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Lamenté haberla metido en aquello. Bajé a la papelera de reciclaje. Bennett estaba casi metido dentro, las piernas agitándose al aire. Salió con un puñado de papeles y el corazón de una manzana.

Cogí la mitad de los papeles y los repasamos. No había ningún impreso.

—Muy bien —dije, tratando de parecer animosa—. Si no está aquí, estará en uno de los laboratorios. ¿Por dónde empezamos? ¿Física o Química?

—No tiene sentido —dijo Bennett, cansado. Se hundió contra la papelera—. No está aquí, y yo tampoco duraré mucho.

—¿No hay ninguna forma de llevar adelante el proyecto sin fondos? Tienes el hábitat y el ordenador y las cámaras y todo. ¿No podías sustituirlos por ratas de laboratorio o algo así?

Él sacudió la cabeza…

—Son demasiado independientes. Necesito un animal con un fuerte instinto de manada.

«¿Qué tal El flautista de Hamelín}», pensé.

—E incluso las ratas de laboratorio cuestan dinero —dijo él.

—¿Y la perrera municipal? Probablemente allí tienen gatos. No, gatos no. Perros. La conducta de los perros es gregaria, y en la perrera hay montones de perros.

Parecía casi tan irritado como Flip.

—Creía que eras una experta en modas. ¿Nunca has oído hablar de los derechos de los animales?

—Pero no vas a hacer nada con ellos. Sólo vas a observarlos —contesté, pero tenía razón. Me había olvidado del movimiento en favor de los derechos de los animales. Nunca nos dejarían usar animales de la perrera—. ¿Y los otros proyectos de Biología? Tal vez podrían prestarte algunos de sus animales de laboratorio.

—El doctor Kelly está trabajando con nematodos, y el doctor Riez con gusanos.

«Y la doctora Turnbull con formas de ganar la beca Niebnitz», pensé.

—Además —dijo él—, aunque tuviera los animales, no podría darles de comer. No entregué mi impreso de solicitud de fondos a tiempo, ¿recuerdas? No importa —dijo al ver la expresión de mi cara—. Esto me dará la oportunidad de volver a la teoría del caos.

«Para la cual no hay ninguna subvención —pensé—, aunque entregues a tiempo los impresos.»

—Bueno —añadió él, incorporándose—. Será mejor que empiece a redactar mi currículum.

Me miró muy serio.

—Gracias de nuevo por ayudarme. Lo digo de veras.

Se encaminó pasillo abajo.

—No te rindas todavía —dije yo—. Pensaré en algo.

Esto lo decía alguien incapaz de descubrir a qué se debía la moda de los ángeles, y mucho menos la del pelo corto.

Él sacudió la cabeza.

—Nos enfrentamos a Flip en este asunto. Puede más que los dos juntos.

CARTAS EN CADENA (primavera de 1935)

Moda para ganar dinero que consistía en enviar un centavo al último nombre de una lista, añadir el tuyo debajo, y enviar cinco copias de la carta a tus amigos con la esperanza de que fueran tan crédulos como tú. Promovida por la avaricia y el desconocimiento de la estadística, la moda se inició en Denver, cuya oficina de correos se colapso con la llegada de casi cien mil cartas diarias. Duró tres semanas y luego pasó a Springfield, donde cadenas de un dólar y de cinco dólares circularon con frenesí durante dos semanas antes del inevitable colapso. Mutó para convertirse en el Círculo de Oro en 1978 —ahora las cartas se entregaban en mano— y en varios esquemas piramidales.

Lo vi marchar y luego regresé a mi laboratorio. Flip estaba usando mi ordenador.

—¿Cómo se deletrea adorable?

Me hizo falta recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no sacudirla hasta que la i sonara.

—¿Qué has hecho con el impreso del doctor O'Reilly?

Ella agitó su conjunto de apéndices capilares.

—Le dije a Desiderata que se desquitaría conmigo por robarle su novio. Lo que no es justo. Ya tiene a ese tipo de las vacas.

