por un momento, Gideon pareció derrotado. Perdió el empaque, y dejó caer los hombros. Se pasó una mano por el cabello y comenzó a pasearse.
– ¡Nunca, ni en mis peores pesadillas, imaginé que una de mis hijas nos avergonzaría de esta manera! ¡Pecar con un hombre… acostarse con él y admitirlo con toda desfachatez! ¡No vuelvas a llamar nieto mío al fruto del pecado! ¡Dios querido, seremos unos descastados!
A Levinia se le aflojaron las rodillas y se derrumbó en una silla de respaldo alto.
– ¡Que Dios tenga piedad, qué desgracia! ¿Qué les diré a mis amigas? ¿Cómo podré mantener la cabeza en alto, en público? Y tú… ¿no comprendes que la gente decente te evitará, después de esto? Evitarán a toda la familia.
– Madre, estás dramatizando.
Gideon fue el primero en recobrarse. Irguió los hombros, apretó los puños y recuperó el color.
– Llévala arriba -le ordenó a la esposa.
– Padre, por favor, vinimos aquí con toda honestidad a hablar…
– Llévala a su cuarto, Levinia, y enciérrala con llave! Harken, está despedido.
– Despedido… pero…
– Padre, no puedes hacer eso! Vinimos a verte en busca de ayuda y en cambio, tú…
– ¡Levinia, llévala arriba! -rugió-. Y enciérrala en su cuarto, para que los hermanos no puedan verla ni hablarle. Harken, quiero que salga de mi vista antes de que cuente hasta tres o, que Dios me ampare, sacaré la pistola de la pared y lo mataré ahí mismo.
Levinia, aterrada, agarró a Lorna del brazo, pero esta se debatió.
– Padre, amo a este hombre. Voy a tener un hijo de él y no me importa lo que digas: ¡tengo derecho a casarme con él!
– ¡No me hables a mí de derechos! ¡Después de haberte acostado con él como… como una vulgar mujerzuela! Perdiste todos tus derechos cuando lo hiciste… el derecho a esta familia, a esta casa, a que yo te mantenga y a la preocupación de tu madre. ¡Ahora vivirás sin esas cosas, y veremos si te agrada! Empezarás por subir sin una queja pues, por el Altísimo, si tus hermanas se enteran de la desgracia que nos trajiste, ¡te arrancaré el pellejo, embarazada o no! ¡Ahora, vete!
– No, padre, no me iré -lo desafió, acercándose más a Jens y buscándole la mano.
– ¡Por todos los diablos, lo harás! -se enfureció Gideon-. ¡Levinia, llévatela ahora mismo!
Levinia aferró el brazo de Lorna.
– ¡Arriba! -le ordenó.
– ¡No, no puedes obligarme! ¡Jens…! -gritó, estirando un brazo para alcanzar a Jens, mientras Levinia la alejaba a la rastra por el otro.
– ¡Lorna!
Jens le sujetó la mano.
Gideon le exclamó:
– Sucio canalla, sáquele las manos de encima. ¡Ya no volverá a tocarla! Quiero que salga de mi casa y de mi propiedad, y si alguna vez trata de poner un pie en cualquier parte de ella, haré que lo persiga la ley, ¡y no crea que no tengo conexiones suficientes para hacerlo!
– ¡No! Jens, llévame contigo -suplicó Lorna.
Levinia tiró de ella con fuerza otra vez.
– ¡Muchacha, no desafíes a tu padre!
Lorna giró y le dio un empujón a su madre.
– Déjame tranquila, no tengo por qué…
Levinia se tambaleó hacia atrás contra la pata de una silla y estuvo a punto de caerse. El peinado se le ladeó y quedó descentrado.
Gideon atravesó el cuarto como una exhalación y dio un golpe a Lorna. El golpe le hizo dar la vuelta la cabeza, le dejó la mejilla roja y los ojos dilatados de sorpresa.
– ¡Te irás con tu madre de inmediato! -bramó.
Lo miró con la boca abierta, tras una cortina de lágrimas y una mano apretada en la mejilla.
– ¡Miserable! -Jens se lanzó al ataque y agarró a Gideon de la chaqueta-. ¡Ha golpeado a su propia hija!
Lo empujó contra una silla tapizada con tanta fuerza que lo hizo tambalear. Gideon se rehizo en un solo movimiento y se abalanzó contra Jens, furioso, enarbolando los puños.