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haya sido su conducta en otros aspectos. No, sólo se me ocurre que puedan haber hecho una cosa. -Me di

la vuelta hacia la mujer yaqui y le dije-: En una época anterior al tiempo, una cierta Gónda Ke convirtió a

muchos hombres buenos en malos, así que tú debes de estar bien versada en materia de traición. ¿Crees

que esos hombres han reanudado su alianza con los españoles?

Gónda Ke se encogió de hombros con indiferencia.

-¿Con qué fin? Mientras fueron hombres de Yeyac podían esperar favor y preferencia. Sin embargo, sin

Yeyac para guiarlos no son nadie. Es posible que los españoles los aceptasen en sus filas, pero los

despreciarían por completo al pensar, y con razón, que unos hombres que se han vuelto contra su propio

pueblo también podrían volverse fácilmente contra el os.

-Hablas con lógica -tuve que confesar.

-A esos desertores se los consideraría como los más bajos de los bajos. Incluso ese cabal ero de la Flecha

sería degradado a yaoquizqui. Y lo más seguro es que él y los demás supieran eso incluso antes de

desertar. Así que, ¿para qué hacerlo? Ningún guerrero, por muy desesperado que estuviera por escapar a

tu ira, habría aceptado ese destino, mucho peor.

-Bueno, sea lo que sea lo que hayan hecho -comentó Améyatl-, lo hicieron en el camino de aquí a

Compostela. ¿Por qué no envías a otro quimichi para que lo averigüe?

-¡No! -intervino con brusquedad Gónda Ke-. Aunque esa tropa no se acerque a Compostela, es inevitable

que la noticia l egue al í. Cualquier campesino o leñador que fueran de camino para l evar sus mercancías

al mercado de la ciudad ya debe de haber contado que han visto en los alrededores una amenazadora

fuerza armada de aztecas. Y puede que el gobernador Coronado ya haya puesto en marcha hacia aquí a

sus soldados para adelantarse a tus planes de insurrección y para devastar Aztlán. Ya no puedes permitirte,

Tenamaxtil, molestar simplemente a los españoles con misiones al azar, como ésta, que ha fal ado, y las de

las mujeres de Michoacán. Te encuentres preparado o no, te guste o no, ya estás en guerra. Estás

comprometido a hacer la guerra. La guerra total. No tienes otra alternativa más que guiar a el a a tu ejército.

-Me mortifica tener que admitir de nuevo que tienes razón, bruja -le dije-. Ojalá pudiera negarte el mayor de

tus placeres, el de ver cómo se derrama la sangre y se siembra la destrucción. Sin embargo, lo que ha de

ser, ha de ser. Ve pues, ya que, de toda mi corte, tú eres la persona más ansiosa de guerra. Envía recado a

todos los cabal eros de Aztlán para que mañana al amanecer tengan a nuestro ejército reunido en la plaza

central, armado, con provisiones y dispuesto para marchar.

Gónda Ke esbozó una sonrisa vil y abandonó de prisa la habitación. Entonces le comenté a Améyatclass="underline"

-No voy a esperar a que el Consejo de Portavoces dé su asentimiento para este despliegue. Puedes

convocarlos cuando quieras, prima, e informarles de que ahora existe un estado de guerra entre los

españoles y los aztecas. Difícilmente podrán los miembros del Consejo revocar una acción que ya se ha

emprendido. -Améyatl asintió, pero no con júbilo-. Destacaré un número de hombres para que se queden

aquí como tu guardia de palacio -continué diciendo-. No los suficientes para repeler un posible ataque a la

ciudad, pero sí los necesarios para ponerte a toda prisa a salvo en caso de peligro. Mientras tanto, como

regente, vuelves a tener la autoridad de Uey-Tecutli, el Consejo ya lo sabe, hasta mi regreso.

-La última vez que te marchaste estuviste ausente años -dijo Améyatl con tristeza.

-¡Ayyo, Améyatl! -le contesté con alegría para tratar de animarla-. Esta vez espero que a mi regreso, sea

cuando sea, pueda decirte que nuestra Aztlán es la nueva Tenochtitlan, capital de un Unico Mundo

recobrado, restaurado, renovado y no compartido con extranjeros. Y que dos primos, nosotros dos, somos

los gobernantes absolutos de él.

