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—Me encantaría charlar, pero será mejor que empiece a rellenar este impreso —dije.

Ella no hizo ademán de moverse. Miraba los recortes.

—Necesito que hagas una fotocopia de cada uno. Ahora. Antes de que te vayas a la reunión del comité de búsqueda.

Nada. Cogí un lápiz, uní las páginas sueltas al impreso, y traté de concentrarme en el ejemplar simplificado. Nunca me preocupo por conseguir fondos. Es cierto que hay modas en la ciencia y en la industria, pero la avaricia siempre está en auge. Nada le gustaría más a HiTek que descubrir la causa de las modas para poder inventar la siguiente. Y los proyectos estadísticos son baratos. La única subvención que yo pedía era para un ordenador con más capacidad de memoria. Lo que no significaba que pudiera olvidarme del impreso. Daba igual que tu proyecto fuera un plan seguro para convertir el plomo en oro: si no rellenas los impresos y los entregas a tiempo, Dirección te borra del mapa.

Objetivos del proyecto, método experimental, resultados previstos, promedio análisis matriz. ¿Promedio análisis matriz?

Volví la página para ver si había instrucciones, y la página acabó por soltarse. No había ninguna instrucción, ni allí ni al final de la solicitud.

—¿Venían las instrucciones incluidas con el impreso? —le pregunté a Flip.

—¿Cómo quiere que lo sepa? —dijo ella, levantándose—. ¿Qué es esto? —agitó uno de los recortes ante mi nariz, un anuncio de una rubia de pelo corto junto a un Hupmobile.

—¿El coche?

—No-o-o —dijo ella, con un gran suspiro—. El pelo. —Un corte de pelo —contesté, y me acerqué a ver si era un corte tipo Eton o a lo garçon. Caía en ondas regulares a los lados de la cara—. Unas ondas de agua —dije—. Era un tipo de permanente; se hacía con un aparato eléctrico especial de metal con cables. Resultaba tan divertido como ir al dentista.

Pero Flip ya había perdido interés.

—Creo que si quieren que te quedes después del trabajo para hacer otras cosas deberían pagarte horas extra. Cosas como grapar todos esos impresos y repartirlos a todo el mundo; habría que llevar algunos a Biología.

—¿Le entregaste uno al doctor O'Reilly? —pregunté, recordando su costumbre de soltar los paquetes en las oficinas cercanas.

—Por supuesto. Ni me dio las gracias. Qué suarb.

—¿Suarb? —dije yo. Las modas del lenguaje son imposibles de seguir, y en principio ni siquiera lo intento, pero conozco buena parte del argot porque con él se describen las otras modas. Pero nunca había oído esa palabra.

—¿No sabe lo que significa suarb? —dijo ella, en un tono que me hizo desear que Pippa hubiera ido por Italia abofeteando a la gente—. Nada guai. Nada tope. Cyberagh. Suarb. —Agitó sus brazos envueltos en cinta adhesiva, tratando de dar con la descripción—. Completamente ajeno a la moda —dijo, y se marchó con su cinta adhesiva y su chaleco del revés. Sin los recortes.

CASAS DE CAFÉ (1450–1554)

Moda de Oriente Medio que se originó en Aden y luego se extendió a La Meca y por toda Persia y Turquía. Los hombres se sentaban sobre esterillas con las piernas cruzadas y tomaban tacitas de café denso, negro y amargo mientras escuchaban a poetas. Las casas de café acabaron siendo más populares que las mezquitas y las autoridades religiosas las prohibieron; sostenían que eran frecuentadas por gente «de baja estofa y muy poca industria». Alcanzó Londres (1652), París (1669), Boston (1675), Seattle (1985).

El sábado por la mañana me llamaron de la biblioteca y dijeron que mi nombre había aparecido en la lista de reservas para Llevada por el destino, así que me acerqué a Boulder para recoger el libro y comprar un regalo de cumpleaños para Brittany.

