desastres de su vida con más compostura de lo que había podido hacerlo la noche anterior.
-¿Has considerado lo que vas a tener que soportar? -le pregunté-. Aparte de que tendrás que estar
cuidando y vigilando a la criatura a toda hora, posiblemente hasta que sea adulta o incluso hasta que uno
de vosotros dos muera, vas a sufrir el desprecio y las burlas de tu gente, especialmente de nuestros
sacerdotes. ¿Y a qué clase de tonali ha sido destinada tu bebé? A una vida de abyecta dependencia de su
madre. A una vida de incapacidad para enfrentarse a los acontecimientos más corrientes de cada día, y no
digamos a cualquier verdadera dificultad que pueda presentarse. Apenas hay esperanza de que alguna vez
haga nada en la vida para ganarse un lugar en el feliz mundo del más al á de Tonatiucan. Y ningún
tonalpoqui se dignará nunca consultar su libro de augurios para darle a la criatura un nombre propicio.
-Entonces el día de su nacimiento tendrá que servir como su único nombre -murmuró Citlali con
determinación-. Ayer fue el día Dos-Vientos, ¿no? De modo que Ome-Ehécatl ser su nombre, y resulta
bastante apropiado. El viento tampoco tiene ojos.
-Ahí lo tienes -le indiqué-. Tú lo has dicho. Ome-Ehécatl ni siquiera te verá jamás, Citlali; nunca sabrá cómo
es su propia madre; nunca se casará y te dará nietos; nunca te mantendrá en tu vejez. Todavía eres joven y
bonita, tienes talento en tu oficio y posees un carácter muy dulce, pero no es probable que atraigas a otro
marido, al menos con un impedimento tan grande dependiendo de ti. Mientras tanto...
-Por favor, Tenamaxtli, basta -me interrumpió con tristeza-. Mientras dormía he confrontado esos
obstáculos, uno tras otro, en mis sueños. Y tienes razón. Son enormes. No obstante, Ehécatl es todo lo que
me queda de Netzlin y de nuestra vida juntos. Y deseo conservar lo poco que me queda.
-De acuerdo, entonces -acepté-. Si has de persistir en esta locura, yo insisto en ayudarte a hacerlo.
Necesitarás a un amigo y un aliado para luchar contra esos obstáculos.
Me miró con incredulidad.
-¿Estás dispuesto a cargar con el impedimento que suponemos nosotros dos?
-Durante tanto tiempo como pueda, Citlali. Pero fíjate bien, no hablo de matrimonio ni de quedarme a tu
lado para siempre. Espero que alguna vez l egue el momento oportuno en que yo pueda hacer... otras
cosas.
-Ese plan del que has hablado. De echar a los hombres blancos del Unico Mundo.
-Sí, eso es. Pero de momento voy a hacer algo que ya tenía decidido de antemano: marcharme del mesón
y buscarme un alojamiento privado. Me quedaré a vivir aquí contigo, si estás de acuerdo, y contribuiré con
mis ahorros a los gastos de la casa. Creo que ya no necesito más clases de español, y estoy seguro de que
no quiero estudiar más la doctrina cristiana. Continuaré haciendo mi trabajo con el notario de la catedral
para ganarme el sueldo. Y en mi tiempo libre me ocuparé de la concesión de Netzlin en el mercado. Veo
que hay aún una buena provisión de cestos por vender, y cuando recuperes las fuerzas puedes hacer más.
Siempre tendrás a Ehécatl a tu lado. Y por las noches me ayudarás en mis experimentos para fabricar
pólvora.
-Es más de lo que yo hubiera podido esperar, y eres muy bueno al ofrecérmelo, Tenamaxtli.
Pero parecía vagamente turbada.
-Tú siempre te has comportado muy bien conmigo, Citíali, desde el mismo momento en que nos conocimos.
Y ya me has ayudado, creo yo, en el asunto ese de la pólvora. ¿Tienes algo que objetar a mi ofrecimiento?
-Sólo que yo tampoco tengo intención de casarme con nadie. Ni de ser la mujer de nadie. Ni aunque ése
sea el precio de la supervivencia.
