alguno.
-Cuatí Alonso -le dije aplaudiendo en mi interior con regocijo-, precisamente conozco al hombre apropiado.
Cuando volví al mesón le dije a Pochotclass="underline"
-¿Conoces esa arma española que nosotros l amamos palo de trueno?
-El arcabuz, sí -repuso--. Bueno, por lo menos he visto lo que puede hacer. Una de el as le hizo un agujero
a mi hermano mayor y lo atravesó de parte a parte, como si le hubiera alcanzado una jabalina invisible.
-¿Sabes cómo funciona?
-¿Cómo funciona? No. ¿Cómo voy a saberlo?
-Tú eres un artista de gran genio. ¿Serías capaz de construir uno?
-¿De fabricar un artilugio que es a la vez estrafalario y prodigioso? ¿Una cosa que sólo he visto de lejos?
¿Sin saber siquiera cómo funciona? ¿Estás tíahuele, amigo, o sencil amente te has vuelto xolopitli?
Hay dos palabras en náhuatl que significan "mentalmente trastornado" Tíahuele se refiere a una persona
que es violenta y peligrosamente demente. Xolopitli se l ama a alguien que es estúpido, inofensivo y que
está en la inopia.
-Pero ¿podrías construir uno si te enseño dibujos de las partes que lo hacen funcionar? -le pregunté.
-¿Y cómo ibas tú a hacer eso? A ninguno de nosotros se nos permite acercarnos a las armas ni a las
armaduras de los hombres blancos.
-Pues yo lo he hecho. Aquí lo tengo, mira.
Le enseñé el papel con los dibujos que yo había hecho, y al í mismo, con un poco de carbón, completé un
par de imágenes que habían quedado sin terminar cuando Alonso me interrumpió. Le dije a Pochotí lo que
los dibujos representaban y cómo actuaban las distintas piezas para que un arcabuz hiciera aquel papel de
causar la muerte para el que estaba hecho.
-Bueno, no sería imposible forjar, dar forma a las piezas y ensamblarlas tal y como tú las describes
-refunfuñó Pochotl-. Pero éste es trabajo para un herrero corriente, no para un artífice de joyería delicada.
Todo, menos esas extrañas cosas que tú l amas muel es.
-Excepto los muel es, exacto -convine yo-. Por eso he acudido a ti.
-Aun suponiendo que pudiera conseguir el hierro y el acero que se requiere, ¿por qué iba yo a perder el
tiempo tonteando con un armatoste tan complicado?
-¿Cómo, perder el tiempo? ¿Qué tiempo? -le pregunté con sarcasmo-. ¿En qué empleas tú el tiempo,
aparte de en comer y en dormir?
-¡Sea como sea, te he dicho que no quiero tener nada que ver con esa ridícula idea tuya de revolución! Si te
construyo un arma en contra de la ley, yo también me involucro en tu delirio tíahuele, y acabaría en la pira,
atado a la estaca, a tu lado!
-Te libraré de toda culpa e iré a la hoguera yo solo -le aseguré-. Mientras tanto, supón que te ofreciera una
recompensa irresistible en pago por el arcabuz. ¿Qué te parece?
No respondió, sólo se limitó a mirarme con expresión sombría y enojada.
-Los cristianos están buscando un artista que esculpa para su catedral numerosos objetos de oro, plata y
piedras preciosas. -Los ojos de Pochotí pasaron de aquel a expresión sombría al bril o resplandeciente-.
Platos, copas y otras vasijas, y también artículos que no sé describirte, y todo el o ha de estar trabajado del
modo más ornamental. Cosas esplendorosas. El hombre que las haga dejará un legado para la posteridad.
Una posteridad extravagante, desde luego, pero...
-¡Pero el arte es el arte! -exclamó Pochotl-. Aunque sea al servicio de un pueblo extranjero y de una religión
extranjera!
-Indudable -convine complaciente-. Y como tú mismo has comentado, a mi se me quiere bastante entre el
clero cristiano. Si yo dijera unas cuantas palabras en favor de cierto artífice incomparable...
-¿Lo harías? Yyo ayyo, cuatl Tenamaxtli, ¿lo harías?
