—¿Qué significa «en marcha inmediatamente»? —dijo él, preocupado—. No hemos hecho ninguna investigación de base sobre la conducta de las ovejas, sobre cómo interactúan, qué habilidades son capaces de adquirir, qué comen…
—Tenemos tiempo de sobra —dije yo—. Hablamos de Dirección, ¿recuerdas?
Otro error. El viernes Dirección me llamó para darme otra vez carta blanca y me dijo que los permisos habían sido concedidos y los experimentos con animales vivos aprobados.
—¿Puede usted tener aquí las ovejas el lunes?
—Veré si el propietario puede lograrlo —dije, esperando que Billy Ray no pudiera.
Pudo, y lo hizo, aunque no las trajo en persona. Estaba asistiendo a un seminario virtual sobre ranchos en Lander. Envió en su lugar a Miguel, que llevaba un aro en la nariz, sombrero Aussie, auriculares, y no tenía ninguna intención de descargar las ovejas.
—¿Dónde las quiere? —dijo en un tono que me dio ganas de mirar debajo del ala del sombrero Aussie para ver si tenía una i en la frente.
Le mostramos la puerta del corral, y él suspiró pesadamente, movió marcha atrás el camión hasta más o menos chocar con ella, y luego se quedó apoyado contra la cabina del camión, tan tranquilo.
—¿No va a descargarlas? —dijo Ben por fin.
—Billy Ray me dijo que las trajera —respondió Miguel—. No dijo nada de descargarlas.
—Tendría que conocer a nuestra encargada del correo —le dije—. Obviamente, están ustedes hechos el uno para el otro.
Él se echó hacia delante el sombrero.
—¿Dónde vive?
Bennett había dado la vuelta al camión y estaba levantando la barra que cerraba la puerta.
—No saldrán todas corriendo a la vez y nos arrollarán, ¿no? —dijo.
No. Las treinta ovejas quedaron plantadas en el borde del camión, balando y con aspecto aterrorizado.
—Vamos —insistió Ben—. ¿Crees que están demasiado arriba para saltar?
—Saltaron un precipicio en Lejos del mundanal ruido —dije yo—. ¿Cómo pueden estar demasiado arriba?
Sin embargo, Ben extrajo una tabla de madera para improvisar una rampa, y yo fui a ver si el doctor Riez, que había hecho un experimento equino antes de pasarse a los gusanos, tenía un ronzal para prestarnos.
Tardó una eternidad en encontrar uno, y supuse que cuando volviera al laboratorio ya no haría falta, pero las ovejas seguían agazapadas en la parte trasera del camión.
Ben parecía frustrado, y Miguel, de pie en la parte delantera del camión, se mecía al ritmo de algo que los demás no podíamos oír.
—No vendrán —dijo Ben—. He intentado llamarlas, y silbarles, y asustarlas.
Le tendí el ronzal.
—Tal vez si conseguimos que una baje la rampa, las demás la sigan —dijo. Cogió el ronzal y subió por la rampa—. Quítate de en medio, por si salen de estampida.
Extendió la mano para colocar el ronzal en la cabeza de la oveja más cercana, y hubo una estampida, desde luego.
Hacia el fondo del camión.
—Tal vez puedes coger una y traerla —dije yo, pensando en la cubierta del libro de los ángeles, donde aparecía un ángel descalzo que sostenía un cordero perdido—. Una pequeña.
Ben asintió. Me tendió el ronzal y subió la rampa, moviéndose despacio para no asustarlas.
—Shh, shh —le decía en voz baja a un corderito—. No te haré daño. Shh, shh.La oveja no se movió. Ben Se arrodilló y pasó los brazos por debajo de las patas del animal y lo alzó. Se dirigió hacia la rampa.
El ángel, claramente, había drogado al cordero con cloroformo antes de cogerlo.
El animal pataleó con las cuatro patas en cuatro direcciones distintas, agitándose como un loco y empujando con el hocico la barbilla de Ben, que se tambaleó; entonces el cordero se giró y le pateó el estómago. Ben lo dejó caer de un golpe y el animal se lanzó al centro del camión, balando histérico.
