Las catástrofes pueden conducir a veces a logros científicos. Un cultivo contaminado y una persona casi ahogada pueden llevar al descubrimiento de la penicilina, las placas fotográficas estropeadas al de los rayos X. Vean a Mendeléiev.
Su vida fue una sucesión de catástrofes: vivió en Siberia, su padre se quedó ciego y la fábrica de vidrio donde su madre empezó a trabajar tras la muerte de su padre se quemó hasta los cimientos. Pero ese incendio la obligó a trasladarse a San Petersburgo, donde Mendeléiev estudió con Bunsen y, con el tiempo, llegó a elaborar el sistema periódico de los elementos.
O vean si no a James Christy. Tuvo que enfrentarse a una catástrofe menor: una máquina Star Sean rota. Acababa de sacar una foto de Plutón y estaba a punto de tirarla por causa de un bulto raro en el borde del planeta cuando la Star Sean (construida obviamente por la misma compañía de las fotocopiadoras de HiTek) se estropeó.
En vez de tirar la foto al momento, Christy tuvo que llamar al reparador, que le pidió que esperara por si necesitaba ayuda. Christy se quedó por allí un rato y entonces echó otra mirada más atenta al bulto y decidió comprobar algunas de las fotografías anteriores. La primera que encontró estaba marcada «Imagen de Plutón. Alargada. Placa mala. Rechazada». La comparó con la que tenía en la mano. Las placas parecían iguales, y Christy se dio cuenta de que estaba mirando, no una foto estropeada, sino una luna de Plutón.
Pero en general, las catástrofes son sólo catástrofes. Como ésta.
A Dirección sólo le preocupa una cosa. El papeleo. Olvidarán casi todo lo demás (gastos desorbitados, incompetencia absoluta, denuncias criminales) mientras los impresos se rellenen adecuadamente. Y a tiempo.
—¿Le entregaste tu solicitud de concesión de fondos a Flip?—dije, y lo lamenté al instante.
Él se puso aún más pálido.
—Lo sé. Estúpido, ¿eh?
—Tus monos.
—Mis ex monos. No les enseñaré el hula-hoop. —Se acercó al montón que yo acababa de revisar y empezó a buscar.
—Ya los he repasado —dije—. No está ahí. ¿Le dijiste a Dirección que Flip lo perdió?
—Sí —contestó él, recogiendo los papeles de encima de la fotocopiadora—. Dirección dice que Flip entregó todas las solicitudes que le entregó la gente.
—¿Y la creyeron? —dije. Bueno, por supuesto que la creyeron. Lo hicieron cuando les dijo que necesitaba una ayudante—. ¿Falta el impreso de alguien más?
—No —contestó él, sombrío—. De las tres personas que fueron lo suficientemente estúpidas para entregarle a Flip sus impresos, soy la única cuyo impreso se ha perdido.
—Tal vez…
—Ya les he preguntado. No puedo rehacerlo y entregarlo fuera de plazo —soltó el montón, lo volvió a coger, y empezó de nuevo.
—Mira —dije, cogiéndoselo—. Seamos sistemáticos. Tú encárgate de esos montones —lo añadí al fajo que ya había repasado—. Lo que ya hemos mirado, a este lado de la habitación —le tendí uno de los montones que nos esperaban—. Lo que no, a este otro. ¿Vale?
—Vale —dijo él, y me pareció que recuperaba un poco de color. Se puso a trabajar en el montón.
Yo empecé por la papelera de reciclado, donde alguien (muy probablemente Flip) había tirado una lata medio llena de Coca-Cola. Saqué un puñado pegajoso de papeles, me senté en el suelo y empecé a separarlos. No estaba en el primer montón. Me agaché hacia la papelera y cogí un segundo, esperando que la Coca-Cola no hubiera llegado hasta el fondo. Lo había hecho.
—Sabía que no tenía que dárselo a Flip —dijo Bennett, empezando con otro montón—, pero estaba trabajando en los datos de mi teoría del caos, y me dijo que tenía que llevarlos a Dirección.
—Lo encontraremos —dije, sacando una página pringada de Coca-Cola del montón. A la mitad del trabajo, solté un grito.
