-¡Juntos! -bufé-. Preferiría que me uncieran a la terrible diosa del infierno Mictlanciuatl.
-Ahora eres tú quien está diciendo una mentira. Mírate. -Yo ya estaba desnudo, esperando con impaciencia
a que el criado viniera a decirme que la habitación de vapor estaba dispuesta-. Te sientes complacido de
estar de nuevo con Gónda Ke. Le estás enseñando tu cuerpo desnudo lasciva y seductoramente; y es un
cuerpo soberbio, además. La estás tentando de manera deliberada.
-De manera deliberada la estoy ignorando, pues considero que esa mujer no tiene ninguna importancia. Lo
que quiera que veas y pienses no me concierne más que si fueras una esclava o una carcoma del panel de
la pared.
El rostro se le oscureció tanto al oír aquel insulto que los ojos fríos le bril aron como astil as de hielo. El
criado regresó y yo le seguí a la habitación de vapor mientras le ordenaba a la mujer yaqui:
-Quédate aquí.
Después de un prolongado, concienzudo y voluptuoso baño de vapor y de sudar, frotar y secarme con
toal as, regresé, aún desnudo, a la habitación, en la que a Gónda Ke se le había unido el guerrero
Nocheztli. Estaban de pie, un poco apartados entre sí, mirándose el uno al otro, él con recelo, el a con
desprecio. Antes de que Nocheztli pudiera hablar lo hizo la mujer, y con malicia.
-Vaya, Tenamaxtli, así que por eso era por lo que no te importaba que Gónda Ke te viera desnudo. Ya sé
que Nocheztli era uno de los cuilontin favoritos del difunto Yeyac, y me dice que de ahora en adelante va a
ser tu mano derecha. Ayya, de manera que mantienes a la dulce de De Puntil as en tu compañía
simplemente como un disfraz. Gónda Ke nunca lo hubiera sospechado de ti.
-No le hagas caso a esa carcoma -le dije a Nocheztli-. ¿Tienes algo de que informarme?
-El ejército reunido aguarda tu inspección, mi señor. Llevan ya esperando bastante rato.
-Pues que sigan esperando -repuse mientras empezaba a revolver en el guardarropa del Uey-Tecutli, que
consistía en capas de ceremonia, tocados y otras insignias-. Es lo que se espera de un ejército, y lo que un
ejército espera: largos tedios y aburrimientos tan sólo avivados de vez en cuando con matanzas y muertes.
Ve y asegúrate de que continúan esperando.
Mientras me vestía, pidiéndole de vez en cuando a la malhumorada Gónda Ke que me ayudase a sujetarme
algún adorno enjoyado o a ahuecarme un penacho de plumas, le dije a ésta:
-Es posible que tenga que desechar a la mitad de ese ejército. Cuando tú y yo nos separamos en el Lago
de los Juncos dijiste que viajarías en apoyo de mi causa. Y en cambio has venido aquí, a Aztlán, igual que
hizo esa perra antepasada tuya que l evaba tu mismo nombre haces y haces de años atrás. Y has hecho
exactamente lo mismo que hizo el a: fomentar la disensión entre el pueblo, enemistar a guerreros que son
camaradas, volver a hermano contra...
-Un momento, Tenamaxtli -me interrumpió-. Gónda Ke no es culpable de todos los males que se han
cometido en estos parajes durante tu ausencia. Debe de hacer años que tu madre y tu tío volvieron de la
Ciudad de México y Yeyac les tendió la emboscada, crimen que aún desconoce la mayor parte de la
población de Aztlán. Cuánto tiempo esperó para liquidar al corregente Kauri, Gónda Ke no lo sabe, ni
cuánto tiempo más transcurrió antes de que apartase tan cruelmente a su propia hermana y reclamase para
si el manto de Gobernador Reverenciado. Gónda Ke sólo sabe que esas cosas ocurrieron antes de que el a
l egase aquí.
-Momento en el cual tú incitaste a Yeyac para que colaborase con los españoles de Compostela. Con los
hombres blancos que he jurado exterminar. Y tú, a la ligera, le quitas importancia a tu intromisión
calificándola de "mera travesura".
