-Estabas a punto de decirme por qué Gónda Ke aún sigue viva, cuando tantos otros ya no lo están.
De manera que mientras Améyatl comía, con buen apetito y evidente placer, le conté todos, o la mayoría,
de mis actos y aventuras desde que nos separamos. A algunas de las cosas aludí sólo de pasada. Por
ejemplo, no le describí con todos los espeluznantes detal es la quema del hombre que luego supe que era
mi padre... y cuya muerte me había impulsado a hacer tantas de las cosas que yo había l evado a cabo
después. También le resumí el relato de mi educación en la lengua española y en las supersticiones
cristianas, y cómo aprendí a fabricar un palo de trueno que funcionase. Tampoco me prodigué en
explicaciones de mi breve relación carnal con la mulata Rebeca, ni en la profunda devoción que la difunta
Citlali y yo habíamos compartido, ni en las diferentes mujeres purepes (y el muchacho) que yo había
probado antes de conocer a Pakápeti. Y le dejé bien claro que el a y yo desde hacía mucho tiempo no
éramos más que compañeros de viaje.
Pero si le conté a Améyatl de forma concienzuda los planes, y los pocos preparativos hasta el momento,
que yo había hecho para guiar una insurrección contra los hombres blancos con intención de expulsarlos
por completo del Unico Mundo. Y cuando hube acabado, mi prima comentó pensativa:
-Siempre fuiste valiente y ambicioso, primo. Pero esto parece un sueño vanaglorioso. Toda la poderosa
nación mexica se derrumbó ante la arremetida de los caxtiltecas, o los españoles, como tú los l amas. Y sin
embargo piensas que tú solo...
-Tu augusto padre Mixtzin dijo eso mismo entre las últimas palabras que me dirigió. Pero no estoy solo. No
todas las naciones han sucumbido como los mexicas. O como Yeyac hubiera hecho que le ocurriera a
Aztlán. Los purepechas lucharon casi hasta el último hombre, tanto que ahora la tierra de Michoacán está
enteramente poblada por mujeres. E incluso el as quieren luchar. Pakápeti reclutó una buena tropa de
mujeres antes de que el a y yo nos marchásemos de al í. Y los españoles aún no se han atrevido a invadir
las fieras naciones del norte. Lo único que se necesita es alguien que guíe a esos pueblos dispares, en un
esfuerzo aunado. No sé de nadie más lo suficientemente vanaglorioso para hacerlo. Así que si no lo hago
yo... ¿quién va a hacerlo?
-Bien... -dijo Améyatl-. Si la pura determinación sirve para algo en una empresa semejante... Pero todavía
no me has explicado por qué la extranjera Gónda Ke tiene algo que ver en esto.
-Quiero que el a me ayude a reclutar esas naciones y tribus a las que aún no han conquistado, pero que
todavía no se han organizado en una fuerza unida. Aquel a mujer yaqui de antaño sin duda inspiró a una
chusma multitudinaria de aztecas proscritos a una beligerancia que condujo, con el tiempo, a la civilización
más espléndida del Unico Mundo. Si el a fue capaz de hacer eso, lo mismo, creo yo, podría hacer sus
muchas veces bisnieta... o quien quiera que sea nuestra Gónda Ke. Quedaré satisfecho si puede reclutar
para mí solo a su nación yaqui nativa. Se dice que son los combatientes más salvajes de todos.
-Lo que te parezca que es mejor, primo. Ahora tú eres el Uey-Tecutli.
-De eso también quería hablarte. Sólo asumí el manto porque tú, por ser mujer, no puedes hacerlo. Pero
todavía no tengo el prurito del título, la autoridad y la sublimidad. Reinaré sólo hasta que te pongas lo
bastante bien como para volver a ocupar tu posición de regente. Luego seguiré mi camino y reanudaré mi
campaña de reclutamiento.
-Podríamos reinar juntos, ya sabes -me sugirió Améyatl con timidez-. Tú como Uey-Tecutli y yo como tu
Cecihuatí.
-¿Tan breve recuerdo tienes de tu matrimonio con el difunto Káuritzin? -le pregunté con guasa.
