Выбрать главу

nacidos. Por otra parte, al igual que la mayoría de los actos realizados por mandato de los dioses, éste

tenía la pureza de la más completa simplicidad: mantener las islas como una reserva de hembras

alimentando a las ostras de cuyos corazones dependen las isleñas.

-Mi hija ya casi tiene edad de empezar a bucear -continuó diciendo Gril o-. Así que supongo que Kukú me

ordenará que l eve a cabo el akuáreni con alguno de los hombres cuando vengan la próxima vez.

Al oír esto, le comenté:

-Lo dices como si te pareciera tan agradable como ser atacada por un monstruo marino. ¿Es que ninguna

de vosotras se acuesta nunca con un hombre sólo por placer?

-¿Placer? -exclamó-. ¿Qué placer puede haber en que le metan a una dentro con brusquedad una estaca

de carne, la muevan dolorosamente en un mete y saca unas cuantas veces y luego la saquen también

dolorosamente? La impresión que se tiene en ese rato es como si estuvieras estreñida por el otro lado.

-Hay que ver qué hombres más galantes y corteses invitáis vosotras las mujeres para que sean vuestros

consortes -mascul é. Luego añadí en voz alta-: Mi querida Ixinatsi, lo que me describes es violación, no es

el acto amoroso tal como debería ser. Cuando se hace con amor, y tú misma has hablado del corazón

amoroso, puede ser un placer exquisito.

-¿Hecho con amor? -me preguntó en tono que parecía no exento de interés.

-Bien... el amor puede empezar mucho antes de que una estaca de carne esté implicada. Tú sabes que

tienes un corazón amoroso, pero puede que no sepas que también tienes una kinú. Y que es infinitamente

más capaz de ser amada que la de la ostra más emocional. Está ahí.

Le señalé el lugar, y Gril o dio la impresión de perder interés en el o inmediatamente.

-Ah, eso -volvió a decir. Se desenrol ó la única prenda que vestía y se removió para poner el abdomen a la

luz de un rayo de luna; con los dedos se apartó los pétalos de su tipili, se miró sin curiosidad el xacapili,

parecido a una perla, y añadió-: Un juguete de niñas.

-¿Qué?

-Una niña aprende desde muy joven que esa pequeña parte que tiene ahí es sensible y excitable, y hace

mucho uso de el a. Sí... igual que tú estás haciendo ahora con la punta de tu dedo, Tenamaxtli. Pero a

medida que una niña madura, se aburre de esa práctica infantil y la encuentra poco femenina. Además,

nuestra Kukú nos ha enseñado que esa actividad despoja a cualquiera de fuerza y aguante. Oh, una mujer

adulta lo hace de vez en cuando. Yo misma lo hago... exactamente como tú me lo estás haciendo en este

momento.., pero sólo para aliviarme cuando me siento tensa o de mal humor. Es como "rascarse una

picazón".

Suspiré.

-Picazón, mete y saca y estreñimiento. Qué palabras más horribles empleas para hablar de un sentimiento

que puede ser el más sublime de todos. Y vuestra anciana Kukú se equivoca. Hacer el amor puede

vigorizarte y darte mucha más fuerza y satisfacción en todas las demás cosas que hagas. Pero dejemos

eso ahora. Dime una cosa. Cuando yo te acaricio ahí, ¿es igual que cuando tú misma te rascas una

picazón?

-N-no -admitió el a con voz entrecortada-. Siento.., sea lo que sea lo que siento... es muy diferente...

Intentando refrenar mi propia excitación para poder hablar con tanta seriedad como un tícitl que hace un

reconocimiento, le pregunté:

-Pero ¿es una sensación buena?

-Si -repuso el a en voz baja.

Mientras yo le besaba todo aquel cuerpo cubierto de piel lustrosa que resplandecía a la luz de la luna, Gril o

repitió casi de manera inaudible:

-Sí.

La besé en el lugar donde estaba mi mano y luego la quité para que no me estorbase.

Ixínatsi se sobresaltó y ahogó un grito.

-¡No! No puedes... así no es como... oh, sí, es así! Sí, puedes! Y yo... oh, yo también puedo!

