—Eso es un piloto de pruebas. Lo ponemos a volar para hacer propaganda del Aurora y lo único que hace es esforzarse por encontrar defectos en los malditos mandos de vuelo.
Maguire se echó a reír, y la mayoría de hombres que estaban a su lado le imitaron. Garrod miró fijamente el cielo meridional hasta que vio al Aurora, reluciente como una estrella, un planeta, una luna diminuta que se transformó en una flecha plateada. Pasó ligeramente hacia el este del aeropuerto a unos trescientos metros, volando a baja velocidad, con el morro en lo alto.
—Estoy a punto de efectuar otro viraje a la izquierda. Después haré una pasada a baja velocidad sobre la pista principal, para demostrar las excelentes cualidades de manejo del Aurora en esta sección de la envolvente de vuelo.
La voz de Renfrew sonaba perfectamente normal y falta de énfasis, y la sensación de intranquilidad desapareció de Garrod. Miró a Esther y vio que había sacado una polvera y estaba empolvándose la nariz.
Ella notó la mirada de su marido e hizo una mueca.
—Una chica tiene que…
La voz de Renfrew surgió del altavoz; toda su somnolencia había desaparecido.
—Otra vez esa lentitud. No me gusta, Joe. Voy a…
Se produjo un fuerte clic al quedar interrumpida la conexión con el sistema de altavoces para el público. Garrod cerró los ojos y vio al Stiletto, el coche deportivo rojo que se acercaba cada vez más a gran velocidad.
—No se dejen arrastrar por la idea de que hay algún tipo de apuro —dijo tranquilizadoramente Maguire—. Wayne Renfrew es el mejor piloto de pruebas de la nación, y ha llegado a serlo mostrándose precavido y seguro. Si desean presenciar un aterrizaje perfecto, observen.
El gentío del entoldado guardó silencio mientras el Aurora atravesaba calmadamente el cielo sobre el extremo norte del aeropuerto, cambiando de forma al bajar el tren de aterrizaje y extenderse los alerones. Se alineó con la pista y avanzó; descendió con rapidez, con el morro mantenido en alto y las ruedas extendiéndose tentativamente hacia el suelo, con el comportamiento característico de todos los aviones de gran velocidad en los últimos momentos del vuelo. El descenso continuó entre la destellante blancura de la pista, y Garrod se dio cuenta de que no era capaz de respirar.
—Nivélalo —susurró un hombre junto a Garrod—. ¡Por el amor de Dios, nivélalo, Wayne!
El Aurora prosiguió bajando con idéntico ritmo, golpeó la pista y dio un salto hacia el cielo, ladeándose. Pareció quedar suspendido durante un segundo, y entonces un ala se inclinó. El tren de aterrizaje del mismo lado se contrajo al volver a topar con el cemento, y la nave tocó la pista, volcó, se deslizó, se retorció.
Múltiples estampidos de cerrojos explosivos retumbaron junto con el aullido del metal cuando el Aurora se deshizo de las alas y su mortífera carga de combustible, dejando que el fuselaje resbalara y patinara por delante igual que una jabalina lanzada a un lago congelado. Ambas alas, aleteando en rutas separadas, se contorsionaron en el aire, y una de ellas explotó en un surtidor de fuego y humo negro. El fuselaje siguió deslizándose casi un kilómetro más, disipando su energía cinética en rociadas de ardiente metal antes de pararse de mala gana.
Hubo un momento de silencio.
Calma absoluta.
Muy lejos, al otro lado del aeropuerto, las sirenas comenzaron a sonar, mientras Garrod se hundía en su asiento. La cara del muchacho del Stiletto rojo oscilaba en su visión…; una cara de asombro, acusadora.
Garrod hizo que su esposa tomara asiento a su lado.
—Yo lo he hecho —dijo con una voz uniforme, a modo de conversación—. Yo he destruido ese avión.
2
El Centro de Cálculo Leygraf ocupaba un reducidísimo grupo de oficinas en uno de los más antiguos edificios comerciales del centro de Portston. Garrod se adentró en la densa zona de recepción, se aproximó a la mujer de rostro vulgar y aspecto de eficiencia que presidía el despacho y le entregó su tarjeta.
—Me gustaría ver unos minutos al señor Leygraf.
La recepcionista sonrió a modo de excusa.
