Le interrumpí con un gruñido.
-EL primer hombre de entre vosotros que me diga que no puedo triunfar donde incluso los poderosos
mexicas fracasaron, a ese hombre, por muy anciano, sabio y digno que sea, incluso por muy decrépito que
pueda estar, a ese hombre le ordenaré que dirija el primer ataque contra el ejército español. Le obligaré a ir
al frente de mis fuerzas, en la mismísima vanguardia. E irá desarmado y sin armadura!
Se hizo un silencio de muerte en la sala.
-Entonces, ¿accede el Consejo de Portavoces a apoyar la campaña que propongo? -Varios de los
miembros lanzaron un suspiro, pero todos asintieron con un movimiento de cabeza-. Bien.
Me volví hacia el mercader que me había informado de que ya no había Evocador de la Historia en el
Consejo.
-Sin duda Canaútli dejó muchos libros de imágenes de palabras que relatan lo ocurrido en todos los haces
de años hasta su propio tiempo. Estúdialos y apréndetelos de memoria. Y te ordeno además que hagas lo
siguiente: comienza un nuevo libro con estas palabras: "En este día de Nueve-Flores, en el mes del Barrido
del Camino, en el año de las Siete Casas, el Uey-Tecutli Tenamaxtzin de Aztlán declaró la independencia
del Unico Mundo con respecto de Vieja España y empezó los preparativos para una insurrección contra los
indeseados señores blancos, tanto en Nueva España como en Nueva Galicia, teniendo su plan el
consentimiento y el apoyo acordados en asamblea del Consejo de Portavoces."
-Todo lo que tú digas, Tenamaxtzin -me prometió; y él y los demás consejeros se marcharon.
Nocheztli, que seguía en la sala, dijo:
-Disculpa, mi señor, pero ¿qué quieres que hagamos con los guerreros que están encarcelados en el
templo de la diosa? Se encuentran tan apretados al í dentro que tienen que hacer turnos para sentarse, y
en modo alguno pueden tumbarse. Además, van teniendo mucha hambre y sed.
-Se merecen algo peor que estar incómodos -le indiqué-. Sin embargo, di a los guardias que les den de
comer, aunque sólo atoli y agua, y una cantidad mínima de cada cosa. Quiero que esos hombres, cuando
yo esté preparado para utilizarlos, se encuentren hambrientos de batal a y sedientos de sangre. Mientras
tanto, Nocheztli, creo recordar que has dicho que tuviste ocasión de visitar Compostela en compañía de
Yeyac, ¿no es así?
-Sí, Tenamaxtzin.
-Pues quiero que vayas al í de nuevo, pero esta vez a hacer de quimichi para mí. -Esa palabra en principio
significa "ratón", pero nosotros la empleamos para significar lo que los españoles l aman un espía-. ¿Puedo
fiarme de ti para hacer eso? ¿Para que vayas al í, consigas información en secreto y regreses aquí con
el a?
-Claro que sí, mi señor. Estoy vivo sólo por tu tolerancia, por tanto mi vida está a tu disposición para lo que
ordenes.
-Entonces esto es lo que ordeno. Los españoles aún no pueden haberse enterado de que han perdido a su
aliado Yeyac. Y puesto que ya te conocen de vista, supondrán que eres el emisario de Yeyac que has ido a
hacer algún recado.
-Llevaré algunas calabazas l enas de nuestra leche de coco fermentado para vendérsela. A los hombres
blancos, de alta o baja posición, les gusta mucho emborracharse con el a. Esa ser excusa suficiente para
mi visita. ¿Y qué información deseas que te traiga?
-Cualquier cosa. Ten los ojos y los oídos bien abiertos y quédate al í el tiempo que haga falta. Averigua, si
puedes, cómo es Coronado, el nuevo gobernador, cuántas tropas tiene estacionadas al í y además cuántas
personas, tanto españoles como indios, habitan ahora en Compostela. Estáte alerta ante cualquier noticia,
rumor o habladuría de lo que está pasando en cualquier otro lugar de los dominios españoles. Aguardaré tu
regreso antes de enviar a la mesnada de guerreros desleales de Yeyac a esa misión suicida, y el resultado
de la misión dependerá en gran medida de la información que tú me traigas.