—Ovejas —corregí automáticamente. Luego me la quedé mirando. Ovejas.

—Decir a un contacto de comunicaciones interdepartamentales a quién pueden escribir cartas es hostigamiento —dijo ella, pero no la escuché. Estaba marcando el número de Billy Ray.

—Chica, me alegro de oír tu voz —dijo Billy Ray—. He estado pensando mucho en ti últimamente.

—¿Podrías prestarme algunas ovejas? —dije, sin escucharle a él tampoco.

—Claro. ¿Para qué?

—Un experimento de aprendizaje.

—¿Cuántas necesitas?

—¿Cuántas hacen falta para que empiecen a comportarse como un rebaño?

—Tres. ¿Cuándo las quieres?

Era realmente un tipo muy agradable.

—Dentro de un par de semanas. No estoy segura. Tengo que comprobar algunas cosas primero. Como qué tamaño de rebaño podemos tener en el corral.

«Y necesito que Bennett esté de acuerdo. Y también Dirección.»

—Dibujar un círculo no convierte a nadie en propiedad de nadie —dijo Flip.

Volví corriendo a Biología. Bennett no estaba redactando su currículum. Estaba sentado en una roca en medio del hábitat, con aspecto deprimido.

—Ben, tengo una proposición que hacerte.

Él casi sonrió.

—Gracias, pero…

—Escucha, y no digas no hasta haberlo oído todo. Quiero que combinemos nuestros proyectos. No, espera, escúchame. Pedí dinero para un ordenador con más memoria, pero podría utilizar el tuyo. Flip usa siempre el mío, de todas formas. Y podríamos usar mis fondos para comprar la comida y los suministros.

—Eso sigue sin resolver el problema de los macacos. A menos que pidieras un ordenador carísimo.

—Tengo un amigo que es dueño de un rancho de ovejas en Wyoming.

—Sí, lo sé.

—Está dispuesto a prestarnos tantas ovejas como nos hagan falta, sin coste; sólo tenemos que alimentarlas. —Me pareció que estaba a punto de rehusar, así que me adelanté—: Sé que las ovejas no tienen la misma organización social que los macacos, pero sí un fuerte instinto gregario. Lo que hace una, lo quieren hacer todas. Y soportan el frío, pueden estar fuera.

Él me miraba muy serio a través de sus gruesas gafas.

—Sé que no es el proyecto que querías hacer, pero sería algo. Te mantendría en HiTek, y probablemente pasarán sólo unos meses hasta que a Dirección se le ocurra un nuevo acrónimo y un nuevo procedimiento para solicitar fondos, y podrás volver a pedir macacos.

—No sé nada de ovejas.

—Podemos dedicarnos a la investigación básica mientras esperamos a que se resuelva el papeleo.

—¿Y qué consigues tú con todo eso, Sandy? —dijo Ben—. A las ovejas las esquilan.

No podía decirle que pensaba que en su inmunidad a las modas estaba en parte la clave para hallar el origen de éstas.

—Un ordenador con el que pueda manejar los nuevos diagramas que se me han ocurrido —dije—. Y una perspectiva diferente. No voy a ninguna parte con mi proyecto sobre el pelo corto. Richard Feynman decía que si te atascas en un problema científico, debes trabajar en otra cosa durante un tiempo. Eso te da una perspectiva distinta del problema. Él se puso a tocar los bongos. Y un montón de científicos consiguen sus logros más significativos mientras trabajan fuera de su campo. Mira a Alfred Wegener, que descubrió la deriva continental. Era meteorólogo, no geólogo. Y a Joseph Black, que descubrió el dióxido de carbono; no era químico, sino médico. Einstein trabajaba en una oficina de patentes. Trabajar fuera de su campo permite a los científicos establecer conexiones que de otro modo se les habrían escapado.

—Ummm —dijo Ben—. Y desde luego hay una conexión entre las ovejas y la gente que sigue las modas.

—Cierto. ¿Quién sabe? Tal vez las ovejas inicien una moda.