—Algo que hace que buenos conductores y pilotos se vuelvan malos? —Leygraf, olvidando obviamente que había renunciado a su bebida, cogió el vaso y apuró el líquido—. ¿Algo que hace que les crezca pelo por toda la cara y que les salgan unos dientes como éstos?
Se metió los nudillos en la boca y agitó los dedos que se proyectaban hacia abajo. Garrod se echó a reír de buena gana.
—No me recuerdes que esto parece una locura. Lo único que pretendo hacer es pensar en otras categorías. Creo haber leído algo sobre una carretera francesa que tenía un punto negro de accidentes y nadie sabía el motivo, ya que se trataba de una de esas rutas rectas, amplias y bordeadas de álamos. Resultó que los álamos estaban espaciados de un modo tal que, si conducías a lo largo de esa carretera al límite de velocidad, el sol que atravesaba los árboles fluctuaba a diez ciclos por segundo.
—¿Y eso qué tiene que ver con…? —Leygraf parecía desconcertado—. ¡Ah, comprendo! El ritmo alfa del cerebro. Hipnosis.
—Exacto. Y luego está la epilepsia. ¿Sabías que no es prudente que un epiléptico intente ajustar un televisor que sufre lentas oscilaciones luminosas?
Leygraf meneó la cabeza.
—Diferentes tipos de fenómenos, Al.
—Tal vez no. ¿Y si el Thermgard oscila? ¿Y si produce un efecto de pulsación?
—Eso no explicaría el sentido de los virajes. La investigación de mi compañía demostró que prácticamente todos los accidentes de Stilettos ocurrieron durante virajes a la izquierda. Si quieres saber mi opinión, la geometría de la dirección de ese vehículo es sospechosa.
—No —repuso firmemente Garrod—. He visto los informes provisionales.
—Naturalmente, el Aurora estaba virando cuando tuvo el accidente… —Los ojos de Leygraf se habían entreabierto ligeramente—. Podría decirse que un avión gira en el plano vertical cuando aterriza, no es cierto?
—Sí, es lo que se denomina nivelamiento… Pero en este caso Renfrew no lo hizo a tiempo. Casi llevó al Aurora directamente contra el suelo.
Leygraf se puso en pie de un salto.
—¡Giró demasiado tarde! Y eso es lo que tienden a hacer los conductores de Stilettos. Estiman en menos el tiempo que necesitan para cruzar el otro sentido del tráfico. Eso es, Al.
El corazón de Garrod empezó a ensancharse en su pecho.
—Eso es ¿qué?
—El factor común, por supuesto.
—Pero ¿adónde nos lleva eso?
—A ninguna parte… Da validez a tus nuevos datos, eso es todo. Sin embargo, estoy comenzando a inclinarme por tu idea de que el Thermgard afecta a la luz que lo atraviesa. ¿Y si altera la longitud de onda de la luz ordinaria y la convierte en perjudicial? Es probable que un conductor o un piloto enfermo…
Garrod negaba repetidamente con la cabeza.
—En ese caso los colores no serían auténticos al verse a través del material. Los parabrisas han de cumplir con todo tipo de normas, ya sabes.
—Bien, algo hace lentas las reacciones de los conductores —dijo Leygraf—. Mira, Al, estás jugando con dos factores. Está la misma luz, que es una constante, y está…
—No digas más. ¡No hables!
Garrod aferró los brazos del sillón mientras el suelo parecía inclinarse pesadamente bajo sus pies. Experimentó una fría y punzante sensación en su frente y mejillas, al tratar de expresar la idea que acababa de ocurrírsele, el abismo entre lógica y lenguaje resultó ser un puente demasiado enorme.
Dos horas más tarde, tras un agotador recorrido en una hora punta del tráfico, los dos hombres llegaron al edificio color crema que era el centro de investigación y administración de Transparencias Garrod. Era una magnífica tarde de octubre, y el ambiente era apacible y brumoso, nostálgico. Desde la zona de aparcamiento distinguieron una distante pista de tenis, una gema en medio de un grupo de árboles, en donde blancas figuras jugaban tal vez el último partido de la temporada.
—Eso debería estar haciendo yo —dijo amargamente Leygraf mientras caminaban hacia la entrada principal.
—¿Tienes que mantener tan en secreto el motivo de que me hayas arrastrado hasta aquí?
—No estoy guardando ningún secreto. —Garrod notaba que estaba moviéndose con sumo cuidado, igual que un hombre inseguro de sus pasos—. Simplemente, no deseo influirte de ninguna forma. Voy a enseñarte algo, y tendrás que explicarme qué significa.
Entraron en el edificio y subieron en el ascensor hasta las oficinas de Garrod, situadas en el segundo piso. El edificio parecía desierto, pero un hombre rechoncho, con destornilladores en el bolsillo de su camisa semejando estilográficas, fue a su encuentro en el pasillo.
—Hola, Vince —dijo Garrod—. ¿Te dieron mi mensaje?
Vince asintió.
—Sí, pero no lo entiendo. ¿De verdad quería un tablero para montaje provisional y dos bombillas montadas en él? ¿Y un conmutador rotatorio?
—Eso quería.
Garrod dió una palmada en el hombro a Vince, un gesto de disculpa por no explicar el misterio, y entró en su despacho. Era una combinación de oficina ejecutiva y sala de diseño, con una mesa de dibujo que compartía el mejor sitio con un gran escritorio desordenado.
Leygraf señaló la pizarra que ocupaba la pared.
—¿Realmente usas eso? Pensaba que sólo salían en las películas. Las viejas películas de William Holden.
—Me ayuda a pensar. Cuando hay un problema expuesto en esa pizarra, puedo comprenderlo y trabajar en él sin importar lo que esté pasando aquí.
Garrod hablaba lentamente mientras examinaba el montaje provisional que había en su escritorio. Consistía en una base de conglomerado que llevaba dos bombillas y un conmutador rotatorio para variar el ritmo de encendido, todo ello conectado mediante cables plásticos y unido a una toma de corriente. «Algún día —pensó Garrod, con una curiosa falta de emoción—, los museos científicos del mundo se enfrentarán en una subasta para quedarse con este trasto.» Conectó el cable a un enchufe de la pared, accionó el conmutador y ambas bombillas brillaron en concordancia. Moviendo ligeramente el mando del conmutador, Garrod ajustó el ciclo de manera tal que las bombillas estuvieran encendidas un segundo, aproximadamente, y apagadas otro segundo.
—Igual que Times Square.
Leygraf respiró ruidosamente para llamar la atención hacia su sarcasmo.
Garrod le cogió por el brazo y lo acercó al escritorio.
—¿Comprendes el circuito que tenemos aquí? Dos bombillas y un interruptor conectados en serie.
—Eso no entraba en mi curso de computadoras del Instituto Técnico de California, pero creo que capto la idea general. Creo que mi mente está expandiéndose para captar la avanzada tecnología involucrada.
—Sólo quería estar seguro de que apreciabas…
—¡Por el amor de Dios, Al! —La paciencia de Leygraf comenzaba a abandonarle—. ¿Qué tengo que apreciar?
—Sólo esto. —Garrod abrió un armario y sacó lo que aparentaba ser un trozo de vidrio ordinario, aunque más bien grueso—. Thermgard —aclaró.
Llevó el vidrio al escritorio, donde las dos bombillas brillaban intermitentemente en concordancia, y lo puso en posición vertical delante del tablero, de tal forma que sólo una de las bombillas era visible a través del cristal.
—¿Cómo se comportan las bombillas ahora?