-Voy de inmediato, mi señor -dijo.
Y así lo hizo.
A continuación di una rápida y poco metódica aprobación a los aspirantes a criados que Gónda Ke había
reunido en el vestíbulo. Reconocí a algunos de el os de los viejos tiempos, y pensé que, con toda
seguridad, si alguno de los restantes hubiera sido partidario de Yeyac no se habría atrevido a solicitar servir
conmigo. A partir de entonces a nosotros, los pípiltin del palacio (Améyatl, Pakápeti, Gónda Ke y yo mismo),
se nos atendió con asiduidad, se nos alimentó de manera suntuosa y nunca tuvimos que levantar un dedo
para hacer nada que otros pudieran hacer por nosotros. Aunque ahora Améyatzin tenía un grupo de
mujeres para que la atendieran, a el a y a mí nos complació que de De Puntil as insistiera en continuar
siendo su doncel a personal más íntima.
El tiempo que de De Puntil as no pasaba cuidando a Améyatl lo empleaba gustosa en acompañar a los
guerreros que yo enviaba a detener y ejecutar a sus paisanos de Aztlán cuyos nombres habían aparecido
en los papeles de corteza de Nocheztli. La única orden que di fue que los ejecutaran, y nunca me molesté
en averiguar qué medio empleaban los guerreros para el o, si el garrote de la guirnalda de flores, la espada,
las flechas o el cuchil o que arranca el corazón. Y tampoco quise saber si de De Puntil as liquidaba en
persona a alguno de esos hombres con cualquiera de los horrendos métodos que me había mencionado.
No me importaba, sencil amente. Me bastaba con saber que todas las propiedades, posesiones y riquezas
de aquel os que morían fueran a parar al tesoro de Aztlán. Puede que yo parezca insensible al decir eso,
pero hubiera podido ser aún más cruel. Según una antigua tradición, yo hubiera podido matar a las
esposas, a los hijos, a los nietos, incluso a los parientes lejanos de aquel os traidores, pero me abstuve de
hacerlo. No quería despoblar Aztlán por entero.
Yo nunca había sido Uey-Tecutli antes, y al único que había observado en el ejercicio de ese cargo había
sido a mi tío Mixtli. Entonces me había parecido que, para cumplir cualquier cosa que tuviera que l evarse a
cabo, lo único que Mixtzin tenía que hacer era sonreír, poner mala cara, hacer un gesto con la mano o
poner su firma en algún documento. Pero ahora aprendí con rapidez que ser Gobernador Reverenciado no
era una ocupación tan fácil. Continuamente se me solicitaba, hasta podría decirse que se me acosaba, para
que tomase decisiones, emitiera juicios, me pronunciase, intercediese, aconsejase, dictase veredictos,
consintiera o denegase, aceptase o rechazase... Los demás funcionarios de mi corte encargados de las
diversas responsabilidades de gobierno venían con regularidad a verme con diversos problemas. Un dique
de contención de las aguas de los pantanos necesitaba reparaciones cruciales, de lo contrario pronto
tendríamos el pantano en nuestras cal es. ¿Querría el Uey-Tecutli autorizar el coste de los materiales y el
reclutamiento de los trabajadores? Los pescadores de nuestra flota oceánica se quejaban de que el drenaje
que se había hecho tanto tiempo antes en aquel mismo pantano había tenido como consecuencia la
paulatina obstrucción de sus habituales puertos costeros a causa de los sedimentos. ¿Querría el Uey-
Tecutli autorizar las obras de dragado que volvieran a hacer profundos aquel os puertos? Nuestros
almacenes estaban a rebosar de pieles de nutrias marinas, esponjas, pieles de tiburón y otras mercancías
que no se habían vendido, porque, desde hacía ya años, Aztlán sólo comerciaba con las tierras que