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Lo mejor de todo, en la última hora del día, era tener un hermano con quien hablar y hacer planes. La primera noche, después de que Caray los niños se acostaran juntos en la cama de Jens, este los contempló y le dijo a Davin:

– Eres un hombre afortunado.

Los dos se sentaron en sendas sillas de sauce, con la lámpara de kerosén sobre la mesa. Davin también contempló a su familia dormida y luego volvió la mirada a su hermano.

– ¿Y qué pasó con esa mujer tuya? ¿Dónde está?

Jens se lo contó, y Davin estuvo pensando largo rato en silencio, hasta que al fin dijo con serenidad:

– ¿Qué piensas hacer?

– ¿Qué puedo hacer? Esperar que recobre el sentido común. se case contigo?

Como Jens no respondía, Davin razonó:

– Sería duro para ella. Pertenece a la alta sociedad. La gente hablaría. Llamarían bastardo al niño y, a ella, algo peor.

– Bueno, puede que sucedería así, pero si se tratase de Cara y de ti, ella se iría contigo. ¡Diablos, mira cómo te siguió hasta aquí, sin casa, sin la seguridad de que este armadero dé ganancias! Así tendría que ser cuando amas a alguien.

– ¿Dices que los padres viven al otro lado del lago?

Jens soltó un resoplido de frustración y respondió:

– Sí, y ya sé lo que vas a decir: tal vez nunca más le dirijan la palabra, ¿no es así?

Davin observó a su hermano, con el rostro chato y pensativo, sin darle demasiados ánimos. Después de un rato, habló como si hubiese llegado a una amarga conclusión:

– Tendrías que haberla sacado del convento.

– ¡Sí…! ¿Cómo? ¿Arrastrándola de los cabellos?

– No sé cómo, pero si yo la hubiese dejado embarazada, la habría metido en el coche y la habría sacado de allí.

Jens suspiró.

– Ya lo sé. Pero la juzgaron, la declararon culpable, y la convencieron de que había cometido un pecado imperdonable que arruinaría por completo su vida si la gente llegaba a descubrirlo, y ella les creyó. No habla ni se comporta como la muchacha que conocí. Diablos, no sé si todavía me ama, siquiera.

Davin no pudo hacer otra cosa que apretar el brazo de su hermano.

Jens suspiró de nuevo y lanzó una mirada a la cama donde Cara y los chicos dormían apaciblemente, y deseó que fuesen Lorna y sus propios hijos. Le dijo a Davin:

– Este ha sido el mejor y el peor año de mi vida. Conseguir esto, al fin… -Hizo un gesto que abarcaba todo a su alrededor-. Y enamorarme de ella, el hijo que viene, y ninguno de los dos es mío… -Descorazonado, movió la cabeza y dijo con mucho sentimiento-: De lo que estoy seguro, es que estoy muy contento de que estés aquí, Davin. Te necesitaba para otras cosas, además de ayudarme a construir un barco.

Los hermanos trabajaban en el Manitou dieciocho horas al día. Desde el principio, Jens le dijo a Davin:

– Pilotarás esto conmigo.

– ¿Estás seguro de que me dejarán?

– Es de Tim Iversen, que es el peor marino que se ha visto jamás en este Club de Yates, pero las reglas le permiten contratar una tripulación. Lo navegaremos juntos, ya verás.

La primera vez que Tim fue a conocer a la familia de Jens, Cara convenció a los hombres de que terminaran temprano el trabajo y lo invitasen a cenar. Tim ladeó la cabeza para echar una buena mirada al robusto noruego con su ojo sano, y dijo:

– ¿Qué sabe usted de navegación?

Davin sonrió, dirigió una sonrisa torcida a su hermano mayor y respondió:

– Yo le enseñé todo lo que sabe.

No era toda la verdad, pero los dos Harken intercambiaron miradas divertidas.

– Entonces, ¿será la tripulación de Jens?

– Será un orgullo para mí, señor.

Y el asunto quedó resuelto.

No obstante, no bastaban dos para pilotar el Manitou.

