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– ¡Izad, por lo que más queráis! ¡Colgaos de las uñas de los pies! -los azuzó Jens.

Los tripulantes se colgaron tan lejos encima de la barandilla que las olas les salpicaban las gargantas. Sintieron el agua del lago en los labios, el triunfo al alcance de la mano, al ver que ganaban por un largo. Cuando llegaron lo bastante cerca para ver el cañón sobre la cubierta del juez, Jens gritó:

– ¡Vamos hacia la línea! ¡Manteneos!

Jens ya oía a la multitud que vitoreaba desde la orilla. Sentía la fuerza de la embarcación vibrando en el timón. Podía ver la boya del club más allá de la línea de cuerpos duros y trémulos que se doblaban sobre la borda, aferrados a las cuerdas. El agua les salpicaba las caras al mirar sobre los hombros al Lorna D, dos cuerpos de barco detrás. Fueron directamente hacia la flotilla de embarcaciones de espectadores que salpicaban el agua, vieron al juez de pie en su bote, sujetando la cuerda que dispararía el cañón.

De cara al viento, cruzaron la línea de llegada y oyeron el disparo.

– ¡En primer lugar, el W-30! -gritó el juez, ahogada su voz por el rugir de la muchedumbre.

Pero siguió mencionando en voz alta los números de las embarcaciones a medida que llegaban, aunque la tripulación del Manitou no los oyó. La euforia los dominaba. La victoria borraba cualquier otra cosa.

Aflojaron las velas…, y sus músculos tensos…, y comenzaron a festejar, abriendo los brazos para recibir al capitán.

– ¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos!

– ¡Buen trabajo, Jens!

Un abrazo especial de Davin:

– Lo hiciste, hermano.

– ¡Lo hicimos!

Y Mitch Armuield:

– Buen trabajo, timonel. Gracias por aceptarme a bordo.

– Eres un marino del diablo, Mitch. No podría haberlo hecho sin ti.

Sonaba demasiado exagerado para creerlo, ahora que todo había terminado. Habían hecho realidad lo que parecía imposible, y que comenzó con una nota en la crema helada de Gideon Barnett, dos años atrás. Terminó para los tripulantes, que sólo ahora advertían lo tensos, doloridos, mojados y temblorosos que estaban pero, para Jens, había mucho más.

Bajo las velas sueltas, condujo el barco hacia un vestido color melocotón que lo aguardaba en la costa. La divisó sin problemas en medio de un tramo de césped, de pie a pleno sol. Todavía llevaba a Danny en un brazo y agitaba la mano libre encima de la cabeza. Phoebe, su amiga, estaba junto a ella.

Ah, esa sonrisa, ese recibimiento…, eran lo único que importaba. Ni los trofeos que lo esperaban en la mesa cubierta con un mantel, bajo un olmo, ni la multitud que se apretaba junto ala orilla y llenaba el muelle con las felicitaciones a flor de labios, ni los fotógrafos, ni la banda de música, ni los ricos miembros del club que esperaban para encargarle barcos.

Sólo Lorna Barnett y el mensaje que transmitía al llevar ahí ese día al hijo de ambos.

No les quitó la vista de encima hasta que la llegada al muelle lo obligó a prestar atención a otra cosa. Había que dar órdenes, amarrar el barco, secar las velas. Mientras atracaban, los espectadores los abordaban y se subían por todo el Manitou, haciendo preguntas, estrechando las manos de los tripulantes, elogiando. Jens respondió, aceptó, agradeció, siempre con Lorna en su punto de mira, sintiendo que cada momento creaba un nuevo lazo emocional entre los dos. La tripulación amarró el barco al muelle. Jens recogió las cuerdas, recibió montones de palmadas en la espalda, vio al Lorna D que era amarrado, y cómo el timonel y la tripulación repetían actos parecidos. Llegó el North Star, y los otros continuaron aparejando. Dos periodistas reclamaron su atención.

– Señor Harken, señor Harken…

– Discúlpenme, caballeros -dijo, pasando junto a ellos- antes tengo que ver a alguien.

Estaba de pie en la parte alta de la colina, y sus ojos eran las estrellas que guiaban el curso de Jens. Atrapó la mirada y la sostuvo, abriéndose paso entre la gente mientras las felicitaciones llovían sobre él, aunque ya no las oía. Sintió el latido de su propio corazón, como una vela que se hinchaba una y otra vez, llevándolo hacia la victoria, hacia la oscura intensidad de la mirada inquebrantable de Lorna, que lo veía acercarse.