-No he sugerido tal cosa -le indiqué con frialdad-. tampoco esperaba que lo entendieras así.
-Perdóname, querido amigo. -Tendió una mano y cogió la mía-. Estoy segura de que tú y yo podríamos
ponernos de acuerdo fácilmente, y conozco la raíz en polvo que evita aunque no siempre previene, los
accidentes... Ayya, Tenamaxtli, lo que intento decir es que muy bien podría ser que algún día yo anhelase
tenerte... pero no quiero arriesgarme a dar a luz otro hijo deforme como...
-Comprendo, Citlali. Viviremos juntos tan castamente como hermanos, como solteros, te lo prometo.
Y eso es lo que hicimos, y durante bastante tiempo, a lo largo del cual ocurrieron muchas cosas que
intentaré narrar en orden cronológico.
Aquel mismo día saqué mis pertenencias, junto con el chapoteante orinal axixcali, del Mesón de San José
con intención de no volver al í nunca más. También le pedí al artífice Pochod que me acompañara; lo
conduje hasta la catedral, se lo presenté al notario Alonso y se lo recomendé encarecidamente como el
hombre mejor cualificado, el único, para idear todas aquel as chucherías sacramentales que querían. Antes
de que Alonso, a su vez, se lo l evase a conocer a los clérigos que lo instruirían y lo supervisarían, le dije a
Pochotl dónde pensaba vivir yo a partir de entonces, y luego le susurré en voz baja:
-Desde luego, te veré a menudo aquí, en la catedral, y me interesaré en gran manera por los progresos que
hagas en este trabajo. Pero confío en que irás a informarme a mi nueva morada acerca de tu progreso en el
otro trabajo.
-Claro, puedes estar seguro de que lo haré. Si las cosas me van bien aquí, me sentiré en deuda contigo de
un modo inmensurable, cuatl Tenamaxtli.
Y aquel a misma noche empecé mis intentos de fabricar pólvora. A pesar de todo el ajetreo que el axixcali
había soportado, no se habían disuelto ni alterado los pequeños cristales blanquecinos que, tal como había
dicho Citlali, se habían formado en el fondo del orinal. Con mucho tiento los extraje del xitli y los puse a
secar en una hoja de papel de corteza. Luego; simplemente por empezar a la ventura por algún sitio, puse
el orinal al fuego del hogar hasta que la orina que quedaba dentro en ebul ición. Produjo un hedor
espantoso e hizo que Citlali exclamase, con horror fingido, que lamentaba haber permitido que me fuese a
vivir a su casa. Sin embargo, resultó que mi empresa valió la pena; cuando todo el xitli se hubo evaporado,
en el fondo quedaron aún más de aquel os pequeños cristales.
Mientras se secaban me fui al mercado; al í encontré con facilidad algunos pedazos de carbón vegetal y de
azufre amaril o que estaban a la venta y me l evé a casa cierta cantidad de cada uno de los dos elementos.
Mientras apisonaba aquel os pedazos con el tacón de mi bota española hasta convertirlos en polvo, Citlali,
aunque permanecía en cama, molió los cristales de xitli sobre una piedra métiatl. Luego, sobre un pedazo
de papel de corteza, mezclé a conciencia los granos negros, los amaril os y los blancos en igual proporción.
Para evitar cualquier riesgo de accidente, me l evé el papel al cal ejón fangoso en el que estaba la casa.
Varios niños de la vecindad, atraídos por el olor que yo había producido por los alrededores, me miraron
con curiosidad mientras yo aplicaba una ascua del hogar a aquel a mezcla de polvos. Y luego comenzaron
a vitorearme, aunque el resultado de mi experimento no fue un trueno ni un relámpago, sino tan sólo una
pequeña efervescencia chisporroteante y una nube de humo.
Yo no estaba tan decepcionado como para no hacer una elegante reverencia a los niños para agradecerles
los aplausos. Ya me había dado cuenta, al estudiar el pel izco de pólvora que le había cogido al joven