—Pero si es muy competente —contestó Gina, a la defensiva—. Tiene experiencia con Windows y SPSS, y sabe reparar una fotocopiadora.
—Todo eso es completamente irrelevante —dijo una mujer de Física, aunque a mí no me lo parecía.
—Bueno, yo no trabajo con ella —dijo un hombre de Desarrollo de Productos—. Y no me digas que no sabías que era una de ésas. Se nota con sólo mirarla.
La intolerancia es una de las tendencias más antiguas y feas, tan persistente que sólo se considera una tendencia pasajera porque su blanco cambia constantemente: hugonotes, coreanos, homosexuales, musulmanes, tutsis, judíos, cuáqueros, lobos, serbios, amas de casa de Salem. A casi todos los grupos, mientras sean pequeños y diferentes, les ha tocado el turno, y el proceso es siempre el mismo: desaprobación, aislamiento, persecución.
Era uno de los motivos por el que sería agradable encontrar el interruptor que activa las modas. Me gustaría desconectarlo para siempre.
—No debería permitirse que gente así trabajara en una gran compañía como HiTek —decía Sara, que en realidad era una gran persona a pesar de su psicocháchara sobre Ted.
Y la doctora Applegate, que sin duda tenía que saber cómo funcionan las cosas, añadió con disgusto:
—Supongo que si la despidieras, te demandaría por discriminación. Eso es lo malo que tiene todo esto de la conducta asertiva.
Me pregunté a qué pequeño y diferente grupo tenía la desgracia de pertenecer la nueva ayudante de Flip: ¿hispana, lesbiana, miembro de la ARN?
—No va a poner un pie en mi laboratorio —dijo una mujer que llevaba turbante—. No voy a exponerme a riesgos sanitarios innecesarios.
—Pero si no fumará en el trabajo —dijo Gina—. Es capaz de teclear cien palabras por minuto.
—No puedo creer lo que estoy oyendo —comentó Elaine—. ¿No has leído el informe de la ADF sobre los peligros del humo para el fumador pasivo?
Por otro lado, hay momentos en que, en vez de reformar la raza humana, me gustaría abandonarla y convertirme en, digamos, uno de los macacos del doctor O'Reilly, que deben de tener más sentido común.
Estaba a punto de decírselo a Elaine cuando el doctor O'Reilly me cogió del brazo.
—Venga a sentarse conmigo —dijo, y me sacó de allí—. Necesito que sea mi pareja por si Dirección nos sale con otro ejercicio de sensibilidad. —Me miró con inseguridad—. A menos que prefiera sentarse con sus amigas.
—No —dije, viendo cómo rodeaban a Gina—. De momento, no.
—Oh, bien. En el último ejercicio de sensibilidad tuve que soportar a Flip.
Nos sentamos.
—¿Cómo va su investigación sobre las modas?
—No va. Escogí el pelo corto porque quería una moda sin causas obvias. La mayoría de las modas se deben a logro tecnológico: el nailon, los colchones de agua, las zapatillas con lucecitas.
—Los refugios nucleares.
Asentí.
—O son un fenómeno de márketing, como el Trivial Pursuit y los ositos de peluche.
—Y los refugios nucleares.
—Cierto. El único costo del pelo corto era la tarifa del peluquero, y si no tenías para eso, bastaba con que te agenciaras un par de tijeras, un instrumento tecnológico que ha existido toda la vida. —Empecé a suspirar y entonces advertí que me parecía a Flip.
—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Bennett.
—El problema es que el pelo corto no tiene una causa obvia. Irene Castle me pareció una posibilidad durante algún tiempo, pero resultó que seguía una moda holandesa que había sido popular en París el año antes. Y ninguna de las otras fuentes tiene una correlación directa con el período crítico. ¿Ha oído hablar de un lugar llamado Marydale, Ohio?
—Buenos días —dijo Dirección desde el podio. Llevaba un polo, zapatillas, y lucía una sonrisa complacida—. Estamos realmente satisfechos de veros a todos aquí.
—¿Qué pretende Dirección? —le susurré a Bennett. —Supongo que imponer un nuevo acrónimo. Asunto de Dirección de Unificación Departamental —escribió las letras en su libreta—. D.U.M.B., o sea, tonto.