El resto de las ovejas le siguió.
—¿Te encuentras bien?
—No —contestó él, tocándose la mandíbula—. ¿Qué hay de aquello de «corderito, tan manso y tan lindo»?
—Está claro que Blake nunca había visto una oveja —dije yo, ayudándole a bajar la rampa y llegar al abrevadero—. ¿Y ahora qué?
Él se apoyó contra el abrevadero, respirando con dificultad.
—Al final acabarán por tener sed —dijo, palpándose torpemente la barbilla—. Esperaremos a que bajen.
Miguel se nos acercó.
—No tengo todo el día, ¿saben? —gritó por encima de lo que fuese que estuviera tronando en sus auriculares, y volvió a la parte delantera del camión.
—Tengo que llamar a Billy Ray —dije, y lo hice. Su teléfono móvil estaba fuera de cobertura.
—Tal vez si las azuzamos con el ronzal… —dijo Ben cuando regresé.
Lo intentamos. Y también ponernos detrás y empujar, y amenazar a Miguel, y pasamos más de un rato apoyados contra el abrevadero, respirando con dificultad.
—Bueno, desde luego hay una difusión de información en marcha —dijo Ben, frotándose el brazo—. Todas han decidido no bajar del camión.
Llegó Alicia.
—Tengo un perfil del candidato óptimo para la beca Niebnitz —le dijo a Ben, ignorándome—. Y he encontrado otro Niebnitz. Un industrial. Hizo su fortuna refinando minerales y fundó varias organizaciones benéficas. Estoy buscando en los criterios de selección de sus comités. Quiero que vengas a ver el perfil.
—Adelante —dije yo—. Está claro que no te perderás nada. Lo intentaré de nuevo con Billy Ray.
Lo hice.
—Lo que tienes que hacer es… —dijo él, y se quedó de nuevo sin cobertura.
Regresé al corral. Las ovejas habían salido del camión y estaban mordisqueando la hierba seca.
—¿Qué hiciste? —dijo Ben, que llegó detrás de mí.
—Nada. Miguel debe de haberse cansado de esperar.
Pero estaba todavía en la parte delantera del camión, moviéndose al ritmo de Groupthink o de quienquiera que estuviese escuchando.
Miré las ovejas. Estaban pastando pacíficamente, deambulando felices por el corral como si siempre hubieran pertenecido a aquel lugar. Ni siquiera cuando Miguel, todavía con los auriculares puestos, arrancó el camión y se marchó, se dejaron llevar por el pánico. Uno de ellas, próxima a la verja, me dirigió una mirada larga e inteligente.
«Esto va a funcionar», pensé.
La oveja me miró un ratito más, bajó la cabeza para pastar, y se quedó atascada en la cerca.
QIAO PAI (1977–1995)
Juego chino de moda inspirado en el juego de cartas americano del bridge (una moda de los años treinta). Popularizado por Deng Xiaoping, que aprendió a jugar en Francia, el qiao pal atrajo rápidamente a más de un millón de aficionados, que jugaban principalmente en el trabajo. Al contrario que en el bridge americano, las apuestas son silenciosas, los jugadores no ordenan las manos y el juego es extremadamente formal. Sustituyó al ping-pong.
A lo largo de los siguientes días quedó claro que prácticamente no había difusión de información en un rebaño de ovejas. Apenas había tampoco ninguna moda.
—Quiero observarlas durante unos cuantos días —dijo Ben—. Necesitamos establecer cuáles son sus pautas normales de difusión de información.
Observamos. Las ovejas pastaban en la hierba seca, daban un paso o dos, pastaban un poco más, daban otros pocos pasitos, seguían pastando. Habría parecido un cuadro pastoral de no ser por sus caras largas de mirada vacía, y por la lana.
No sé quién fomentó la creencia de que las ovejas son blancas como nubes. Tenían más bien el color de una fregona vieja y la misma cantidad de tierra.