las pocas sobras de... no puedo decir "afecto"... las pocas sobras de tolerancia con las cuales podían quizá
l egar a casa sus hombres después de un duro día en el campo.
Si un hombre volvía a casa de buen humor, a lo mejor saludase a su mujer con un gruñido al pasar en lugar
de darle un sopapo. Si había tenido buena caza o una pelea resuelta con éxito y l egaba a casa en un
estado mental verdaderamente bueno, incluso podía condescender y tirar a su mujer al suelo, levantarle la
falda de algodón, levantarse él la falda de cabel eras y ocuparla en un acto de ahujínema menos que
amoroso, sin importarle cuántos mirones pudieran estar presentes. Por eso, desde luego, era por lo que las
poblaciones de las aldeas eran tan escasas; los acoplamientos se daban muy rara vez. Con mayor
frecuencia los hombres l egaban a casa malhumorados, mascul ando maldiciones, y apaleaban a sus
mujeres tan cruentamente como les gustaría haber ensangrentado al ciervo, al oso o al enemigo que se les
había escapado.
-Por Irluitzli, ojalá pudiera yo tratar así a mi mujer -dijo Acocotli, porque, según nos confió, al á en Aztlán
tenía una mujer de espíritu casi tan mezquino como Gónda Ke que lo increpaba y le daba la tabarra sin
piedad-. Por Huiztli que lo haré, de ahora en adelante, si alguna vez vuelvo a casa!
Nuestra Gónda Ke hal ó pocas oportunidades en Bakum de ejercer su espíritu mezquino. El que la hicieran
trabajar como una esclava y la considerasen sin valor para otras cosas eran humil aciones que el a
soportaba no con apatía como las demás mujeres, sino con una ira hosca y corrosiva, porque incluso las
otras mujeres la miraban con aire de superioridad... porque el a no tenía hombre que le diera palizas. (Mis
compañeros y yo nos negamos a complacerla en ese aspecto.) Sé que a el a le hubiera gustado mucho
exigir a su pueblo adulación temerosa y admiración, haciendo para el o alarde de sus viajes a tierras
lejanas, de las ocurrencias malvadas y de los torbel inos que había ocasionado entre los hombres. Pero las
mujeres despreciaban respetarla en lo más mínimo, y los hombres la miraban furibundos y la hacían cal ar
siempre que trataba de hablarles. Quizá Gónda Ke hubiese pasado tanto tiempo lejos de su gente que se le
había olvidado lo miserablemente insignificante que el a se encontraría en tan grosera e ignorante
compañía, que la consideraban como algo inferior a un gusano. Los gusanos por lo menos pueden resultar
molestos. Y el a ya no.
Nadie le pegaba, pero estaba sujeta a las órdenes de todos, incluso de las mujeres, porque éstas
realizaban o asignaban los trabajos de la aldea. Quizá le tuvieran envidia a Gónda Ke por haber visto algo
del mundo que quedaba fuera de la espantosa Bakum, o por haber dado órdenes a los hombres. O a lo
mejor la despreciasen simplemente porque no era de aquel a aldea. Sea cual fuere el motivo, se
comportaban tan maliciosamente como sólo las mujeres que ejercen una autoridad insignificante y son
estrechas de mente pueden hacerlo. Hacían trabajar a Gónda Ke sin descanso y se deleitaban en especial
en darle los trabajos más sucios y duros. Y ver esto me alegraba el corazón.
