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El joven Armfield bajó las escaleras a saltos menos de un minuto después, y entró sonriendo:

– ¿Harken?

– Sí, señor -dijo Jens, tendiendo la mano para tomar la que Mitch le ofrecía-. Jens Harken.

– Lo recuerdo: usted solía trabajar para los Barnett.

– Correcto.

– Lorna acostumbraba a hablar de usted. Y ahora, tiene su armadero.

– Es cierto, mi hermano y yo. Vamos a navegar en el barco de Tim Iversen, el Manitou, en la copa desafío contra Minnetonka. Tal vez haya oído hablar de ello.

– ¡Que si oí hablar! Aquí no se habla de otra cosa.

– Vine a pedirle que se una a la tripulación.

En la cara del muchacho se reflejó con claridad su estupefacción:

– ¿En serio? ¿Yo?

– Estuve observándolo. Tiene buen sentido de lo que es un barco. Es rápido y ágil, y le gusta navegar tanto como a mí. A menos que me equivoque, lo hace desde que era un niño.

– Bueno, caramba, señor Harken… -Mitch se pasó una mano por el pelo, sorprendido y encantado-. Me encantará. Pero estoy tan sorprendido que no sé qué decir.

– Con lo que ha dicho, es suficiente. Se ocupará de la escota mayor.

– Sí, señor.

– Pensamos botarlo al final de la semana próxima. ¿Cree que puede estar en la cabaña de Tim el viernes por la noche?

– ¡Ya lo creo!

– Bien. Y otra cosa: sé que es un ruego extraño, pero no queremos público cuando navegue por primera vez.

– Oh, lo que usted diga. -Armfield había oído decir a los detractores de Harken que el barco quedaría tumbado la primera vez que soplase el viento, y no le extrañaba que quisiera discreción por si eso ocurría.-. El viernes por la noche.

Se dieron la mano y Jens se fue, convencido de que había obtenido al mejor para la tarea.

El día de la botadura, una semana antes de la carrera, la tripulación del Manitou se reunió en Astilleros Harken. Tim fotografió la nave desde todos los ángulos, con los constructores junto a ella y, con ayuda de Cara, con él mismo junto a la tripulación que lo navegaría por primera vez. Entre todos colocaron el barco en las guías apoyadas sobre troncos alisados, formando un doble riel que iba desde las amplias puertas del armadero hasta el plano inclinado que bajaba a la orilla.

Cuando el Manitou tocó el agua y flotó por primera vez, todos lanzaron vivas. Jens sintió un orgullo desconocido hasta ese momento. Las líneas puras tenían las curvas suaves de las colinas lejanas, y la línea recta también era agradable a la vista, y casi no desplazaba agua. Cuando estaba a flote, tenía la belleza de la obra de un antiguo maestro.

En el muelle Cara, con Jeffrey en brazos, le dijo:

– Un día, cuando seas grande como tu papá, o más grande aún, podrás decirle a la gente que los viste a él y a tu tío botar el primer barco de fondo plano de carreras, y que cuando la gente lo vio navegar, la navegación deportiva nunca volvió a ser la misma.

Jens abordó la nave, sintió que esa obra de sus sueños lo sostenía a flote por primera vez, y experimentó la aguda impaciencia de navegar.

– Davin, tú atenderás el foque. Ben, tú fijarás y afirmarás el poste del spinnaker. Edward, tú entiendes cómo funcionan las tablas de los laterales de la quilla. Presta atención a mis órdenes. Yo te diré cuándo subirlas y cuándo bajarlas. Mitch, tú has atendido bastantes escotas y sabes lo que tienes que hacer. Tim, mantén las líneas desenredadas y suelta el spinnaker cuando te lo diga.

Jens se sentó al timón.

Por fin… ¡por fin!, dio la orden con la que soñaba desde que era un muchacho de dieciocho años:

– Icen la mayor.

Ahí fue la vela principal que estaba marcada W-30.

– Icen el foque.

Las lonas vibraron entre las poleas y las velas produjeron un sonido parecido al hipo cuando las tomó el primer viento. La proa se elevó. El barco pareció erguirse sobre sus pies. Sin demoras, sin arrastre, sin dilaciones. Se precipitó a obedecer los comandos como un perro bien entrenado obedece una orden.

