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ymaxtli que tienes ahí abajo. La sangre española de tu abuelo, diría yo, explica esos delicados y hermosos

rasgos faciales que tienes. Sin embargo, no se te ven las axilas ni las piernas l enas de pelo, de modo que

la sangre blanca española de tu abuelo debió de diluirse después. Y además eres tan limpia y hueles tan

bien como cualquier hembra de mi propia raza. Se ve en seguida que tu desconocido padre aportó más y lo

mejor de la mezcla a tu naturaleza.

-Por si te importa saberlo, mi señor -dijiste con descaro-, sea yo lo que sea, continúo siendo virgen. Todavía

no me ha violado ningún hombre y todavía no me he sentido tentada a retozar con ninguno.

Hice una pausa para considerar aquel comentario tan directo (pues habías dicho "tentada", habías dicho

"todavía no") mientras saboreaba lo que estaba mirando. Y aquí confesaré con sinceridad una cosa. Ya

entonces, a aquel a tierna edad, Verónica, estabas tan femeninamente dotada, eras fisicamente tan bel a y

atractiva, además de ser muy inteligente y cultivada para tu edad, que fuiste para mi una auténtica

tentación. Hubiera podido pedirte que te convirtieras en algo más que mi compañera y mi escriba. Pero esa

idea sólo me pasó fugazmente por la cabeza, porque todavía recordaba el voto que había hecho en

memoria de Ixínatsi. En realidad, aunque yo habría gozado con una intimidad mutua, no me atreví a tentarte

ni a conquistarte para el o porque habría corrido el riesgo de enamorarme de ti. Y amar genuinamente a una

mujer era lo que yo había jurado no volver a hacer nunca.

Y, también es verdad, bien estuvo que no lo hiciera, en vista de lo que más tarde se reveló entre nosotros.

Y, no obstante, también es verdad que inevitablemente, sin escapatoria, l egué a amarte con toda ternura.

En aquel momento, sin embargo, lo único que se me ocurrió decir fue:

-Vuelve a vestirte y ven conmigo. Aligeraremos a las mujeres purepes de algunas de las prendas que

cogieron de los guardarropas de Tonalá. Mereces el más hermoso de los atuendos femeninos, Verónica. Y

necesitarás más ropa además de ésa, y también algo de ropa interior si has de cabalgar en un cabal o junto

al mío.

No todas nuestras conquistas se l evaron a cabo con tanta facilidad como la de Tonalá. Mientras

permanecimos acampados, mantuve a mis exploradores y a mis corredores veloces circulando en todas

direcciones por los alrededores y, a partir de sus informes, decidí hacer que nuestro siguiente ataque a los

españoles fuera un ataque doble: dos ataques simultáneos pero en dos lugares separados y muy distantes.

El o, ciertamente, serviría para hacer que los españoles tuvieran aún más miedo de que fuéramos muy

numerosos, muy poderosos en fuerzas y en armas, fieros en nuestra determinación, capaces de atacar en

cualquier parte... y que no se pensaran que se trataba sólo de un enojado levantamiento de unos cuantos

miembros de tribus descontentas, sino de una auténtica insurrección extendida por todo el territorio contra

los hombres blancos que nos estaban usurpando la tierra.

Algunos de los exploradores me informaron de que, a cierta distancia al sureste de nuestro campamento,

se abría una vasta extensión de ricas estancias de cultivo y ranchos cuyos propietarios habían construido

sus residencias muy agrupadas, unas cerca de las otras, por conveniencia, vecindad y protección mutua, en

el centro de aquel a extensión de terreno. Otros exploradores me informaron de que, al suroeste de

nosotros, estaba situado un puesto de comercio español en una encrucijada de caminos, que tenía

negocios florecientes con mercaderes viajantes y con terratenientes locales, pero que estaba muy

fortificado y vigilado por una considerable fuerza de soldados españoles de a pie.

Esos fueron los dos lugares que decidí atacar a continuación y al mismo tiempo, con el cabal ero Nocheztli

al mando del ataque a la comunidad de estancias y yo al frente del ataque al puesto comercial. Y ahora les

daría a algunos de nuestros guerreros que previamente no se habían manchado de sangre, y por el o

sentían cierta envidia, su oportunidad de pelear, de saquear, de ganar la gloria y de alcanzar una muerte

que complaciera a los dioses. De manera que a Nocheztli le asigné a los coras y a los huicholes y a todos

nuestros jinetes, entre el os a Verónica, para que fuera la cronista de esa batal a. Conmigo me l evé a los

rarámuris y a los otomíes y a los hábiles arcabuceros. Dejamos atrás a los que habían participado en la

toma de Tonalá... lo cual hizo que los yaquis, tal como era su costumbre, comenzasen a murmurar y

estuviesen a punto de organizar un motín. Nocheztli y yo calculamos cuidadosamente el tiempo que

emplearíamos en desplazarnos hasta al í para así poder establecer el día en el cual l evaríamos a cabo los

asedios, separados y simultáneos, y también el día de nuestro reencuentro posterior, ya victoriosos, en el

campamento que teníamos en aquel momento. Y luego marcharíamos cada uno en una dirección

divergente.

Como he dicho, no toda la guerra que l evé a cabo transcurrió suavemente. En un principio dio la impresión

de que mi ataque al puesto comercial no era probable que tuviera un resultado que pudiera l amarse

victorioso.

El lugar consistía en su mayor parte en cabañas y barracas de los obreros y esclavos españoles. Pero

éstas estaban rodeando el puesto en sí, que se asentaba seguro dentro de una empalizada de troncos

pesados y unidos muy juntos, todos puntiagudos en la parte superior; tenía una puerta maciza, cerrada

fuertemente y atrancada por dentro. Por unas ranuras estrechas en la pared de troncos asomaban los tubos

de trueno. Cuando nuestras fuerzas avanzaron, rugiendo y bramando, y echaron a correr a campo abierto

por uno de los lados del puesto, yo confiaba en que sólo tendríamos que esquivar las pesadas bolas de

hierro que yo ya había visto anteriormente arrojar por los tubos de trueno. Pero a éstos los habían cargado

en esta ocasión con fragmentos de metal, piedras, clavos, cristales rotos y cosas así. Y cuando

comenzaron a disparar no hubo manera de esquivar la rociada letal que arrojaron, y gran cantidad de

nuestros guerreros que iban en primera línea de ataque cayeron horriblemente mutilados, descuartizados,

muertos, hechos pedazos. Felizmente para nosotros, un tubo de trueno se tarda aún más en cargar que un

palo de trueno. Antes de que los soldados españoles pudieran conseguirlo, nosotros los guerreros

supervivientes nos habíamos acercado a la pared de la fortaleza, un lugar al que no podían apuntar los

tubos de trueno. Mis rarámuris, haciendo honor a su nombre que significa Veloces de Pies, se encaramaron

con facilidad como hormigas por los troncos de corteza tosca y, pasando por encima de el os, se

introdujeron en la fortaleza. Mientras algunos de aquel os entablaron combate inmediatamente con los

defensores españoles, otros corrieron a desatrancar la puerta para permitirnos la entrada al resto de

nosotros.

Sin embargo, los soldados no eran nada cobardes ni estaban tan desanimados como para rendirse de

inmediato. Varios de el os, formados en filas a cierta distancia, nos rechazaron con arcabuces. Pero mis

propios arcabuceros, ahora versados en el debido empleo de esa arma, actuaron con igual exactitud y

eficiencia mortal. Mientras tanto el resto de nosotros, armados con lanzas, espadas y maquáhuime,