—¿Lo encontraste? —preguntó él, esperanzado.
—No. Lo siento —le mostré las páginas pegajosas—. Son las notas sobre las ondas de agua que estaba buscando. Se las di a Flip para que las fotocopiara.
El color le desapareció por completo de la cara, con pecas y todo.
—Tiró la solicitud —dijo.
—No, no lo hizo —contesté, tratando de no pensar en todos aquellos recortes arrugados que había en mi papelera el día que conocí a Bennett—. Está por aquí, en alguna parte.
No estaba. Terminamos con los montones y los repasamos, aunque estaba claro que el impreso no andaba por allí.
—¿Podría haberlo dejado en tu laboratorio? —dije cuando llegué al fondo del último montón—. Tal vez nunca salió de allí con él.
Bennett sacudió la cabeza.
—Ya he buscado por todas partes. Dos veces —dijo, rebuscando en la papelera—. ¿Y en tu laboratorio? Te entregó el paquete. Tal vez…
Odié tener que decepcionarlo.
—Acabo de registrarlo. Buscando esto —agité mis recortes sobre las ondas de agua—. Pero podría estar en otro laboratorio. —Me levanté, envarada—. ¿Qué hay de Flip? ¿Le preguntaste qué hizo con él? ¿En qué estoy pensando? Estamos hablando de Flip. Él asintió.
—Dijo: «¿Qué impreso de solicitud?»
—Muy bien. Necesitamos un plan de ataque. Tú encárgate de la cafetería, yo del vestíbulo de personal.
—¿La cafetería?
—Sí, ya conoces a Flip. Probablemente lo entregó mal. Como aquel paquetead día que te conocí.
Y sentí que allí había una pista, algo significativo; no una explicación de dónde podría estar su impreso, sino de otra cosa. ¿De la causa del pelo corto? No, no era eso. Me quedé allí de pie, tratando de retener la sensación.
—¿Qué pasa? —preguntó Bennett—. ¿Crees que sabes dónde está?
La sensación se esfumó.
—No. Lo siento. Estaba pensando en otra cosa. Me reuniré contigo en la papelera de reciclaje de Química. No te preocupes. Lo encontraremos —dije alegremente, pero no tenía muchas esperanzas de que así fuera. Conociendo a Flip, podía haberlo dejado en cualquier parte. HiTek era grande. Podía estar en el laboratorio de cualquiera. O en Suministros con Desiderata, la santa patrona de los objetos perdidos. O en el aparcamiento—. Quedamos en la papelera de reciclaje.
Me dirigía al vestíbulo de Personal cuando tuve una idea mejor. Fui a buscar a Shirl. Estaba en el laboratorio de Alicia, introduciendo datos de la beca Niebnitz en su ordenador.
—Flip perdió el impreso de solicitud de fondos del doctor O'Reilly —dije sin más preámbulos.
De algún modo, esperaba que ella dijera: «Sé dónde está»; pero no lo hizo. Dijo: «Oh, cielos.» Parecía verdaderamente preocupada.
—Si se marcha, eso… —se detuvo—. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
—Busque por aquí. Bennett viene mucho, y en cualquier otro sitio donde se le ocurra que ella puede haberlo dejado.
—Pero el plazo de entrega ya ha terminado, ¿no?
—Sí —contesté, furiosa de que sacara a relucir lo que yo había estado tratando de ignorar: en Dirección, puntillosos como siempre con las fechas de entrega, se negarían a aceptarlo aunque lo encontráramos, manchado de Coca-Cola y mal entregado—. Estaré en el vestíbulo —dije, y fui a buscar en las taquillas.
No estaba allí, ni en el montón de antiguos memorándums de la mesa de personal, ni en el microondas. Ni en el laboratorio de Alicia.
—He buscado por todas partes —dijo Shirl, asomando la cabeza—. ¿Qué día se lo dio a Flip el doctor O'Reilly?
—No lo sé —contesté—. Había que entregarlo el lunes.
Ella sacudió la cabeza sombríamente.
—Eso es lo que me temía. Recogen la basura los martes y los jueves.