—Tenemos varios asuntos para hoy —dijo Dirección felizmente—. Primero, algunos de vosotros tenéis dificultades menores para rellenar los impresos simplificados de solicitud de fondos. Recibiréis un memorándum que responde a todas vuestras preguntas. En estos momentos el contacto de comunicaciones interdepartamentales está haciendo una copia para cada uno.
Bennett escondió la cabeza bajo la mesa. —Segundo, me gustaría anunciar que HiTek va a aplicar una política de «vestir con sencillez» esta semana. Es una idea innovadora que se está introduciendo en todas las mejores compañías. La ropa informal favorece un ambiente más relajado en el trabajo y relaciones más fuertes entre los empleados. Así que, a partir de mañana, espero veros a todos con ropa informal.
Me di la vuelta y estudié a Bennett. Tenía un aspecto terrible. Su camisa estampada de poliéster tenía margaritas en una mezcla de marrones, ninguno de los cuales iba a juego con sus pantalones de pana. Encima llevaba un jersey gris.
Pero no se trataba sólo de la ropa. La película La tribu de los Brady había vuelto a poner de moda los años setenta. El otro día Flip llevaba pantalones de satén, y los zapatos de plataforma y las cadenas de oro abundaban en el centro comercial de Boulder. Pero el aspecto de Bennett no era «retro». Era «suarb». Tuve la sensación de que si hubiese llevado una chaqueta de bombero y zapatillas Nike habría seguido teniendo el mismo aspecto. Era como si fuera a contracorriente.
No, tampoco era eso. Gran número de modas empieza como un rechazo a las modas existentes. El pelo largo de los sesenta fue un rechazo a los rapados al cepillo de los cincuenta; los trajes cortos, lisos y sin adornos una reacción a los exagerados corsés y corpiños Victorianos.
Bennett no se estaba rebelando. Era más bien como si fuera ajeno al concepto moda. No, tampoco era la palabra adecuada. Inmune.
Y si podía ser inmune a las modas, ¿significaba eso que las causaba algún tipo de virus?
Miré la mesa de Gina, donde Elaine y el doctor Applegate susurraban ansiosamente sobre el enfisema y las advertencias del Ministerio de Sanidad. ¿Era realmente Bennett inmune a las modas o sólo iba a destiempo, como había dicho Flip?
Abrí mi cuaderno y escribí: «Han contratado a la nueva ayudante de Flip.» Se lo planté delante.
Él escribió a su vez: «Lo sé. La conocí esta mañana. Se llama Shirl.»
«¿Sabía que fuma?», escribí, y vi su expresión al leerlo. No parecía sorprendido ni repelido.
«Me lo dijo Flip. Dijo que Shirl iba a contaminar el trabajo. La paja en el ojo ajeno», escribió Bennett.
Sonreí.
«¿Qué significa el tatuaje con la i que Flip lleva en la frente?», escribió él.
«No es un tatuaje, es una marca.»
«¿Incompetente o imposible?»
—Iniciativa —dijo Dirección, y los dos alzamos la cabeza, sintiéndonos culpables—. Lo que me lleva a nuestro tercer punto del día. ¿Cuántos sabéis lo que es la beca Niebnitz?
Yo lo sabía, y aunque nadie más alzó la mano, estaba dispuesta a apostar a que todos los demás lo sabían también. Es la beca de investigación de más cuantía que existe, aún mayor que la beca MacArthur, y casi sin ninguna pega. El científico obtiene el dinero y puede aplicarlo a cualquier tipo de investigación. O irse a tomar el sol a las Bahamas.
También es la beca de investigación más misteriosa que existe. Nadie sabe quién la da, por qué la dan, ni siquiera cuándo la dan. Se le concedió una el año pasado a Lawrence Chin, un investigador sobre inteligencia artificial, cuatro el año antes, y ninguna durante más de tres años. La gente de la Niebnitz (quienesquiera que sean) aparece periódicamente como uno de esos Ángeles de Arriba sobre algún científico despistado y lo hace de forma que nunca tiene que rellenar ningún otro impreso simplificado de solicitud de fondos.