y estaba segura de que destruirías al usurpador Yeyac por el camino. Ah, y la querida Pakápeti! Qué
preciosa estarás cuando te crezca un poco más el pelo! Gónda Ke se alegra muchísimo de veros a los dos
y está realmente ansiosa de...
-¡Cal a! -la interrumpí l eno de enojo-. Condúceme hasta Améyatl.
La mujer se encogió de hombros y me guió, mientras de De Puntil as nos seguía, hasta los aposentos
superiores del palacio; pero no eran los que Améyatl había ocupado en otra época. Gónda Ke levantó la
pesada tranca de una puerta muy sólida y dejó a la vista una habitación no mucho mayor que una cabaña
de vapor, sin ventanas, maloliente por haber estado cerrada mucho tiempo y sin ni siquiera una lámpara de
aceite de pescado para aliviar la oscuridad. Alargué la mano, le quité la tranca a la mujer no fuera a ser que
me encerrase al í a mí también y le dije:
-Tráeme una antorcha. Luego l eva a de De Puntil as a un aposento decente donde pueda asearse y
vestirse como es debido con ropas femeninas. A continuación vuelve aquí inmediatamente, mujer reptil,
para que yo no te pierda de vista.
Manteniendo la antorcha en alto y a punto de vomitar a causa del hedor que en el a había, entré en aquel a
reducida habitación. El único mobiliario que contenía era un orinal axixcali cuyo contenido apestaba. Algo se
movió en un rincón; Améyatl se levantó del suelo de piedra, aunque yo apenas pude reconocerla. Estaba
vestida con unos harapos asquerosos y tenía el cuerpo escuálido, el cabel o enmarañado, el rostro
ceniciento, las mejil as hundidas y círculos oscuros alrededor de los ojos. Y aquél a era la mujer que había
sido la más bel a de todo Aztlán. Pero seguía teniendo la voz noblemente firme, en absoluto débil, cuando
dijo:
-Doy gracias a todos los dioses de que hayas venido, primo. Durante estos meses he rezado...
-Cal a, prima -la interrumpí-. Conserva las pocas energías que aún te quedan. Ya hablaremos más tarde.
Deja que te l eve a tus aposentos y me ocupe de que te atiendan, te bañen, te alimenten y tengas reposo.
Hemos de hablar de muchas cosas, pero ya encontraremos tiempo para hacerlo.
En sus aposentos la estaban esperando varias criadas, a algunas de las cuales yo recordaba de los viejos
tiempos; todas se retorcían las manos con nerviosismo y evitaban mirarme a los ojos. Las eché de al í sin
contemplaciones y Améyatl y yo nos quedamos esperando hasta que regresaron Gónda Ke y de De
Puntil as, a la que habían ataviado tan ricamente como a una princesa. Sin duda era la idea que tenía
aquel a mujer yaqui de una broma irónica.
-El vestuario nuevo de Gónda Ke le venia bien a Pakápeti menos las sandalias -comentó-. Hemos tenido
que buscar un par lo bastante pequeño para el a. -Continuó hablando, ahora en un tono desenfadado-. Al
haber ido a pie y a menudo descalza durante tanto tiempo en su vida anterior, Gónda Ke ahora insiste
muchísimo en ir calzada con lujo. Y está agradecida por haber tenido como benefactor a Yeyac, por muy
odioso que lo encontrase en otros aspectos, porque podía complacer la afición de Gónda Ke por el calzado.
Tiene armarios enteros l enos de calzado. Puede ponerse un par de sandalias diferente cada...
-Déjate de parloteos estúpidos -le ordené; y luego le presenté a Améyatl a de De Puntil as-. Esta señora a la
que tanto se ha ultrajado es mi querida prima. Puesto que no confío en nadie en este palacio, Pakápeti, te
pediré que la atiendas tú, y que lo hagas con ternura. El a te mostrar dónde encontrar la habitación de
vapor, su ropero y lo que haga falta. Tráele comida nutritiva y buen chocólatl de las cocinas de la planta
baja. Luego ayúdala a acostarse y cúbrela con muchas colchas suaves. Y cuando Améyatl duerma reúnete
conmigo abajo.
