Me acerqué a la libreta para mensajes que había junto al teléfono. Estaba en blanco.
—¿No has anotado el mensaje?
Ella suspiró.
—No puedo hacerlo todo. Por eso se suponía que iban a darme una ayudante, ¿recuerda?, para que no tuviera que trabajar tan duro. Sólo que ella es fumadora; la mitad de la gente a la que se la asigno no la quiere en su laboratorio, así que tengo que copiar todo esto y bajar a Biología y todo eso. Creo que habría que obligar a los fumadores a dejar los cigarrillos.
—¿A quién se la has asignado?
—Biología y Desarrollo de Productos y Química y Física y Personal y Nóminas, y a toda la gente que me grita y me hace trabajar un montón. O meterlos en un campo o algo donde no nos expongan a los demás a todo ese humo.
—¿Por qué no me la asignas a mí? No me importa que fume.
Ella se puso en jarras, con las manos sobre la falda de cuero azul.
—Además, nunca se la asignaría a usted. Es la única que es casi amable conmigo por aquí.
PASTEL DE ÁNGEL (1880–1890)
Pastel de moda, llamado así por su blancura y ligereza, procedente de un restaurante de St. Louis, o de orillas del río Hudson, o de la India. El secreto del pastel era una docena de claras de huevo (u once, o quince) batidas a punto de nieve. Resultaba difícil de cocinar e inspiró todo un rituaclass="underline" no había que engrasar la sartén, y nadie podía entrar en la cocina durante la cocción. Sustituido, por supuesto, por el pastel del diablo.
Era en el Kansas Rose, a las cinco y media.
—Has recibido bien mi mensaje —dijo Billy Ray, que salió a esperarme al aparcamiento. Llevaba vaqueros negros, una camisa también vaquera blanca y negra, un Stetson blanco, y el pelo más largo que la última vez. El pelo largo debía estar otra vez de moda.
—Más o menos —dije—. Estoy aquí.
—Lamento que tenga que ser tan temprano. Hay un taller esta noche sobre «Riego en Internet» que no quiero perderme. —Me cogió del brazo—. Se supone que esto es el sitio más de moda en la ciudad.
Tenía razón. Había que esperar media hora, incluso teniendo mesa reservada, y todas las mujeres de la cola vestían de rosa pomo.
—¿Conseguiste tus Targhees? —le pregunté, apoyandome contra un cartel de PROHIBIDO TERMINANTEMENTE FUMAR.
—Sí, y son magníficas. Bajo mantenimiento, gran tolerancia al frío, y siete kilos de lana por estación.
—¿Lana? Creía que las Targhees eran vacas.
—Ya nadie cría vacas —dijo él, frunciendo el ceño como si yo tuviera que saberlo—. Por lo del colesterol. El cordero tiene un menor índice de colesterol, y la pura lana virgen se supone que va a ser el nuevo tejido de moda para el invierno.
—Bobby Jay —llamó la encargada, que vestía un mandil rojo y pañuelo de cabeza…
—Ésos somos nosotros —dije yo.
—No queremos estar sentados cerca de donde solía estar la sección de fumadores —dijo Billy Ray, y la seguimos a la mesa.
Al parecer, la moda de los girasoles había venido a morir aquí.
Los había entrelazados en la verja blanca que rodeaba nuestra mesa, estampados en la pared, pintados en las puertas de los servicios, bordados en las servilletas. Un gran ramo artificial asomaba de un jarrón Masón en medio de nuestro mantel, también decorado con ellos.
—Guai, ¿eh? —dijo Billy Ray, abriendo su menú en forma de girasol—. Todo el mundo dice que el ambiente de la pradera va a ser la próxima gran moda.
—Pensaba que lo era la pura lana virgen —murmuré, cogiendo el menú. La comida de la pradera era más bien sustanciaclass="underline" filete de pollo frito, salsa cremosa y mazorca de maíz, todo servido al estilo casero.