La única herida que recibió fue pequeña. Mientras recogía leña para el fuego le picó una araña en el tobil o,
y eso hizo que enfermara ligeramente. Yo habría creído imposible que una diminuta criatura venenosa
pudiera hacer enfermar a otra que era mucho más grande y mucho más venenosa. De todos modos, como
ninguna mujer podía rehuir su trabajo por sentirse indispuesta, excepto dar a luz o estar inexorablemente
muriéndose, a Gónda Ke, que no dejó de rechinar los dientes y de protestar a causa de la mortificación, se
la obligó a estirarse en el suelo para recibir las atenciones del tícitl de la aldea. Como había dicho Ualiztli,
aquel viejo farsante no hizo otra cosa que ponerse una máscara destinada a ahuyentar a los malos
espíritus, bramar un cántico tonto, dibujar unas imágenes sin sentido en el suelo con arena de varios
colores y agitar una carraca de madera l ena de alubias secas. Luego declaró que Gónda Ke estaba curada
y lista de nuevo para el trabajo. Y a trabajar la pusieron.
La única pequeña distinción que se le concedió a Gónda Ke en Bakum fue darle permiso, siempre que no
estuviese ocupada en alguna otra faena, para sentarse a hacer de intérprete entre los cinco viejos yo otui y
yo. Al í, por lo menos, podía hablar, y como yo nunca aprendí más que unas cuantas palabras de aquel
idioma, estoy casi seguro de que debió de intentar convertirse en heroína al denunciarme como quimichi,
como agitador de motivos dudosos o como cualquier cosa que hubiera sido motivo para que los ancianos
ordenasen que a nosotros los forasteros se nos expulsase o se nos ejecutase. Pero hay una cosa que sí sé:
no existe una palabra para "heroína" en el idioma yaqui, ni existe el concepto de esa clase de mujer en la
mente yaqui. Si realmente Gónda Ke intentó esa táctica, estoy seguro de que los yoóotui oyeron sus
aseveraciones nada más como monsergas femeninas de las que no había que hacer caso. Si el a de hecho
insistió en que los aztecas fuéramos exterminados, y si los ancianos hicieron algún caso de el o,
perversamente habrían hecho justo lo contrario. Así que quizá fuera gracias a otro de los intentos de
perfidia de Gónda Ke que los yoóotui no sólo dejaron que me quedase y pronunciase mi mensaje, sino que
además me escucharon con mucha atención.
Debería explicar cómo gobernaban aquel os yoóotui, si es que gobernar es la palabra, porque no había
ningún sistema como el yaqui en el Unico Mundo. Cada uno de los ancianos era responsable de una
yaóura, que significa "función", de las cinco yaóúram de su aldea: religión, guerra, trabajo, costumbres y
danza. Necesariamente algunos de sus deberes se superponían, mientras que otros apenas se requerían
alguna vez para algo. El anciano encargado del trabajo, por ejemplo, tenía poco que hacer salvo castigar a
alguna hembra que se fingiera enferma, y una mujer así sencil amente no existía en la sociedad yaqui. El
anciano a cargo de la guerra sólo tenía que dar su bendición siempre que los yoemósont om de su aldea
decidían hacer una incursión en alguna otra aldea, o cuando los yoemósont om de las tres ramas yaquis se
unían para l evar a cabo sus incursiones casi rituales contra el Pueblo del Desierto.
Los otros tres ancianos más o menos gobernaban conjuntamente: el Custodio de la Religión, el Custodio de
las Costumbres y el Director de Danzas. La religión yaqui bien podía considerarse una ausencia absoluta
de religión, porque sólo rendían culto a sus antepasados; y, desde luego, cuando cualquiera de el os muere
se convierte, en ese mismo momento, en antepasado. Como el aniversario de la muerte de cualquier
antepasado es motivo para l evar a cabo ceremonias en su honor, apenas si pasa una noche en las tierras
yaquis sin una ceremonia más o menos grande, dependiendo de la importancia que esa persona hubiera
tenido en vida. Los únicos "dioses" reconocidos por los yaquis son sus antepasados más antiguos, de los
que no se puede decir que sean dioses auténticos, sino más bien parecidos a la Dualidad Señor y Señora
que nosotros los aztecas siempre hemos creído que eran los progenitores de nuestra raza. Nosotros no
veneramos activamente a los nuestros, pero los yaquis l aman a los suyos El Viejo y Nuestra Madre y si que