En la caña del timón, Jens resplandeció y gritó:

– ¡Sentid eso!

– Lo siento, hermano! -se regocijó Davin-. ¡Lo siento!

– ¡Es una gloria! -exclamó Tim, maravillado-. ¡No puedo creerlo!

– ¡Pues créelo! -exultó Edward.

– Este barco vuela! -intervino Mitch, mientras Ben lanzaba un hurra de excitación.

Se deslizaron sobre el agua entusiastas, felices, riendo y lanzando los puños al aire.

Recortando el foque, Davin preguntó:

– ¿Cómo se siente en el timón?

– Liviana como una pluma, y con un estupendo equilibrio! -fue la respuesta de Jens.

Mitch le preguntó al timoneclass="underline"

– ¿Cuánto me atreverá a recortar la vela?

– Veamos. ¡Viraré de bolina y todos ustedes, muchachos, la subirán! -Jens viró el bote más al viento-. Muy bien… ¡arriba!

Los cinco hombres inclinaron sus cuerpos sobre la barandilla de barlovento y el Manitou escoró más alto. Ahí permanecieron, sintiendo que el viento nocturno refrescaba. El barco se deslizó sobre el agua y las olas oscuras murmuraron contra el casco bajo sus pies.

– ¡Todos los demás quedarán titubeando en la línea de salida! -predijo Mitch.

En realidad, así lo parecía. El Manitou hacía exactamente lo que Jens afirmó que haría. Cuando guiaba la nave en el viento, se equilibraba; cuando se alejaba, se escoraba y aceleraba. Era una combinación perfecta de velocidad y equilibrio.

– ¡Es increíble! -se entusiasmó Jens.

– ¡Suave como la seda! -agregó Davin.

– Prueba a virar, Jens -sugirió Edward.

– ¡Allá vamos! ¡Suelten las tablas laterales!

Al tiempo que Jens empujaba la caña del timón, Edward se ocupaba de las tablas: dejó caer la de babor y levantó la de estribor, y el Manitou se portó de maravilla. Jens lo puso a barlovento, y se deslizó a través del viento tomando un nuevo rumbo. Pareció que volaban en la noche, pues la tripulación y el barco respondían las órdenes del timonel, conscientes de los demás y de la inmediatez con que la embarcación reaccionaba. Subió la luna y la nave iba dejando una estela de diamantes que titilaban. Navegaron hacia Wildwood Bay, donde Tim alzó el spinnaker y corrieron con el viento a puerto, exuberantes, sonriendo, humedecidos por el rocío nocturno, deleitados con la sensación de las camisas mojadas sobre la piel.

De vuelta en el muelle, arriaron las velas a desgana y se demoraron secando la cubierta. Cuando ya no había nada más que hacer, se dirigieron a la nave en términos similares a los de los amantes.

– Eres toda una dama.

– Buenas noches, preciosa.

– Volveré, y tú estarás lista.

– No olvides quién te acarició mejor.

En medio de un sentimiento de fervorosa camaradería, los miembros de la tripulación se dieron las buenas noches. Cuando todos se fueron dando sinceras palmadas en la espalda a Jens, este recorrió el muelle con un brazo sobre los hombros de Davin.

– Avergonzará a cualquier otra nave que esté sobre el agua -dijo Davin.

– No tengo la menor duda -confirmó Jens-. Y ganaremos esa copa y el dinero que viene con ella.

Al subir las escaleras del desván hacia sus respectivas camas, los dos supieron que permanecerían muchas horas despiertos, con los corazones enloquecidos de expectativa.

Jens se prometió no pensar en Lorna el día de la regata, pero cuando se despertó, a las cuatro de la mañana, el recuerdo fue fuerte y se impuso. Desde la visita a la abadía, la apartaba de su mente con insistencia. Pero este día, la imagen se negaba a desaparecer. Venía desde el pasado, en poses que le desgarraban el corazón, haciéndole preguntarse por qué se sometía a semejante tortura precisamente en un día como este.

No obstante, Lorna formaba parte inseparable de este día, lo fue desde aquella noche en que entró en la cocina y le preguntó por vez primera qué sabía de barcos y de su construcción.