-Ayyo, y muy entretenida, desde luego. Gónda Ke disfruta entrometiéndose en los asuntos de los hombres.
Pero piensa un poco, Tenamaxtli; en realidad el a te ha hecho un valioso favor. En cuanto a tu nuevo
cuilontli...
-¡Maldita seas, mujer, vete al Mictían más bajo! Yo no me trato en la intimidad con ningún cuilontli... Sólo
libré a Nocheztli de la espada para que pudiera revelar quiénes son los demás conspiradores seguidores y
compañeros de Yeyac.
-Y cuando lo haga, tú los eliminarás como a malas hierbas, tanto a guerreros como a civiles: a los traidores,
a los que no son de fiar, a los débiles, a los locos.., a todos los que preferirían obedecer a un amo español
antes que arriesgarse a verter su propia sangre. Te quedará un ejército más reducido pero mejor, y un
populacho entregado de corazón a apoyar tu causa, la causa por la que ese ejército luchará a muerte.
-Sí -tuve que admitir-, ese aspecto es de agradecer.
-Y todo porque Gónda Ke vino a Aztlán a hacer travesuras.
-Hubiera preferido dirigir yo solo esas estratagemas e intrigas -le indiqué secamente-. Porque como tú muy
bien dices, cuando yo haya quitado todas las malas hierbas de Aztlán... ayya!, tú serás la única persona que
quedará de quien yo nunca me atreveré a fiarme.
-Créeme o no, como quieras. Pero Gónda Ke es tu amiga, tanto como pueda serlo de cualquier varón.
-Que todos los dioses me asistan -mascul é- si alguna vez te conviertes en mi amiga.
-Venga, dale a Gónda Ke alguna tarea de confianza. Verás si la cumple a tu satisfacción.
-Ya te he asignado dos: deshazte de los criados que ahora sirven en este palacio y busca y l ama a los
leales que se marcharon. Y aquí tienes otra: envía mensajeros veloces a los hogares de todos los
miembros del Consejo de Portavoces, a Aztlán, a Tépiz, a Yakóreke y a los demás, y ordénales que se
presenten aquí, en la sala del trono, mañana a mediodía.
-Así se hará.
-Y ahora, mientras yo aviento a ese ejército que se encuentra ahí afuera, tú quédate aquí dentro, donde no
te vean. Habrá muchos hombres en esa plaza que se preguntarán por qué no te he matado a ti antes que a
nadie.
Abajo, Pakápeti estaba esperando para informarme de que Améyatl ya estaba limpia, fresca y perfumada,
de que había comido con fruición y de que por fin se encontraba durmiendo el sueño de los que están
extenuados desde hace mucho tiempo.
-Gracias, de De Puntil as -le dije-. Ahora me gustaría que estuvieras a mi lado mientras paso revista a todos
esos guerreros que están ahí afuera. Se supone que Nocheztli me ha de señalar a aquel os de los que
tendría que deshacerme. Pero no sé hasta qué punto puedo fiarme de él. Es posible que aproveche la
oportunidad para ajustar algunas viejas cuentas suyas: superiores que le denegaron el ascenso o antiguos
amantes cuilontin que lo abandonaron. Antes de que me pronuncie en cada caso, quizá te pida tu opinión
como mujer más blanda de corazón.
Cruzamos el patio, donde los esclavos seguían ocupándose de los cabal os, aunque no daba la impresión
de que se encontrasen demasiado cómodos en dicha tarea, y nos detuvimos en el portal que había abierto
en el muro, donde nos esperaba Nocheztli. A partir de unos tres metros del muro, el resto de la plaza estaba
abarrotada de hileras y filas de guerreros, todos con atuendo de combate pero desarmados, y un hombre
de cada cinco sostenía una antorcha para que yo pudiera verles las caras individualmente. De vez en
cuando había uno que mantenía en alto el estandarte de alguna compañía particular de cabal eros, o el
banderín de una tropa menor a la que guiaba un cu chic, una "águila vieja". Creo que el ejército de la ciudad
que tenía ante mí sumaría en total unos mil hombres.
-¡Guerreros... firmes! -rugió Nocheztli como si se hubiera pasado toda la vida mandando tropas. Los pocos