-Es un honor para mí -dijo de De Puntil as- poder servir a la señora Améyatl.
Mi prima se estiró para besarme en la mejil a, pero lo hizo brevemente y con ligereza para que el olor que
su cuerpo y su aliento habían adquirido durante el cautiverio no me resultase repelente, y después se
marchó con de De Puntil as. Me di de nuevo la vuelta hacia Gónda
-Ya he matado a dos guardias del palacio. Supongo que los demás empleados actuales sirvieron del mismo
modo a Yeyac sin poner reparos durante su falso reinado.
-Cierto. Aunque hubo algunos que desdeñosamente se negaron a hacerlo, pero se marcharon hace mucho
para buscar empleo en otra parte.
-Entonces te encargo a ti que hagas que se busque a esos sirvientes leales y se los vuelva a traer aquí. Y
te encargo también que te deshagas del séquito actual, de todos aquel os que forman parte de él. No voy a
tomarme la molestia de matar a tantos criados. Estoy seguro de que tú, siendo como eres una verdadera
serpiente, debes de conocer algún veneno capaz de envenenarlos a todos de manera expeditiva.
-Pues claro -contestó con tanta tranquilidad como si le hubiera pedido un jarabe analgésico.
-Muy bien. Espera a que a Améyatl la hayan alimentado bien; sin duda será la primera comida decente que
haga desde que comenzó su cautiverio. Luego, cuando los criados se reúnan para tomar la comida de la
noche, encárgate de que su atoli tenga una buena dosis de ese veneno tuyo. Cuando estén muertos,
Pakápeti se encargará de las cocinas hasta que podamos encontrar criados y esclavos que sean de fiar.
-Como tú ordenes. Y dime, ¿prefieres que esos criados mueran con mucho sufrimiento o con paz? ¿De
forma rápida o lenta?
-No me importa ni un pútrido pochéoa cómo mueran. Sólo encárgate de que sea así.
-Entonces Gónda Ke elige hacerlo de forma misericordiosa, porque la bondad es algo natural en el a. Les
envenenará la comida con una dosis de esa hierba tíapatl que hace que las víctimas mueran sumidas en la
locura. En su delirio verán colores maravil osos y gloriosas alucinaciones, pero luego ya no podrán ver
nada. Y ahora, Tenamaxtli, aclárale una cosa a Gónda Ke: ¿el a también ha de compartir esa comida final y
fatal?
-No. De momento todavía me resultas útil, a menos que Améyatl diga lo contrario cuando recobre las
fuerzas. Quizá me exija que me deshaga de ti de alguna manera que resulte retorcida, imaginativa y nada
bondadosa.
-No eches la culpa a Gónda Ke de los malos tratos que ha recibido tu prima -me advirtió la mujer mientras
me seguía hasta los aposentos reales que antes habían sido primero de Mixtzin y después de Yeyac-. Fue
su propio hermano quien decretó que a esa mujer se la confinase de una manera tan inhumana. A Gónda
Ke se le ordenó exclusivamente que mantuviera la puerta bien atrancada. Y ni siquiera Gónda Ke podía
contradecir a Yeyac.
-¡Mientes, mujer! Mientes más a menudo y con más facilidad con que cambias tu preciado calzado. -A uno
de los criados que revoloteaban por al í le di órdenes de que pusiera carbones calientes y cubos de agua
en la habitación de vapor real, y que lo hiciera al instante. Mientras empezaba a despojarme del atuendo
español, continué diciéndole a la mujer yaqui-: Con tus venenos y tus magias, ayya, incluso con tu mirada
de reptil, hubieras podido matar a Yeyac en cualquier momento. Sé que ejerciste tu maligno encanto para
ayudarle en su alianza con los españoles.
-Una mera travesura, querido Tenamaxtli -dijo el a con aire satisfecho-. La malicia habitual de Gónda Ke.
Con deleite le gusta enfrentar a los hombres unos contra otros, simplemente para matar el tiempo hasta
que tú y el a estuvierais juntos de nuevo y pudierais comenzar a saquear y alborotar.