estábamos igual, gozosa, atontada y casi desmayadamente exultantes cuando alcanzamos juntos el clímax.
Cuando acabó, Ixínatsi, la de los pulmones prodigiosos, recuperó el aliento antes que yo, desde luego.
Mientras yo todavía yacía flojo, Gril o se deslizó en su guarida debajo del árbol, salió de el a y me puso algo
con fuerza en la mano. El objeto bril aba a la luz de la luna como un pedazo de la misma luna.
-Una kinú significa un corazón amoroso -me indicó; y luego me besó.
-Esta perla únicamente -le dije en voz baja- podría comprarte muchas cosas. Una casa como es debido, por
ejemplo. Una realmente buena.
-No sabría qué hacer con una casa. Pero ahora sí que sé cómo disfrutar del akuáreni. La kinú es para darte
las gracias por enseñármelo.
Antes de que yo pudiera reunir el aliento necesario para volver a hablar, Gril o se había puesto en pie de un
brinco y estaba l amando al otro lado del tronco.
-¡Marúuani! -le decía a la joven que vivía en el refugio del otro lado. Pensé que Gril o iba a pedirle disculpas
por los ruidos sin duda extraños que habíamos estado haciendo. Pero en cambio le pidió con urgencia-: -
Ven aquí! He descubierto una cosa de lo más maravil osa!
Marúuani dio la vuelta a la raíz del árbol mientras se peinaba descuidadamente el largo cabel o fingiendo no
sentir curiosidad alguna, pero alzó las cejas cuando nos vio desnudos a ambos. Le dijo a Ixínatsi:
-Por el ruido que hacíais daba la impresión... de que lo estabais pasando bien.
-Sí -le contestó Gril o con deleite-. Lo pasábamos muy bien. Escucha!
Se acercó a el a y comenzó a susurrarle algo al oído, y la otra mujer continuó contemplándome, al tiempo
que los ojos se le agrandaban cada vez más. Y tumbado al í, mientras me describían y hacían comentarios
sobre mi, me sentí como una criatura marina hasta entonces desconocida que acabara de l egar a la oril a
empujada por las olas y estuviera causando sensación. Le oí decir a Marúuani con voz apagada:
-¿Eso hizo? -le preguntó, y luego, tras más cuchicheos-: ¿Querría hacerlo?
-Claro que sí -respondió Ixinatsi-. ¿Verdad, Tenamaxtli? ¿Verdad que querrás hacer el akuáreni con mi
amiga Marúuani?
Me aclaré la garganta y dije:
-Tienes que comprender una cosa acerca de los hombres, queridísima: que han de descansar por lo menos
un rato entre una vez y otra para que el mástil vuelva a ponerse duro.
-¿Ah, si? Oh, bueno, qué pena, porque Marúuani está deseando aprender.
Me quedé pensando un poco y luego comenté:
-Bueno, Gril o, te he enseñado algunas cosas que no requieren mi participación. Mientras recupero mis
facultades, podrías mostrarle tú misma los preliminares a tu amiga.
-Tienes razón -convino Gril o muy animada-. Al fin y al cabo no siempre tenemos hombres con estacas de
carne a nuestra disposición. Marúuani, quítate el taparrabos y túmbate aquí.
Con cierto recelo Marúuani obedeció e Ixfnatsi se tendió junto a el a, ambas un poco apartadas de mí.
Marúuani se encogió y dio un pequeño gritito al primer toque íntimo.
-Estáte quieta -le ordenó Gril o con esa confianza que proporciona la experiencia-. Así es como se hace.
Dentro de un momento lo comprobarás.
Y no pasó mucho rato antes de que yo estuviera mirando a dos cuguares de mar, flexibles y bril antes,
mientras hacían las contorsiones de la copulación de un modo muy parecido a como lo hacen los animales
auténticos, sólo que las dos mujeres eran mucho más gráciles, puesto que tenían brazos y piernas largos y
torneados para entrelazarse. Y el hecho de mirarlas aceleró mi disponibilidad, así que estuve dispuesto
para Marúuani cuando el a a su vez estuvo dispuesta para mí.
