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Empecé a dibujar las líneas que se conectaban, de las reuniones de Dirección a los impresos de fondos, a Shirl, la nueva ayudante, que me había traído copias extra de las páginas que faltaban y que yo había llevado a Ben, a Alicia, la cual quería colaborar con Bennett para ganar la beca Niebnitz. Y otra vez de vuelta a Dirección y GRIS. Y a Flip.

—Se ha marchado de la reunión temprano —me reprochó Flip, abriendo la puerta. Todavía llevaba el sombrero encasquetado, pero se había quitado la camiseta DSAS; ahora lucía un vestido transparente sobre unas mallas que parecían hechas de cinta adhesiva azul Cerenkhov.

—No recogió el impreso mejorado para la obtención de suministros —dijo, y me tendió una carpeta—. Y yo quería hacerle una pregunta.

—Estoy ocupada, Flip.

—Sólo será un minuto. Sé que todavía está enfadada porque contesté al anuncio de contactos, pero es la única a la que puedo preguntárselo. Desiderata y Shirl están cabreadas conmigo.

«Me pregunto por qué», pensé.

—De verdad que estoy muy ocupada, Flip.

—Sólo será un minuto. —Acercó un taburete al ordenador y se encaramó en él—. ¿Hasta dónde debe llegar una persona cuando está realmente desequilibrada por alguien?

Justo lo que necesitaba, discutir sobre la vida sexual de una persona que lleva una anilla en la nariz y ropa interior de cinta adhesiva.

—Quiero decir, si pensara que nunca iba a volver a ver a ese alguien. ¿Piensa que es estúpido hacer algo realmente suarb?

Había hablado con Ben para unir nuestros proyectos. Había pedido prestado un rebaño de ovejas. Estúpida, estúpida, estúpida.

—Es sobre mi pelo —dijo, y se quitó el sombrero—. Me lo rapé.

Desde luego, lo había hecho. Tenía el pelo a menos de un centímetro de su casco azul. Por un segundo pensé que había tenido el mismo problema con la cinta adhesiva que Desiderata, pero también había eliminado su mechón colgante.

Parecía un pollito desplumado muerto de frío.

Sentí una súbita punzada de piedad por ella, enamorada de un dentista, nada menos, que no sabía que existía, y que probablemente ya estaba prometido.

—Así que me pregunté si estaba bien así o si debería añadir otra marca —señaló su sien derecha, justo debajo de la zona rapada.

—¿De qué? —dije débilmente.

Ella suspiró.

—De una tira de cinta adhesiva, por supuesto.

Por supuesto.

—Creo que depende de cómo vayas a dejarte crecer el pelo —dije, esperando que fuera a hacerlo.

Al parecer así era, porque volvió a ponerse el sombrero y dijo:

—¿Así que entonces no cree que será una estupidez?

—Flip, ¿quieres hacerme un favor? ¿Quieres bajar a Biología y decirle al doctor O'Reilly que voy a marcharme temprano, y que hablaré con él mañana?

—Biología está justo al otro lado del edificio —dijo ella, enfadada—. De todas formas, dudo que esté allí. Cuando dejé la reunión, estaba hablando con la doctora Turnbull. Como siempre. Apuesto que desea haberla tenido por compañera en todo eso de los abrazos.

—Estoy realmente ocupada, Flip —dije, y empecé a teclear para demostrarlo. Flip. Todo era culpa de Flip Había perdido los impresos de Bennett y robado mis anuncios de contactos, y por eso yo estaba en la sala de fotocopias cuando entró él.

—¿Sabía que la doctora Patton se ha prometido? —dijo Flip buscando conversación—. ¿Con ese tipo que no quería casarse?

—Sí.

—Apuesto que el doctor O'Reilly y la doctora Turnbull se casarán muy pronto.