Gril o tardó un rato en recuperarse; respiraba como si acabase de salir de las profundidades del mar

cuando dijo:

-¡Uiikíiki! Nunca... cuando lo hago yo misma... Nunca ha sido así!

-Pues reparemos ese descuido tan largo -le sugerí.

Y comencé a hacerle cosas que la transportaron a esas profundidades, o a esas alturas, dos veces de

nuevo antes de dejar que supiera que yo tenía un mástil de carne disponible para cuando hiciera falta. Y

cuando así fue, me vi abrazado, envuelto y engul ido por una criatura tan ágil, sinuosa, adaptable y diestra

como cualquier cuguar marino que hiciera ruidosas cabriolas en su propio elemento.

Entonces fue cuando descubrí algo absolutamente novedoso sobre Ixínatsi, y eso que yo habría jurado que

ninguna mujer podría sorprenderme nunca más en ningún sentido. No fue hasta que yacimos juntos que lo

descubrí, porque su deliciosa diferencia de todas las demás mujeres residía en sus partes más íntimas.

Manifiestamente, cuando Gril o aún no había nacido y los dioses le estaban dando forma en el seno de su

madre, la bondadosa diosa del amor, de las flores y de la felicidad conyugal debió de decir: "Dotemos a

esta niña, Ixínatsi, de una peculiaridad única en sus órganos femeninos, para que cuando l egue a mujer

adulta pueda realizar akuáreni con los hombres mortales con tanto gozo y voluptuosidad como podría

hacerlo yo misma."

Era desde luego sólo una pequeña alteración la que los dioses efectuaron en el cuerpo de Gril o, pero... -

ayyo! Puedo atestiguar que añadió una increíble nota picante y una gran exuberancia cuando el a y yo nos

unimos en el acto conyugal.

La diosa del amor entre nosotros los aztecas se l ama Xochiquetzal, pero los purepechas la conocen como

Petsikuri, y es así como también la conocen las mujeres isleñas. Sea cual sea su nombre, lo que había

hecho era lo siguiente: había situado la apertura del tipili de Gril o sólo un poco más atrás entre sus muslos

que en el resto de las mujeres. De ese modo el hueco interior de su tipili no simplemente se extendía recto

hacia arriba en el interior de su cuerpo, sino hacia arriba y hacia adelante. Cuando el a y yo copulamos cara

a cara y deslicé mi tepuli dentro de el a, éste se dobló con suavidad para adaptarse a aquel a curva. De

modo que, cuando estuvo completamente envainado dentro de el a, la corona de mi tepuli volvía a estar

apuntando hacia mi o, mejor dicho, hacia la parte de atrás del ombligo del vientre de Gril o.

En nuestro idioma náhuatl a menudo nos referimos con respeto al cuerpo de una mujer l amándolo xochitl,

"flor", y a su ombligo lo l amamos yoloxóchitl, o "centro del capul o". Cuando estuve dentro de Ixinatsi mi

tepuli se convirtió literalmente en el "tal o" de ese capul o, de esa flor. Sólo el hecho de percatarme de que

el a y yo estábamos tan íntimamente unidos, por no mencionar las intensas sensaciones implicadas en el o,

elevaron mi ardor hasta un grado que nunca hubiera creído posible.

Y al organizar las partes femeninas de Ixinatsi, la diosa había proporcionado, tanto para Gril o como para

mi, todavía un refuerzo más del gozo que l ega en el acto del amor. Ese emplazamiento ligeramente más

atrás del orificio de su tipili hizo que, cuando mi tepuli la penetró hasta la empuñadura, mi hueso púbico

quedara por fuerza apretado y duro contra su sensible perla xacapili, mucho más apretado de lo que lo

habría estado con mujeres corrientes. Así, mientras Ixínatsi y yo nos apretábamos, nos mecíamos y nos

retorcíamos juntos, su pequeña kinú rosada resultaba al mismo tiempo acariciada, frotada, sobada... hasta

que se puso erecta; empezó a latirle con ansia y luego alcanzó paroxismos de éxtasis. Y la respuesta de

Gril o era cada vez más fogosa, cosa que, naturalmente, me producía a mi el mismo efecto, de modo que