—Lo lamento… El señor Leygraf está en una reunión, y si usted no está citado…
Garrod sonrió a su vez, y después miró su reloj.
—Son exactamente las cuatro y un minuto. ¿Cierto?
—Pues…, sí.
—Lo que significa que Carl Leygraf está sentado a solas en su oficina sorbiendo su primera bebida del día. La bebida es un aguado whisky con soda en un vaso alto y lleno de hielo, y yo mismo deseo algo parecido. Por favor, hágale saber que estoy aquí.
La mujer vaciló antes de hablar por un intercomunicador. Pocos segundos después, Leygraf surgió del despacho interior con un vaso bañado de humedad en su mano. Era un hombre delgado, descuidadamente vestido, prematuramente calvo y con preocupados ojos grises.
—Entra, Al —dijo—. Llegas justo a tiempo para tomar un trago.
—Lo sé. —Garrod entró en la oficina de Leygraf, una habitación plateada en la que complejos modelos matemáticos de alambre y cuerda ocupaban el lugar de ornamentos—. Me vendría bien un trago. Mi coche se enfadó conmigo a dos manzanas de aquí y tuve que abandonarlo y caminar. ¿Sabes algo de motores de turbina?
—No, pero explícame los síntomas y tal vez se me ocurra algo.
Garrod meneó la cabeza. Una de las cosas que le gustaban de Leygraf era que estaba preparado para interesarse por cualquier tema del mundo y sostener una conversación al respecto.
—No he venido a verte por eso.
—¿No? Te va el combinado de vodka, verdad?
—Gracias. No demasiado fuerte.
Leygraf preparó la bebida y llevó el vaso al escritorio ante el que se había sentado Garrod.
—¿Aún estás preocupado por esos automóviles Stiletto?
Garrod asintió, pero dio un largo trago de bebida antes de hablar.
—Tengo nuevos datos para ti —dijo al fin.
—¿Por ejemplo…?
—Supongo que habrás oído hablar del accidente del Aurora hace dos días.
—¡Que si he oído hablar! No he escuchado otra cosa, amigo mío. Mi mujer compró nuevas emisiones del SCA el año pasado, siguiendo mi consejo, y está… —Leygraf se interrumpió con el vaso en los labios—. A qué te refieres por nuevos datos?
—El Aurora llevaba vidrios Thermgard.
—Sabía que tenías ese contrato, Al, pero seguramente ese avión llevaría meses volando.
—No con mis cristales incorporados. Los de la Sociedad de Constructores estaban ansiosos por adelantar la parte de baja velocidad del programa de pruebas, así que lo hicieron volar algún tiempo con transparencias convencionales. —Garrod contempló el interior de su vaso y vio las diminutas corrientes de frío líquido con los destellos de los cubitos de hielo—. El vuelo del martes fue el primero con el Thermgard instalado.
—¡Pura coincidencia! —Leygraf resopló enfáticamente—. Oh, vamos ¿qué estás intentando hacerte?
—Viniste a verme, Carl. ¿Recuerdas?
—Sí, lo sé… pero también te dije que se trataba de un caprichoso curso de los cálculos. Cuando analizas algo tan complejo como las exigencias del tráfico urbano, es inevitable que te topes con todo tipo de deportivos…
—En camino al aeropuerto McPherson, Esther y yo casi chocamos con un Stiletto que estaba girando a la izquierda.
—Estás estropeando mi mejor bebida del día —protestó Leygraf afligido, dejando el vaso a un lado—. Sal del problema un momento… ¿Cómo es posible que un nuevo tipo de vidrio para parabrisas cause accidentes? ¡Por amor de Dios, Al! ¿Cómo es posible?
Garrod se encogió de hombros y concentró su mente momentáneamente en uno de los modelos matemáticos, intentando identificar la ecuación que representaba.
—He producido un nuevo tipo de cristal. Más duro que cualquier vidrio conocido. Ni siquiera debería ser transparente, porque refleja energía en prácticamente todas las longitudes de onda del espectro. Sólo las longitudes de onda visibles lo atraviesan. Nada de calor. Así que patenté el mejor material para parabrisas del mundo. —Garrod hablaba absorto; su mente estaba deslizándose sobre las curvas y generatrices del modelo—. Pero supongamos que algún otro tipo de radiación lo atraviesa, que incluso esa radiación se amplifica o concentra. Es algo que no sabemos.