Repito, yo estaba enamorado de Ixínatsi incluso antes de que hiciéramos el amor. Y ya había decidido,
aquel a misma noche, l evármelas a el a y a su hija conmigo cuando me marchase de la isla. Lo haría
mediante la persuasión, si era posible. Si no, como un bruto yaqui, las raptaría y me las l evaría por la
fuerza. Y ahora, después de descubrir el modo único y maravil oso como estaba construida Gril o para el
acto del amor, estaba todavía más determinado a el o que antes.
Pero soy humano. Y varón. Por consiguiente, soy incurable e insaciablemente curioso. No pude evitar
preguntarme si aquel as isleñas poseerían las mismas propiedades físicas de Gril o. Aunque la joven
Marúuani era linda y atractiva, yo nunca había sentido deseo alguno por el a, desde luego no el deseo que
había experimentado y aún experimentaba por lxinatsi. No obstante, después de observar lo que acababa
de ocurrir, y puesto que el o me había excitado hasta lanzarme a una lujuria indiscriminada, y como además
Ixínatsi me animaba generosamente...
Bien, así es como mi permanencia en las islas se prolongó indefinidamente. Ixínatsi y Marúuani corrieron la
voz de que en la vida había algo más que trabajar, dormir y jugar con una misma de vez en cuando.., y las
demás mujeres de la isla clamaron por ser iniciadas en el o. Las escandalizadas protestas de la Abuela
fueron acal adas a voces, probablemente por primera vez en su reinado, pero se resignó al nuevo estado de
las cosas cuando observó un perceptible incremento en el buen ánimo y productividad de las trabajadoras.
Kukú impuso sólo una condición: que todo akuáreni se realizase únicamente en las horas nocturnas, cosa
que no me importaba porque me dejaba los días para dormir y recuperar mi existencia.
Permítaseme decir aquí que yo no habría complacido a ninguna de las demás mujeres si Gril o hubiera
puesto de manifiesto la menor muestra de celos o de posesión. Lo hice principalmente porque el a parecía
alegrarse mucho de que sus hermanas fueran instruidas así, y parecía enorgul ecerse de que fuera "su
hombre" quien lo hacía. A decir verdad, yo habría preferido restringir mis atenciones sólo a el a, porque era
el a a quien yo amaba profundamente, la única, entonces y siempre, y sé que el a también me amaba.
Hasta Tirípetsi, que al principio se había mostrado tímida e inquieta al tener en casa a un hombre, l egó a
tenerme cariño, igual que las niñas se lo tienen en todas las demás partes a sus padres.
Además, y esto es importante, las demás mujeres de la isla no estaban construidas fisicamente igual que
Ixínatsi. Eran tan corrientes a ese respecto como todas las mujeres con las que yo había copulado a lo
largo de mi vida. En resumen, yo estaba tan encaprichado con Gril o que ninguna otra mujer habría estado
a la altura, no habría alcanzado los niveles que el a había establecido. Sólo porque el a lo deseaba,
prestaba yo mis servicios a las otras mujeres. Lo hacía más como un deber que como un deseo, e incluso
instituí una especie de programa: las mujeres podían solicitar mis servicios una noche sí y otra no, y así las
noches intermedias se las dedicaba sólo a Gril o. Y ésas eran noches de amor, no sólo de hacer el amor.
Puede ser que, como rara vez a mi me habían escaseado las mujeres, y ciertamente no me escaseaban
ahora, en algún modo me hastiaban las comunes y corrientes, y era precisamente la novedad de Ixinatsi lo
que tanto me l enaba de energía. Sólo sé que las sensaciones que el a y yo compartimos encendieron en
mí fuegos que nunca había experimentado, ni siquiera en mi juventud más libidinosa. En cuanto a la
querida Gril o, estoy seguro de que no tenía ni idea de que era físicamente superior a las mujeres
corrientes. Nada habría podido nunca hacerle sospechar que los dioses la habían bendecido al nacer. Y