Seguí tecleando obstinadamente, y al cabo de un ratito Flip se aburrió y se marchó; pero no paré. No bromeanba al decir que todo aquel lío era culpa de Flip. No sólo había perdido los impresos y robado los anuncios. Lo había empezado todo. Si no me hubiera entregado a mí en primer lugar el paquete de la doctora Turnbull, nunca habría conocido a Ben. Nunca habría bajado a Biología, y en aquella primera reunión él estaba al otro lado de la sala.

Seguí añadiendo líneas, siguiendo los hechos interconectados. Ella había echado a perder seis semanas de investigación y me había robado la grapadora. Y había perdido las páginas del impreso de fondos. Yo había tenido que llevarle a Ben las páginas que faltaban. Las huellas de sus Mary Janes y sus zuecos sin talón estaban por todas partes, denunciando sus tropelías.

Era como una especie de Yago. O algún ángel de la guarda maligno. «Siempre allí, a tu lado, adondequiera que vayas», era lo que ponía en Ángeles, ángeles por todas partes. Y era verdad. Estaba en todas partes, como una horrible anti-Pippa, deambulando ante ventanas insospechadas y sembrando la destrucción dondequiera que estuviese.

Añadí más líneas. Flip alzando la mano y consiguiendo una ayudante, Flip promoviendo la campaña antitabaco que me había hecho sugerirle el corral a Shirl, quien nos había hablado de la oveja mansa. Flip deprimiéndome aquel día en Boiklder. De no haber sido por su charla sobre sentirse inquieta, nunca habría salido con Billy Ray, nunca habría sabido que las Targhees eran ovejas, y nunca se me habría ocurrido la idea de pedirlas prestadas.

«Y Ben estaría en algún lugar de Francia, estudiando la teoría del caos», pensé, enfadada. Sabía que nada de aquello era culpa de Flip. Yo era quien había ideado excusas para ver a Ben, para hablar con él, desde el primer día en que lo seguí en el porche.

Flip no era la causa. Podía haber precipitado las cosas, pero e! resultado era culpa mía. Había seguido la tendencia más antigua de todas. Justo al borde del precipicio.

Flip volvió, y se puso a mirar interesada por encima de mi hombro.

—Sigo ocupada, Flip.

Ella agitó su mechón inexistente.

—El doctor O'Reilly se ha marchado. Apuesto a que tiene una cita con la doctora Turnbull.

Un ángel de la guardia espectral, ineludible.

—¿No tienes que ir a ningún sitio?

—Eso es lo que venía a decirle. Adiós.

Y se marchó. Contemplé la pantalla, preguntándome cómo incluir en mi gráfica ese breve encuentro, pero ya había vuelto.

—¿Hay sombreros en Texas? —preguntó.

—De diez kilos.

Se marchó otra vez, esta vez al parecer definitivamente. Añadí unas cuantas líneas más a mi gráfico, y luego me quedé allí sentada, contemplando las curvas entrecruzadas, las regresiones tan claramente trazadas.

—Las siete —dijo Gina, asomando la cabeza por la puerta. Llevaba puesto el abrigo—. Puedes salir ya de tu castigo. Sonreí.

—Gracias, mamá —dije, pero no me marché. Esperé hasta asegurarme de que todo el mundo se había ido y luego bajé y me colgué de la cerca, observando las ovejas que se movían y pastaban y volvían a moverse, balando de vez en cuando, perdiéndose ocasionalmente, impulsadas por una mansa que no reconocían, por un instinto que no sabían que tenían.

KEWPIES (1909–1915)

Muñeca de moda inspirada en los poemas ilustrados del Ladies' Home Journal. Las muñecas kewpie tenían aspecto de querubín de mejillas sonrosadas, con una barriguita redonda y un rizo rubio en la cabeza. Eran muy apreciadas tanto por niñas pequeñas como por mujeres adultas. Las kewpies aparecieron en forma de muñecas de papel, saleros, tarjetas, motivos para decorar pasteles de boda y premio de feria.

Durante los dos días siguientes me mantuve apartada del laboratorio y de Ben arreglando mi propio laboratorio e introduciendo kilómetros de datos sobre el mah-jong y el vuelo de Lindberg sobre el Atlántico.