-Primos... -murmuró--. Hubo un tiempo, ocáya nechca, en que éramos más como hermanos.

-Bastante más que eso, si me permites que te lo recuerde -le dije alegremente.

-No hace falta que me lo recuerdes. Entonces, cuando eras sólo un muchacho, te consideraba alguien muy

querido. Ahora eres un hombre, y un hombre muy viril. ¿Qué serás cuando regreses de nuevo?

-Confío en no ser un viejo. Y espero seguir siendo capaz de... bueno... digno de que me tengas como a

alguien muy querido.

-Así fue, así es y así será. Cuando el Tenamaxtli muchacho se marchó de Aztlán sólo le dije adiós con la

mano. El hombre Tenamaxtli se merece una despedida más efusiva y memorable. -Me tendió los brazos-.

Ven... queridísimo mio...

Como en su juventud, Améyatl todavía personificaba de manera tan efusiva el significado de su nombre

(Fuente) que repetidamente disfrutamos de nuestras mutuas oleadas de pasión durante toda la noche, y

por fin nos quedamos dormidos sólo cuando nuestros jugos estuvieron completamente agotados. Yo

hubiera podido quedarme dormido sin acudir a la cita que tenía con mi ejército reunido de no ser porque la

maleducada Gónda Ke, que nunca respetaba la intimidad, entró majestuosa sin que nadie la l amase en mis

aposentos y me zarandeó bruscamente para que me despertase.

Frunciendo los labios al verme abrazado a Améyatl, exclamó en un rebuzno ruidoso:

-¡Mirad! Mirad al siempre alerta, entusiasta, vigilante y guerrero líder de su pueblo revolcándose en la lujuria

y en la pereza! ¿Eres capaz de dirigir, mi señor? ¿Puedes siquiera tenerte en pie? Ya es la hora.

-Márchate -rugí-. Vete a burlarte de otro. Tomaré un poco de vapor, me bañaré, me vestiré y me reuniré con

el ejército cuando esté listo. Vete.

Pero la mujer yaqui tenía que lanzarle un insulto grosero a Améyatl antes de marcharse:

-Si has dejado agotada por completo la virilidad de Tenamaxtli y l egamos a perder esta guerra, mi lujuriosa

señora, ser por culpa tuya.

Ameyatl que tenía la gracia y el ingenio de los que Gónda Ke carecía, se limitó a sonreír con satisfacción,

contenta y medio dormida, y respondió:

-Puedo dar fe de que la virilidad de Tenamaxtzin soportará cualquier prueba.

A la mujer yaqui le rechinaron los dientes y salió de la habitación enfadada y a toda velocidad. Hice mis

abluciones, me puse la armadura acolchada y el tocado quetzal de plumas en forma de abanico, símbolo de

mando, y luego me incliné para darle un último beso a Améyatl, que seguía sonriente en la cama.

-Esta vez no te diré adiós con la mano -me susurró-. Sé que regresarás, y que lo harás victorioso. Sólo

intenta que ese día l egue pronto. Hazlo por mí.

Al ejército, que ya se había reunido, le anuncié:

-Camaradas, al parecer los guerreros de Yeyac han vuelto a traicionarnos. O bien han fracasado o bien han

desobedecido mi orden de sacrificarse en un ataque a la fortaleza de los españoles. Así que atacaremos

con todas nuestras fuerzas. No obstante, es probable que Compostela ya nos esté esperando. Por ese

motivo vosotros, cabal eros y cuáchictin, haced caso de mis instrucciones. Durante los primeros tres días de

nuestra marcha hacia el sur, iremos en formación de columna para avanzar lo más rápidamente posible. Al

cuarto día daré otras órdenes. Y ahora... adelante!

Yo cabalgaba, naturalmente, al frente de la comitiva, con los otros tres hombres a cabal o detrás de mí, y a

continuación los guerreros en columna de a cuatro, todos avanzando a paso ligero. Gónda Ke caminaba