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Garrod no las miró.

—¿Cómo van a comportarse, Al? No has hecho nada que… ¡Oh, Dios!

—Precisamente.

Garrod se inclinó hacia un lado y observó las dos luces aproximadamente bajo el mismo ángulo que Leygraf. La bombilla que estaba detrás del vidrio seguía emitiendo sus resplandores de un segundo, pero no seguía el ritmo de la otra. Apartó el cristal y ambas bombillas volvieron a concordar. Colocó de nuevo el vidrio y se desfasaron.

—Nunca lo hubiera creído —dijo Leygraf.

—¿Recuerdas que dije que el Thermgard no tenía derecho a ser transparente? Al parecer, incluso la luz tiene dificultad para atravesarlo…, tanta dificultad que el recorrido de cuatro centímetros a través de este fragmento de material le cuesta casi un segundo. Por eso los conductores de Stilettos han estado envueltos en tantos accidentes, y por eso el piloto del Aurora estuvo a punto de estrellar el aparato contra el suelo. Esos hombres estaban discordes con sus alrededores, Carl. ¡Estaban viendo el mundo tal como era un segundo antes!

—¿Pero por qué el efecto aparece tan de cuando en cuando?

—Se habrá manifestado en otras circunstancias, causando erróneos juicios de distancia y probablemente algunas colisiones entre parachoques de coches que iban en la misma dirección. Pero en esos casos las velocidades relativas son pequeñas, y no producirían excesivos daños. El accidente sólo ocurre cuando un conductor efectúa inoportunamente un viraje que cruza el otro sentido del tráfico (y nuestra exactitud al juzgar las fracciones de segundo es sorprendente en esos virajes, Carl), porque entonces las velocidades son elevadas y el resultado es desastroso.

—¿Y cuando se gira en una esquina?

—Las velocidades son bajas, y la esquina no está precipitándose hacia ti a cien kilómetros por hora. Además, es probable que al girar en una esquina el conductor esté mirando también la acera por la ventanilla y compensando la desigualdad de un modo instintivo. Pero cuando vira para cruzar el otro sentido del tráfico sus ojos están fijos exclusivamente en el coche que se aproxima, el coche visible a través de su parabrisas, y sus ojos reciben una información errónea.

Leygraf se acarició el mentón.

—Supongo que todo esto puede aplicarse a la aviación.

—Exacto. En un vuelo en línea recta el retraso tendría poca importancia, y no olvides que el Aurora tenía el cielo a su disposición; pero un viraje aumenta el fenómeno.

—¿Cómo?

—Simple trigonometría. Si un piloto está en línea con el pico de una montaña a cien kilómetros de distancia e inicia una desviación de dos grados, el pico debería apartarse de su rumbo unos…, unos. Vamos, Carl, tú eres el matemático.

—Ah…, dos o tres kilómetros.

—Eso constituye para el piloto un indicador muy sensible para efectuar un viraje o prescindir de él. Y por supuesto, en la fase de nivelamiento del aterrizaje, con el avión a escasos metros del suelo y todavía volando a trescientos kilómetros por hora…

Leygraf pensó durante un momento.

—¿Sabes una cosa? Podrías tener algo fantástico en tus manos si continúas desarrollando este material ¿crees que podrías prolongar el retraso hasta el punto de que fuera obvio?

—Eso es lo que voy a averiguar —replicó Garrod.

—¿En esto has estado trabajando tantas semanas? —Esther Garrod contempló dubitativa el rectángulo de vidrio que cubría la mano derecha de su marido—. Parece un vulgar trozo de vidrio.

—Pero no lo es. —Garrod se deleitó infantilmente en prolongar el momento—. Se trata de… vidrio lento.

Intentó identificar la expresión del rostro nítido y diamantino de su esposa, negándose a aceptar que fuera de hostilidad.

—Vidrio lento. Ojalá comprendiera lo que te ha ocurrido, Alban. Dijiste por teléfono que me traías un trozo de cristal con un grosor de tres millones de kilómetros.