—¿Algo para beber? —preguntó un camarero vestido con piel de gamo y con un pañuelo de girasoles atado a la cabeza.
Miré la carta. Tenían exprés, capuchino y café con leche, también muy populares en los días de la pradera. No había té helado.
—Té helado es la bebida del estado de Kansas —le dije al camarero—. ¿Cómo es que no tienen?
Al parecer, él había estado tomando lecciones de Flip. Puso los ojos en blanco, suspiró expertamente y dijo:
—El té helado está outré.
«Una palabra nunca oída en la pradera», pensé, pero Billy Ray estaba ya pidiendo una chuleta, puré de patatas y capuchino para ambos.
—Bien, cuéntame algo de esa investigación en la que llevas trabajando semanas.
Lo hice.
—El problema es que tengo causas de sobra —dije, después de explicar lo que había estado haciendo—. Igualdad femenina, bicicletas, un diseñador francés llamado Poiret, la Primera Guerra Mundial, y Coco Chanel, que se chamuscó el pelo cuando estalló una estufa. Por desgracia, nada de eso parece ser la fuente principal.
Nuestra cena llegó, en platos marrones de arcilla decorados con girasoles. La ensalada de coles estaba sazonada con albahaca fresca, cosa que no recordaba como propia de la pradera, y la carne con rodajas de limón.
Billy Ray me habló de las ventajas de criar ovejas mientras comíamos. Las ovejas eran sanas, daban beneficios, no causaban problemas, y las podías llevar a pastar a cualquier parte. Me habría sentido más inclinada a creer todo aquello si no me hubiera dicho lo mismo sobre las vacas cuernilargas seis meses atrás.
—¿Postre? —dijo el camarero, y nos trajo el carrito con las tartas.
Yo suponía que un postre de la pradera sería tarta de grosella o tal vez melocotón en lata, pero eran los sospechosos habituales: créme brûlée, tiramisú, «y nuestro nuevo postre, pudín de pan».
Bueno, eso parecía un postre de Kansas, desde luego, el tipo de cosa que te ves obligada a comer después de que la vaca se te muere y los saltamontes devoran tu cosecha.
—Tomaré tiramisú —dije.
—Yo también —añadió Billy Ray—. Siempre he odiado el pudín de pan. Es como comer sobras.
—Todo el mundo se pirra por nuestro pudín de pan —nos reprochó el camarero—. Es nuestro postre de más éxito.
Lo malo que tiene estudiar tendencias es que nunca consigues desconectar. Estás en una cita, sentada frente a alguien, comiendo tiramisú, y en vez de pensar lo guapa que es tu pareja, te encuentras pensando en postres de moda y, como siempre, son empalagosos y su aporte de calorías es directamente proporcional a la obsesión por hacer dieta.
Miren si no el tiramisú, que tiene cholocate y nata montada y dos tipos de queso. Y el pastel de caramelo, que estuvo muy de moda en los años cuarenta a pesar de los racionamientos de la guerra.
El pastel con fondo de pina fue una moda en los veinte, un postre que espero que no vuelva pronto; el pastel de huevo se puso de moda en los cincuenta; la fondue de chocolate en los sesenta.
Me pregunté si Bennett era también inmune a las modas culinarias, y cuáles eran sus ideas sobre el pudín de pan y el pastel de queso y chocolate.
—¿Vuelves a pensar en el pelo corto? —preguntó Billy Ray—. Tal vez estás prestando atención a demasiadas cosas. En el cursillo al que asisto dicen que hay que ref.
—¿Ref?
—REF. Recortar El Enfoque. Eliminar todos los enfoques y periféricos de las variables núcleo. Esto del pelo corto sólo puede tener una causa, ¿no? Tienes que estrechar tu enfoque hasta reducirlo a las posibilidades más probables y concentrarte en ellas. Además, funciona. Lo probé en un caso de sarna en las ovejas. ¿Seguro que no quieres acompañarme a mi taller?