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– Pero, ¿lo harías?

Phoebe lanzó una mirada a Lorna. Esta la retribuyó. Ninguna de las dos parpadeé.

Phoebe preguntó, casi furtivamente:

– Jesús, Lorna, ¿tú lo harías?

Aunque parecía temerario pensarlo, lo pensaron hasta que las mejillas se les enrojecieron de excitación.

– Sería grandioso, ¿no crees, Lorna? Tú, con Danny en brazos…

– Mientras mi padre navega en el Lorna D.

– Y tu madre mira desde el jardín del Club de Yates…

– Y Jens pilota… ¿qué barco pilota este año?

El entusiasmo de Lorna era evidente:

– El Manitou.

– El Manitou. -Tras un instante de silencio, Lorna preguntó-: ¿Se espera que gane?

– Nadie lo sabe. Según los rumores, participarán diez embarcaciones de fondo plano, incluyendo la de tu padre. Pero también se dice que Jens le hizo modificaciones al barco de Tim, aunque no dice cuáles son, y nadie más lo sabe. Todos están de acuerdo en que Harken es un experto.

– Ganará -aseguró Lorna, confiada-. Sé que ganará. Lo lleva en la sangre.

– ¿Y qué me dices de ti?

Lorna se tiró de espaldas como había hecho antes tantas veces, con los ojos dilatados, fijos en el dosel.

– Jens quería que los desafiara. Eso lo resolvería todo, ¿no te parece?

Phoebe se puso de rodillas, gateó hasta Lorna y la miró a la cara:

– No estarás pensándolo en serio, ¿no?

– No sé.

– ¡Por todos los cielos, sí!

– Tendrás que admitir que el valor de la sorpresa casi vale la pena la desgracia. Y he sido demasiado sumisa. Y quiero casarme con Jens Harken.

Phoebe se tendió junto a Lorna y durante un minuto completo permanecieron en silencio, mirando hacia arriba, sopesando esa idea absurda.

Al fin, Lorna reflexionó:

– Necesito una amiga que esté a mi lado. ¿Me apoyarías si lo hiciera? Phoebe buscó la mano de Lorna y la apretó con fuerza.

– Por supuesto que sí. -Pensó un momento, juntó coraje, y afirmó-: Te diré algo que no le dije a nadie. -Giró la cabeza, sostuvo la mirada de Lorna, y admitió-: La única diferencia entre tú y yo es que a ti te atraparon y a mí no.

Quizá fue la confesión de Phoebe de que ella también se había acostado con su amante, tal vez porque pensó que se le había negado tanto la felicidad que creyó llegado el momento de reclamarla. Cualquiera que fue se la razón, horas después de la conversación con Phoebe, decidió que acometería esa acción insólita y audaz.

Faltaba sólo una semana y media para la regata. Lorna casi no pensaba en otra cosa, de noche y de día, desde la vez que Phoebe le metió la idea en la cabeza. Se imaginaba a sí misma con Jens y Danny, madre, padre e hijo, una familia, al fin.

Se imaginaba a sus propios padres presenciando el encuentro, y perdía el coraje.

Se imaginaba viviendo el resto de su vida en un limbo como el presente, y otra vez cobraba ánimos.

En la siguiente visita a la señora Schmitt, llevó un paquete en el que había un pequeño traje marinero azul oscuro y blanco. Cuando lo puso sobre la mesa, le costó encontrar las palabras:

– Cuando venga la semana próxima, quisiera que vista a Danny con esto. Vendré el sábado, más temprano que de costumbre, y me lo llevaré.

– De modo que, llegó el momento.

Lorna cubrió con la suya la mano gastada de la mujer, que estaba sobre la mesa.

– Lamento alejarlo de usted. Sé que usted también lo ama.

– Entonces, ya no lo traerá de vuelta.

– No. No, si… si todo resulta como espero.

– Usted y Harken.

– Sí, eso espero. Es un hombre obstinado, pero… ya veremos.

La señora Schmitt se quitó las gafas y las limpió con la falda del delantal.

– Bueno, así es como debe ser, aunque yo eche de menos al pequeño. No es natural que ustedes tres estén separados.