—Este cristal tiene tres millones de kilómetros de espesor…, por lo que atañe a un rayo luminoso. —Garrod se dio cuenta de que estaba empleando el enfoque incorrecto, pero no sabía decidir cómo cambiar su curso—. Para explicarlo de otro modo, este trozo de vidrio tiene un espesor de casi once segundos-luz.

Los labios de Esther se movieron en silencio y la mujer se apartó hacia la ventana, tras la cual relucía una solitaria haya, igual que una hoguera bajo el sol del atardecer.

—Mira, Esther —dijo Garrod de un modo apremiante.

Sostuvo firmemente el rectángulo cristalino con su mano izquierda y con gran rapidez apartó la mano derecha que había estado debajo del vidrio. Esther miró la mano y chilló al ver que había otra mano derecha encerrada en el cristal.

—Lo siento —se excusó débilmente Garrod—. Ha sido una tontería. Había olvidado la sensación de la primera vez.

Esther contempló el vidrio hasta que la mano que contenía, una mano que se movía con vida propia, se desplazó violentamente a un lado y dejó de existir.

—¿Qué has hecho?

—Nada, cariño. Sostuve la mano detrás del vidrio hasta que su imagen, la luz reflejada por la mano, lo atravesó. Se trata de un tipo especial de vidrio que la luz tarda once segundos en recorrer, de forma que la imagen ha sido visible once segundos después de que mi mano se había retirado. No tiene nada de espantoso.

Esther meneó la cabeza.

—No me gusta.

Garrod experimentó el inicio de una especie de desesperación.

—Esther, vas a ser la primera mujer en toda la historia de la raza humana que va a ver su cara como es en realidad. Mira hacia el vidrio, por favor.

Sostuvo el cristal rectangular ante ella.

—Eso es una tontería. Me he mirado al espejo…

—No es una tontería… Mírate. La razón por la que digo que ninguna mujer ha visto realmente su cara es que un espejo invierte el lado izquierdo y el lado derecho. Si tuvieras un lunar en la mejilla izquierda, la mujer que verías en el espejo tendría un lunar en la mejilla derecha. Pero con vidrio lento…

Garrod hizo girar el vidrio, y Esther contempló su propia cara. Su imagen persistió durante once segundos, moviendo la boca silenciosamente, hasta que la luz recorrió la estructura cristalina del material. A continuación, el rostro desapareció. Garrod esperó a que su esposa dijera algo. Esther sonrió lánguidamente.

—¿Se supone que debo estar impresionada?

—Francamente, sí.

—Lo siento, Alban.

Esther volvió a la ventana y se quedó contemplando la descendente panorámica de los prados. Al contemplar la silueta femenina, Garrod notó que los brazos pendían del cuerpo, con los codos ligeramente doblados. Recordaba de las clases de antropología que se trataba de una diferenciación normal del varón, cuyos brazos se esperaba que colgaran rectos, pero ese detalle hacía que la compacta forma de Esther pareciera, en la imaginación de Garrod, agresiva, en tensión para ejercer su control. Un pálido y frío principio de cólera empezó a arder en el interior de Garrod.

—Lo sientes… —dijo abruptamente—. Bien, yo también lo siento. Siento que no poseas la visión para comprender cuánto va a significar este material para nosotros y el resto del mundo en cuanto esté completamente desarrollado.

Esther se volvió para mirarle a la cara.

—No quería mencionar esto por la noche, ya que ambos estamos cansados, pero puesto que has mencionado el tema…

—Adelante.

—La semana pasada estuve hablando de cuentas con Manson y me dijo que planeabas unos costos de investigación y desarrollo superiores al millón para tu… vidrio lento. —Dedicó una triste sonrisa a su marido—. Te darás cuenta, claro, de que eso es indeciblemente disparatado.

—No veo por qué.

—No veo por qué —repitió burlonamente Esther— ¿Es que no ves que ninguna treta comercial vale tanto dinero?