– Necesitaremos seis tripulantes, incluido el timonel -dijo Jens-. Actúan como lastre, ¿sabes?

– Seis, ¿eh? -repitió Tim.

– Y creo que tú deberías ser uno de ellos.

– ¡Yo! -Tim rió y movió la cabeza-. Pensé que querías ganar.

– Este barco ya no es el May-B. Si pienso en las bañeras que llevabas, no me extraña que hayas perdido y, además, se burlaban de ti. Si me haces caso, bastará una carrera para cambiar tu reputación.

Tim se rascó la cabeza y adoptó una expresión humilde.

– Bueno, no puedo decir que no es tentador.

– Pensaba dejarte manejar el spinnaker.

El ojo sano de Tim resplandeció y las mejillas se le encendieron al imaginarse cruzando él primero la línea de llegada con la vela gigante hinchada en plenitud delante de éclass="underline"

– Está bien, me convenciste.

– ¡Bien! Después tendremos que hablar sobre el resto de la tripulación. Con tu permiso, quisiera pedirle a mi amigo Ben Jonson que se encargue de fijar los postes, y a Edward Stout, un amigo de Ben, que sea el hombre de cubierta. Los dos saben lo que tienen que hacer, y están familiarizados con el diseño del barco. Y hay un joven al que le eché el ojo: es un muchacho alto y bien formado que navega como si hubiese nacido con la caña del timón en la mano. Se llama Mitch Armfield. Pensé en pedirle que se encargan de la escota mayor.

– Tú eres el capitán -repuso Tim-. Se hará lo que digas.

– Será una tripulación ganadora -prometió Jens.

– Reúnelos, pues.

Cara rodeo la mesa llenando las tazas de café. Jens bebió un sorbo de la infusión caliente con la vista fija en Tim.

– Otra cosa… ¿Tienes alguna objeción en botar al Manitou de noche?

– ¿Por qué?

– Bueno, te lo diré… -Jens pasó la mirada de Tim a Davin, y otra vez a Tim-. Tengo un plan pero, para que funcione, ningún otro miembro del club puede ver navegar al Manitou hasta el día de la carrera. Tenemos que tomarlos por sorpresa.

– Estás muy seguro de cómo se comportará, ¿no es verdad?

– Completamente. De hecho, estoy tan seguro que estoy dispuesto a apostar dinero. -Jens se levantó, fue al fondo del desván donde estaba su propia cama. Volvió con una pila de dinero que colocó sobre la mesa-. Tengo que pedirte un último favor, Tim. Como no soy miembro del club, no puedo apostar. Pero estoy dispuesto a apostar hasta el último centavo de mis ahorros, casi doscientos dólares, a que el Manitou ganará. ¿Podrías apostar por mí, por favor?

Mientras Tim miraba el dinero, Jens agregó:

– Oí decir que aún hay quienes piensan que nuestro barco se bandeará y se hundirá. Las apuestas nos favorecerán.

– En este momento, cuatro a uno -precisó Tim-, y es probable que suban cuando vean ese artefacto plano en el agua.

– Entonces, entiendes por qué ninguno de ellos tiene que verlo antes de la primera carrera.

– Perfectamente.

– ¿Lo harás?

Tim puso una mano sobre el dinero.

– Desde luego.

– Y cuando gane, al primero que le pagaré será a ti -prometió Jens.

– Trato hecho -respondió Tim, y se estrecharon las manos.

Jens había dudado muchas veces acerca de invitar al joven Mitch Armfield a formar parte de la tripulación, pero sus dudas siempre provenían de la clase social del muchacho y no de su habilidad para navegar.

El día en que se acercó a la casa de los Armfield y llamó a la puerta con el sombrero en la mano, rogó al cielo no estar cometiendo un error.

Una doncella de gorra blanca le abrió la puerta, provocándole recuerdos de las circunstancias en que lo echaron de la casa de los Barnett. Pero la mujer fue amable y le pidió que esperase en una sala veraniega, de macetas con palmeras y muebles rococó.