– Tratará de mandarle dinero cuando pueda.

– No se preocupe por mí. Tengo algo…

– …Algo ahorrado… -la secundó Lorna-. Sí, ya sé. De cualquier modo, haré lo que pueda.

Fue el primero de los escollos que tendría que sortear en el camino hacia la felicidad, pero lo haría y, con esa meta a la vista, contó los días.

El sábado de la regata, aún no había amanecido cuando Jens se levantó, antes de que saliera el sol. Con un jarro de café en la mano, dejó atrás los ruidos de los que dormían en el desván y salió afuera, a exponerse al viento previo al amanecer, acompañado por los sonidos de sus propios pasos golpeando sobre el muelle.

El Manitou se removía inquieto sobre el agua, haciendo un ruido intermitente al golpear contra los pilotes, y agitando el café de Jens en el jarro.

Bebió un sorbo para que bajara el nivel y subió a bordo de una cubierta que estaba brillante del rocío matinal, balanceándose con las rodillas flojas, moviéndose con el suave rodar de las olas que golpeaban el casco. Recorrió el barco tocando las cosas… madera, soga, lona, metal… sorbiendo el café. Un sorbo, un toque… un sorbo…, un toque, café y aparejos… ya el viento estaba a diez nudos y prometía un buen día para navegar. Sólo se veía una línea de cielo claro en el horizonte, hacia el Este, prometiendo una mañana nubosa. Entre las costillas del casco, se había juntado agua que se mecía con el ritmo del balanceo del barco. Se puso de cuclillas para absorberla con una esponja, y después secó el rocío de la cubierta.

En momentos como ese se sentía más cerca su padre, y deseaba que el viejo estuviese allí para ver lo que había logrado, pan ofrecerle su sentido común en esa voz honda y sedante.

Jens le envió un pensamiento: Hoy es el día, pa. Deséanos suerte.

Al amanecer, el sol asomó por la angosta brecha entre las nubes, haciendo brillar un falso amanecer que doró las puntas de las copas de los árboles y de los mástiles, y el pelo de Davin, que salió descalzo, y caminó por el muelle, también llevando una taza de café, con la camisa arrugada del día anterior colgando sobre los pantalones.

– Te levantaste temprano -lo saludó Davin.

– No podía dormir.

– Sí, comprendo a qué te refieres. Yo tampoco me dormí hasta bien pasada la medianoche. Me quedé ahí, pensando.

Tras un lapso de silencio, Jens preguntó:

– ¿Piensas en papá?

– Sí.

– Me gustaría que estuviese aquí

– Sí, a mí también.

– Pero nos enseñó bien, ¿verdad?

– Seguro.

– Nos enseñó a creer en nosotros mismos. Ya sea que hoy ganemos o perdamos, eso fue lo que aprendimos.

– Sin embargo, tienes muchos deseos de ganar, ¿no es así?

– Bueno, ¿y tú no?

– Claro, pero en mi caso es diferente. Yo no tengo a Gideon Barnett tratando de desquitarse conmigo por haber embarazado a su hija.

– En esta carrera, hay muchas cosas en juego, eso es seguro.

– ¿Crees que el barco de él tiene alguna posibilidad de ganar?

– Desde luego que sí. Yo lo diseñé, así que será muy veloz, como el North Star, pero las modificaciones que hice en el Manitou nos darán la ventaja.

Había reemplazado el vástago grande del timón por dos más pequeños, lo que le daba una reacción más rápida en el viraje.

– ¿Y del club Minnetonka, qué me dices… te preocupa alguna de sus embarcaciones?

– No, principalmente la Lorna D.

Davin le dio una palmada en el hombro.

– Bueno, haraganear por aquí no hará que el tiempo pase más rápido. Ven arriba, y pidámosle a Cara que nos dé un desayuno caliente.

Como la hora de la carrera estaba fijada para el mediodía, la mañana parecía arrastrarse. Jens comió poco, pero tardó en vestirse, gozando como siempre del suéter oficial del club y prometiéndose que algún día sería miembro honorario. Tim llegó caminando desde su cabaña, también vestido de blanco y sonriente: