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A través de la pared, escuchó los sonidos ahogados de las voces que llegaban del cuarto vecino.

– Oh, caramba -murmuró Agnes- parece que Gideon y Levinia todavía están discutiendo.

De pronto, la agitación cesó y comenzó un golpeteo rítmico contra la pared que dividía ambos cuartos.

Henrietta alzó la cabeza, escuchó un instante y luego se volvió hacia su lado y se puso la almohada sobre la oreja.

Agnes quedó tendida de espaldas contemplando las sombras de la noche, escuchando, y sonriendo, melancólica.

En el dormitorio, al otro lado del pasillo, Jenny Barnett estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la cama de su hermana, Daphne. Estaban vestidas con ropa de dormir, y ya habían apagado la luz. Jenny ya había olvidado la pelea entre mamá y papá y parloteaba sobre su tema preferido.

– Lorna es afortunada. -Jenny se dejó caer de espaldas, se acarició el pelo con la mano, y dejó una pierna colgando por el borde del colchón, balanceando su pie desnudo-. ¡El es taaaan apuesto…!

– Lo contaré.

– Si lo haces, yo contaré que fumaste detrás del invernadero.

– ¡No lo hice!

– ¡Sí, lo hiciste! Theron te vio y me lo contó. Tú con Betsy Whiting.

– ¡Mataré a Theron!

Jenny siguió balanceando el pie.

– ¿No te parecen adorables el bigote y la barba de Taylor?

– Los bigotes me parecen aburridos.

Jenny rodó boca abajo y apoyó la mejilla sobre las manos juntas.

– A Taylor le quedan bien. -Lanzó un gran suspiro-. Por Dios, daría cualquier cosa por estar en el lugar de Lorna. Theron dice que Taylor la besó en el jardín de rosas la semana pasada, cuando volvieron del chautauqua.

– ¡Oh, caramba! ¡A mí no me sorprenderías besando a Taylor Du Val! ¡No me pescarías besando a ningún muchacho! Los muchachos son desagradables.

– Yo besaría a Taylor. Hasta le daría un beso con la boca abierta.

– ¡Con la boca abierta! Jenny Barnett, irás al infierno por decir una cosa así.

Jenny se sentó con las piernas cruzadas. Dejó caer la cabeza hacia atrás y el pelo le cayó hasta la cintura, unió las manos y las estiró hacia el techo, proyectando los pechos hacia adelante bajo el camisón de canesú redondo.

– No, no lo haría. Sissy me dijo que todos, cuando nos hacemos mayores, besamos así. Incluso meten la lengua en la boca del otro.

– ¡Le contaré a mamá que dijiste eso! Jenny dejó caer los brazos y los estiró hacia atrás, sobre la cama.

– Vamos, díselo. Sissy dice que todos lo hacen. Sissy Tufts era la mejor amiga de Jenny y tenía la misma edad.

– ¿Y Sissy qué sabe?

– Sissy lo hizo. Con Mitchell Armfield. Dice que es muy excitante.

– Estás mintiendo. Nadie haría algo tan horrible.

– Oh, Daphne… -Jenny se levantó de la cama y, con los hombros hacia atrás y los dedos de los pies estirados como una bailarina cruzando el escenario hacia el príncipe, prosiguió-: ¡Eres una chiquilla! Se dejó caer en el asiento junto a la ventana, donde caía la luz de la luna, espesa como la crema. Como una diva moribunda, enlazó los brazos alrededor de la rodilla levantada, y apoyó en ella la mejilla.

– ¡No lo soy! ¡Sólo tengo dos años menos que tú! Jenny giró sobre las nalgas haciendo un semicírculo, guiándose por unas cuerdas imaginarias que tocaban Chaikovsky.

– Bueno, lo que yo sé es que si un muchacho quiere besarme, yo lo dejaré probar. Y si quiere ponerme la lengua en la boca, también probaré eso.

– ¿En serio crees que Lorna hizo eso con Taylor? Jenny dejó de bailar, subió los pies al asiento y plegó las manos sobre los pies desnudos.

– Theron los vio con los prismáticos.