-Ayyo, fue un buen marido para mí, considerando que el nuestro fue un matrimonio concertado para
conveniencia de otros. Pero nunca estuvimos tan unidos como lo estuvimos tú y yo en otro tiempo,
Tenamaxtli. Kauri era... ¿como te diría...? Era tímido a la hora de experimentar.
-Confieso -dije sonriendo al recordar- que todavía no he conocido a ninguna mujer que pueda superarte a
ese respecto.
-Y no hay tampoco ninguna constricción tradicional ni sacerdotal contra el matrimonio entre primos. Desde
luego, puede que consideres a una mujer viuda como una mercancía usada, como una prenda usada
indigna de ti. Pero por lo menos -añadió con picardía- en nuestra noche de bodas no tendría que engañarte
con un huevo de paloma y un ungüento astringente.
Astringente, casi ácida, se oyó otra voz, la de Gónda Ke.
-Que conmovedor..., los amantes tanto tiempo separados recordando el ocáya nechca, el érase una vez.
-Tú, víbora, ¿cuánto tiempo l evas acechando en esta habitación? -le pregunté con los dientes apretados.
Gónda Ke me ignoró y le habló a Améyatl, cuyo rostro pálido a causa del encarcelamiento se había
ruborizado hasta adquirir un color muy rosa.
-¿Por qué iba Tenamaxtli a casarse con nadie, querida? El aquí es el amo, el único hombre entre tres
mujeres deliciosas con quienes puede acostarse a su antojo y sin compromiso alguno. La amante que tuvo
en otro tiempo, la amante que tiene ahora y otra amante a la que aún no ha probado.
-Mujer de lengua viperina -le dije hirviendo de ira-, eres veleidosa hasta en tus maliciosos sarcasmos.
Anoche me l amaste cuilontli.
-Y Gónda Ke se alegra mucho de saber que estaba equivocada. Aunque en realidad no puede estar segura,
¿verdad?, por lo menos hasta que tú y el a...
-Nunca en mi vida le he pegado a una mujer -le indiqué-. Y ahora precisamente estoy a punto de hacerlo.
Prudentemente se apartó de mí, con aquel a sonrisa suya de lagarto a la vez de disculpa y de insolencia.
-Perdonadme, mi señor, mi señora. Gónda Ke no se habría entrometido de haberse dado cuenta... Bueno,
el a ha venido sólo para decirte, Tenamaxtzin, que un grupo de posibles sirvientes aguarda tu aprobación en
el vestíbulo de abajo. Algunos de el os dicen que también te conocieron en el ocáya nechca. Y lo que es
más importante, los miembros de tu Consejo de Portavoces te aguarda en el salón del trono.
-Los sirvientes pueden esperar. Veré al Consejo dentro de un momento. Ahora sal de aquí.
Incluso después de que el a se hubiera marchado, mi prima y yo nos quedamos tan avergonzados y
azorados como dos adolescentes sorprendidos en proximidad desnuda e indecente. Tartamudeé como un
tonto cuando le pedí a Améyatl permiso para marcharme, y al dármelo también tartamudeó. Nadie hubiera
creído que éramos dos adultos maduros, y además las dos personas de rango más elevado de Aztlán.
19
Los ancianos del Consejo de Portavoces no parecían estar inclinados en modo alguno a considerarme un
hombre adulto, digno de mi rango y de su respeto. Nos saludamos con educación, diciéndonos unos a otros
"Mixpantzinco", pero uno de los ancianos, al que reconocí como Tototí, tlatocapili de la aldea de Tépiz, me
dijo de inmediato, con enojo y tono exigente:
-¿Se nos ha traído aquí con tanta precipitación y sin mayores ceremonias por el presuntuoso mandato de
un insolente advenedizo? Muchos de nosotros te recordamos, Tenamaxtli, de los días en que no eras más
que un mocoso que entraba a gatas en esta habitación para mirarlo todo boquiabierto y curiosear lo que se
decía en nuestros Consejos con tu tío, el Gobernador Reverenciado Mixtzin. Incluso la última vez que te