Cuando llegó a ella, la multitud retrocedió a un segundo plano. Entre cientos de personas, bajo el sol de junio, sólo se reconocieron el uno al otro.

Las manos grandes de Jens apretaron los brazos de la muchacha sobre los codos y se miraron, radiantes.

– Oh, Jens, lo lograste.

– Lo logré…

La besó de lleno en la boca: una marca rápida, dura de posesión, con Danny entre ellos.

– ¿Papá?

El niño le palmoteaba la mejilla.

– ¿Y este quién es? ¡Pero si es Danny! Ven aquí y dame un beso.

Danny estaba demasiado excitado:

– ¿"I en baco"? Señaló el muelle.

– Quiere ir en un barco -tradujo Lorna.

– ¡Ya lo creo que irás en barco! Te haremos uno de tu tamaño y te enseñaremos a navegarlo en cuanto aprendas a nadar.

Danny dejó de contemplar el barco para mirar a su padre. Jens besó a Danny en la hermosa boca sonrosada y apoyó la mano grande y áspera en la cabeza rubia del chico.

– ¡Señor, qué día! -murmuró, y lo besó otra vez en la cabeza, cerrando los ojos.

Con esfuerzo, trató de recuperarse de tantas emociones, y volvió su atención a Lorna, que dijo:

– Te acuerdas de Phoebe, ¿verdad?

Mientras la muchacha lo felicitaba, alguien dijo:

– Dos mujeres hermosas y, ¿dónde está la mía?

Era Davin que llegaba en el mismo momento que Cara y los niños.

– Aquí, detrás de ti, grandote vikingo rubio. ¡Oh, estoy tan orgullosa de ti! -Cara lo besó-. ¡Y de ti también!

Le dio un beso a Jens y la ronda de festejo, como era justo, se pobló pues el pequeño Roland pasó del brazo de su madre al de su padre, Jefrrey tiró de la falda de su madre y Jens siguió con Danny en brazos.

Por fin, Jens pudo decir:

– Ya conociste a mi hermano Davin… y esta es Cara… Cara, ven aquí, querida. -Jens le pasó un brazo por los hombros, mientras la mujer sonreía con timidez-. Esta es Lorna…

No hacía falta decir que el futuro de ambas estaba inexorablemente ligado. Las dos mujeres intercambiaron sonrisas y saludos con amistosa curiosidad. Después, lo mismo hicieron Davin y Lorna, y mano del hombre pareció tragarse la de la muchacha, más pequeña. La sostuvo con firmeza, y mirándola a los ojos le sonrió y dijo:

– Bueno, este sí que es un buen día. No sé bien qué me hace más feliz.

Jeffrey tiraba de la pierna de Jens:

– ¡Álzame! ¡Álzame!

– ¡Ah, es Jeffrey! -Jens se las ingenio para levantarlo. Con un niño en cada brazo, dijo-: Mira, este es tu primo Danny. No me sorprendería que vosotros dos participarais en una carrera de veleros, algún día, como tu papá y yo. Y vosotros también ganaréis, como nosotros.

De súbito, la ronda de parloteo y caras nuevas resultó demasiado para Danny, que crispo la cara y se puso a llorar, tendiéndole los brazos a su madre. Los mayores rieron, y la tensión se alivió en cierta medida.

Una voz femenina temblorosa dijo:

– Exijo que me presenten al timonel ganador. Ya he esperado demasiado.

Todos se volvieron y vieron a la tía Agnes esperando, que miraba a Jens con animación.

Cuando la anciana estrechaba la mano de Jens, presentaron un marcado contraste: ella, que no le llegaba más que al codo, delicada, con el cabello gris y un poco encorvada; él, tan alto, bronceado, fornido, cargado de niños. Mirando su rostro curtido por el viento, Agnes dijo con esa voz trémula:

– No me equivocaba: es usted asombrosamente parecido a mi capitán Dearsley. Joven, estoy segura de que este es el día más feliz de su vida, y quiero que sepa que es el más feliz de la mía.

Tímidas, se acercaron las hermanas de Lorna y se quedaron algo apartadas. Theron se acercó, tan fascinado por Danny que fue directamente hacia él, con la vista clavada en el pequeño.