-En el caso de que lo hiciera, creo que a ese artista se le encomendaría con seguridad hacer el trabajo. Y lo
único que yo le pediría a cambio sería que él perdiera su tiempo libre en la construcción de mi arcabuz.
Pochotí me arrebató el papel con los dibujos.
-Permíteme que coja esto y lo estudie. -Empezó a alejarse mientras mascul aba entre dientes-: Tengo que
idear algún modo de procurarme los metales... -Pero en seguida volvió con el entrecejo fruncido y me
preguntó-: Cuando me has explicado cómo funciona el arcabuz has dejado claro que ese polvo secreto
l amado pólvora es el único componente vital. ¿De qué sirve que yo construya esta arma si no tienes
pólvora?
-Tengo un pel izco -le confié-, y creo que quizá sea capaz de adivinar los distintos componentes. Para
cuando tú hayas hecho el arma, Pochotl, espero tener pólvora en abundancia. Aquel joven soldado ha sido
lo bastante indiscreto como para darme una pista que a lo mejor pueda ayudarme.
-La pista -les expliqué a Netzlin y a Citlali- fue que las mujeres contribuyen en cierto modo a esta mezcla de
polvos. Una contribución íntima, dijo.
Citlali abrió mucho los ojos al oír aquel o, y el a, su marido y yo, que estábamos sentados en el suelo de
tierra de su casita, observamos el pel izco de pólvora que yo con mucho cuidado había guardado en un
pedazo de papel de corteza.
-Como podéis ver -continué diciendo-, el polvo tiene en apariencia un color gris. Pero trabajando
meticulosamente con la punta de una pluma pequeña, he logrado separar los casi impalpables granos que
la componen. Por lo que he podido distinguir, sólo hay mezcladas tres cosas diferentes. Una de el as es
negra, otra es amaril a y otra es blanca.
-Tanto trabajo concienzudo y delicado, ¿y qué sacas de todo el o? -gruñó Netzlin con escepticismo-. Las
motas podrían ser pólenes de muchas flores diferentes.
-Pero no lo son -le aseguré-. Ya he identificado dos de el as simplemente tocando con la lengua unos
cuantos granos de cada una. Las motas negras no son otra cosa que carbón vegetal corriente. Las
amaril as son polvo de esa excreción crujiente que se encuentra alrededor de los respiraderos de cualquier
volcán. Los españoles lo utilizan también para otros propósitos: para conservar la fruta, para hacer tintes,
para calafatear los toneles de vino... y lo l aman azufre.
-Entonces esas dos cosas te serán fáciles de conseguir me indicó Netzlin-. Pero... ¿los granos blancos
resisten esa investigación tuya tan inteligente?
-Sí. Lo único que puedo decir sobre el os es que tienen un sabor parecido a la sal, pero más punzante y
amargo. Por eso he traído la pólvora aquí. -Me volví hacia Citlali-. Porque aquel soldado habló de las
mujeres.
Citlali sonrió con buen humor, pero se encogió de hombros al sentirse impotente.
-Yo soy capaz de distinguir los granos blancos de ese montoncito, pero en verdad no los reconozco. ¿Por
qué crees que iban a ver más en el os los ojos de una mujer que los tuyos, Tenamaxtli?
-Quizá los ojos no -le dije-. Sin embargo, es sabido que otros sentidos e intuiciones de la mujer son mucho
más agudos que los del hombre. Mira, voy a separar unas cuantas de esas motas. -Había l evado conmigo
la pequeña pluma y la utilicé con delicadeza; así que aparté una diminuta cantidad de granos blancos del
resto-. Ahora pruébalos, Citlali.
-¿Tengo que hacerlo? -me preguntó mirándolos con recelo. Luego se inclinó hacia adelante haciendo un
considerable esfuerzo, porque el protuberante vientre se interponía; bajó la cabeza hacia el papel y olfateó-.
¿He de probarlos? me preguntó otra vez al tiempo que volvía a sentarse sobre los talones-. Huelen
exactamente a xitli.
-¿Xitli? -repetimos al mismo tiempo Netzlin y yo parpadeando al mirarla, porque esa palabra significa orina.