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Billy Ray había estado dispuesto a venir en coche desde cualquiera sabía qué sitio por si podía llevarme a cenar. Y me había prestado un rebaño de ovejas y una mansa. Y sus guantes. ¿Dónde iba a conocer a alguien tan amable? Nadie en HiTek se me iba a declarar, eso seguro.

—¿Qué quieres? —me preguntó Billy Ray—. Creo que voy a tomar las patatas rellenas.

Yo tomé borscht sazonado con albahaca (no recordaba que fuera un plato de la cocina siberiana) y patatas rellenas, y traté de pensar. ¿Qué quería?

Averiguar de dónde venía el pelo corto, pensé, y sabía que eso era tan probable como ganar la beca Niebnitz. A pesar de la teoría de Feynman de que trabajar en un campo totalmente distinto favorecía los descubrimientos científicos, no estaba más cerca que antes de hallar el origen de las modas. Tal vez lo que necesitaba era irme por completo de Hi-Tek, a respirar aire puro, en un rancho aislado de Wyoming.

—Lejos del mundanal ruido —murmuré.

—¿Qué?

—Nada —contesté, y él siguió cenando.

Le observé comerse las patatas rellenas. De verdad que se parecía un poco a Brad Pitt. Era horriblemente moderno, pero tal vez eso sería una ventaja para mi proyecto, y no tendríamos que casarnos inmediatamente. Había dicho que podría esperar a que terminara mi investigación.

Y, contrariamente al dentista de Flip, no le importaría que fuera geográficamente incompatible mientras trabajaba en él.

«Flip y su dentista», pensé, preguntándome incómoda si todo aquello no era más que otra moda. Aquel artículo decía que el matrimonio estaba a la última, y todas las niñas pequeñas andaban locas por la Barbie Novia Romántica. La madre de Lindsay pensaba en casarse de nuevo a pesar de aquel capullo de Mark, Sara intentaba convencer a Ted para que se declarara, y Bennett dejaba que Alicia le escogiera las corbatas. ¿Y si todos formaban parte de una moda de compromisos?

Estaba siendo injusta con Billy Ray. Le encantaba todo lo que estaba de moda, incluso podía aguantar hora y media de cola en plena tormenta, pero no se casaría con alguien sólo porque se llevara el matrimonio. ¿Y qué si era una moda? Las modas no son tan malas. Mira el reciclado y el movimiento en favor de los derechos civiles. Y el vals. Y, de todas formas, ¿qué tenía de malo seguir la moda de vez en cuando?

—Hora de tomar el postre —dijo Billy Ray, mirándome desde debajo del ala de su sombrero.

Llamó a la camarera, y ella trajo a rastras los sospechosos habituales: áreme brülée, tiramisú, pudín de pan.

—¿No hay tarta de chocolate y queso? —pregunté.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Qué quieres tú? —dijo Billy Ray.

—Un minuto —dije, resoplando—. Pide tú.

Billy Ray le sonrió a la camarera.

—Tomaré el pudín de pan.

—Es nuestro postre de más éxito —comentó la camarera.

—Creía que no te gustaba el pudín de pan —dije yo.

Él alzó la cabeza, aturdido.

—¿Cuándo he dicho eso?

—En aquel lugar de comida de la pradera al que me llevaste. El Rosa de Kansas. Tomaste tiramisú.

—Ya nadie toma tiramisú —dijo él—. Me encanta el pudín de pan.

MASCOTAS VIRTUALES (otoño 1994–primavera 1996)

Juego de ordenador japonés de moda en el que aparecía una mascota programada. El cachorrito o el gatito crecía y jugaba, aprendía trucos (los perros, se sobreentiende, no los gatos) y se escapaba si no se le cuidaba bien. Su éxito se debió al amor de los japoneses por los animales y al problema del exceso de población que hace que tenerlos en casa sea imposible.

Ben se encontró conmigo en el aparcamiento a la mañana siguiente.

—¿Dónde está la mansa? —preguntó.

—¿No está con las otras ovejas? —Salí del coche. Sabía que no tendría que haberme fiado de Flip—. Billy Ray dijo que la había metido en el corral.

—Bueno, si está allí, es igual que cualquier otra oveja.

Tenía razón. Lo era. Hicimos un rápido conteo, y había una más que antes, pero resultaba imposible adivinar cuál era la mansa.

—¿Qué aspecto tenía cuando tu amigo la metió en el corral?

—Yo no estaba aquí —dije, mirando las ovejas, tratando de detectar una que fuese diferente—. Sabía que tendría que haber bajado a comprobarlo, pero íbamos a cenar y…

—Ya —me cortó él—. Será mejor que busquemos a Shirl.

Shirl no estaba por ninguna parte. Busqué en la sala de fotocopias y en Suministros, donde Desiderata estaba examinando sus puntas abiertas, que había extendido cortadas sobre el mostrador, delante de ella.

—¿Qué te ha pasado, Desiderata? —pregunté, mirando su pelo trasquilado.

—No he podido quitarme la cinta adhesiva —dijo tristemente, mostrándome uno de los mechones, todavía envuelto—. Ha sido peor que la goma arábiga.

Di un respingo.

—¿Has visto a Shirl?

—Probablemente estará fumando por alguna parte —comentó con desaprobación—. ¿Sabe usted lo malo que es el humo de segunda mano?

—Casi tanto como la cinta adhesiva —dije, y bajé al laboratorio de Alicia por si Shirl estaba trabajando en sus estadísticas.

No estaba allí, pero Alicia sí, vestida con una blusa de seda rosa pomo y pantalones palazzo.

—Ninguno de los ganadores de la beca Niebnitz fumaba —dijo, cuando le pregunté si había visto a Shirl.

Pensé en explicarle que, dado el porcentaje de no fumadores en la población general y el exiguo número de receptores de la beca Niebnitz, la probabilidad de que fueran no fumadores (o cualquier otra cosa) era estadísticamente insignificante, pero todavía había que identificar a la oveja mansa.

—¿Sabes dónde puede estar Shirl?

—La envié a Dirección con un informe.

Pero tampoco estaba allí. Regresé al laboratorio. Bennett no la había encontrado.

—Estamos solos —dijo.

—Muy bien. Es una mansa, así que es una líder. Pongamos un poco de heno a ver qué pasa.

Lo hicimos.

No pasó nada. Las ovejas cercanas a Ben se escabulleron cuando introdujo el heno y luego se pusieron a pastar. Una de ellas se acercó al abrevadero y acabó con la cabeza enganchada entre la pared y éste, y se quedó allí balando.

—Tal vez nos trajo la oveja equivocada —dijo Ben.

—¿Tienes las cintas de vídeo de anoche?

—Sí —contestó él, animado—. Estará grabado el momento en que tu amigo la trajo.

Lo estaba. Billy Ray la sacó del camión, y la mansa lo siguió tranquilamente rampa abajo hasta el centro del rebaño; simplemente, era cuestión de seguir su progreso fotograma a fotograma hasta el momento presente.

O lo habría sido si Flip no se hubiera plantado delante de la cámara. Bloqueó completamente la visión del rebaño durante al menos diez minutos, y cuando finalmente se apartó la colocación de las ovejas era completamente distinta.

—Quería saber si Billy Ray pensaba que tenía sentido del humor —dije yo.

—Por supuesto. ¿Y ahora qué?

—Vuelve atrás. Y congela la imagen justo antes de que la mansa salga del camión. Tal vez tenga alguna característica distintiva.

Rebobinó, y contemplamos la imagen. La mansa era exactamente igual que las demás. Si tenía alguna característica distintiva, sólo la apreciaban las ovejas.