—Puedes llevarte también Ángeles, ángeles por todas partes si quieres —me dijo Lorraine en la biblioteca. Llevaba una camiseta con un dálmata y pendientes rojos en forma de enchufe—. Por fin tenemos dos ejemplares más, ahora que nadie los quiere.

Lo hojeé mientras ella pasaba Llevada por el destino por el lápiz óptico.

«Tu ángel de la guarda te acompaña a todas partes. Está siempre allí, a tu lado, dondequiera que vayas», decía. Había un dibujo de un ángel con grandes alas alzándose sobre una mujer que hacía cola en la carnicería. «Puedes ignorarlos, puedes incluso pretender que no existen, pero eso no hará que desaparezcan.»

«Hasta que pase la moda», pensé. Saqué Llevada por el destino y un libro sobre teoría del caos y diagramas de Mandelbrot; así tendría un pretexto para acercarme a Biología y ver qué llevaba puesto el doctor O'Reilly. Luego me fui al centro comercial de Pearl Street.

Lorraine tenía razón. La librería tenía Ángel en mi chalet y El libro de cocina del querubín en el estante de saldos, y El calendario de los ángeles estaba marcado al cincuenta por ciento de descuento. Había un gran cartel anunciando Encuentros con hadas en la cuarta fase.

Subí a la sección infantil y más hadas: Las hadas de las flores (que había sido una moda en la década de 1910); Hadas, hadas por todas partes; y La tierra de la diversión de las hadas. También libros de Batman, el Rey León, los Power Rangers, y la muñeca Barbie.

Por fin conseguí encontrar un ejemplar en tapa dura de Sapos y diamantes, que me había encantado de niña. También tenía un hada, pero no como las de Hadas, hadas, etc., con alas de lavanda y campanitas por sombrero. Trataba de una niña que ayuda a una anciana fea que resulta ser un hada buena disfrazada. Los valores internos imponiéndose a la apariencia física. La clase de moraleja que me gusta.

Lo compré y salí al centro comercial. Era un hermoso día del veranillo de San Martín, cálido y de cielo azul. El centro de Pearl Street, en sábado, es un lugar estupendo para analizar tendencias; en primer lugar porque está abarrotado de gente, y además porque Boulder es de lo más moderno.

En el resto del estado se refieren a Boulder como la República Popular de Boulder donde conviven todo tipo de miembros de la New Age, puestos de hierbas y músicos callejeros.

Hay incluso modas en lo que a música callejera se refiere. Las guitarras estaban pasadas y los bongos andaban otra vez en alza (la primera vez fue en 1958, en pleno auge del movimiento beat. Requieren poca habilidad). El corte de pelo de Flip estaba de moda, y también su pinta. Y la cinta adhesiva. Vi a dos personas con tiras alrededor de las mangas y a una con rizos y un sombrero hongo que llevaba una ancha banda de cinta adhesiva alrededor del cuello como las que usaban los franceses durante la moda de a la victime, después de la Revolución.

Que fue, por cierto, la última vez que las mujeres se cortaron el pelo hasta los años veinte; estaba chupado rastrear el origen de esa moda. Los aristócratas tuvieron que cortarse el pelo para que no estorbara el funcionamiento de la guillotina, y después de que el Imperio fuera restaurado, sus parientes y amigos llevaban el pelo corto en un gesto de solidaridad. También se ataban estrechas cintas rojas alrededor del cuello, aunque dudo que fuera eso lo que la persona de los rizos tenía en mente. O tal vez sí.

Las mochilas no se llevaban, lo último eran las pequeñas carteras colgadas de una cuerda. También las botas Ugg y los vaqueros sin rodilleras, y las camisas de cuadros. No se veía ni un centímetro de pana por ninguna parte. Patinar bajo techo sin respeto alguno por la vida humana era muy popular, así como caminar despacito y en grupos de cuatro, ignorando al personal. Los girasoles estaban de vuelta y las violetas de moda; otro tanto sucedía con el look de Sinead O'Connor. Y los mechones largos y finos de cabello envueltos en hilos de colores vivos se veían por todas partes.