– Theron y sus estúpidos prismáticos… Ojalá la tía Agnes nunca se los hubiera regalado. Los lleva a todos lados, los saca y apunta a mis amigas, lanza esas risitas burlonas y dice: "El ojo sabe". Para serte sincera, es muy fastidioso.

Permanecieron sentadas un rato, pensando en lo tontos que podían ser los hermanos de doce años y preguntándose cuándo llegaría para ellas el tiempo de los besos.

En un momento dado, Jenny interrumpió el silencio:

– Eh, Daph.

– ¿Qué?

– ¿Dónde te parece que se pone la nariz cuando un muchacho te besa?

– ¿Cómo puedo saberlo?

– ¿Crees que se interpondrá?

– No lo sé. Nunca se pone en el camino cuando las tías me besan.

– Pero eso es diferente. Cuando te besa un muchacho, es más largo. Las dos pensaron en silencio unos momentos, y Jenny dijo:

– Eh, Daph…

– ¿Qué?

– ¿Y si los muchachos lo intentaran con nosotros, y no supiéramos qué hacer?

– Lo sabremos.

– ¿Cómo sabes que lo sabremos? Creo que deberíamos practicar.

Daphne captó la intención de la hermana y no quiso saber nada:

– ¡Ah, no, conmigo no! ¡Ve a buscar a otra persona!

– Pero, Daph, tú también algún día besarás a un muchacho. ¿Acaso quieres ser una tonta que no sabe absolutamente nada de eso?

– Prefiero pasar por una tonta que practicar besos contigo.

– Vamos, Daphne.

– Estás loca. Pasaste demasiado tiempo mirando a Taylor Du Val con la boca abierta.

– Haremos un pacto. No se lo diremos a nadie mientras vivamos.

– No -se obstinó Daphne-. No lo haré.

– Supongamos que es David Tufts el que intenta besarte por primera vez, y tu nariz choca con la de él y haces el ridículo si intenta meterte la lengua en la boca.

– ¿Cómo sabes lo de David Tufts?

– Lorna no es la única víctima de los prismáticos de Theron.

– David Tufts nunca intentará besarme. Lo único que hace es hablarme de su colección de insectos.

– Quizás este verano no, pero en algún momento lo hará.

Daphne reflexionó y llegó a la conclusión de que tal vez Jenny tuviese algo de razón.

– Oh, está bien. ¡Pero note abrazaré!

– Claro que no. Haremos como Sissy y Mitchell. Cuando sucedió, estaban sentados en la hamaca del porche.

– ¿Y qué tengo que hacer? ¿Ir a sentarme al lado tuyo?

– Por supuesto.

Daphne se levantó de la cama y se sentó junto a su hermana. Se quedaron así, sentadas-juntas, con los dedos de los pies descalzos sobre el suelo y el cabello iluminado por la luz de la luna. Se miraron y rompieron en risitas, y después quedaron calladas, inseguras, sin moverse.

– ¿Crees que tendremos que cerrar los ojos, o qué? -preguntó Daphne.

– Supongo que sí. Sería vergonzoso hacerlo con los ojos abiertos, como mirar el ojo de un pez cuando estás sacándolo del anzuelo.

Daphne dijo:

– Bueno, hagámoslo, entonces. Date prisa. Me siento estúpida.

– Está bien, cierra los ojos e inclina un poco la cabeza,

Las dos ladearon la cabeza y estiraron los labios como si fuesen tripas de salchichas que hubiesen estallado al cocinarse. Se rozaron los labios, se apartaron y abrieron los ojos.

– ¿Qué te pareció?

– Si así son los besos, prefiero mirar la colección de bichos de David.

– Fue decepcionante, ¿verdad? ¿Crees que tendríamos que probar otra vez, y tocarnos la lengua?

Daphne pareció indecisa.

– Bueno, de acuerdo, pero antes sécate bien la lengua en el camisón.

– Buena idea.

Las dos se secaron enérgicamente la lengua con el camisón, después inclinaron la cabeza, cerraron los ojos con fuerza y se besaron como suponían que debía hacerse. Tras dos segundos de contacto, a Daphne se le escapó un resoplido de risa por la nariz.

– ¡Basta! -la regañé Jenny-. ¡¡Me llenaste de mocos!!

Pero ella también reía tanto que se echó hacia atrás, apartándose de su hermana.