Ella se echó el pelo atrás, irritada, revelando una i.
«Ríndase —pensé—. No hay esperanza.»
—La registradora dice que son uno veintidós —dijo.
—Lo sé —contestó él—. Por eso le di los tres centavos. Veintidós más tres hacen un cuarto.
—¿Un cuarto de qué?
Coloqué la Barbie Novia Romántica en el final del mostrador. Leí los titulares de los periódicos sensacionalistas y miré los caprichitos de última hora colocados junto a la caja. Cinta adhesiva de varias anchuras, y paquetitos de zapatos de tacón alto para Barbie en diversos colores.
—Muy bien —dijo el hombre—. Devuélvame los tres centavos y déme veintidós.
Cogí un paquete de zapatos. «¡Nuevo! Azul Cerenkhov», decía. Lo dejé junto a la cinta adhesiva y al hacerlo sentí una extraña sensación, como si estuviera a punto de lograr algo importante, como la última cara de un cubo de Rubik que encaja en su sitio.
—Esto no tiene precio —dijo la empleada. Sostenía la Barbie Novia Romántica—. No puedo vender nada que no tenga precio.
—Son treinta y ocho noventa y nueve —dije—. El encargado dijo que lo marcara como Artículos Varios.
—Oh —dijo ella, y lo marcó.
«Ésta es una moda que puede acabar por gustarme —pensé, sonriendo al ver su i—. Quien avisa no es traidor.»
—Eso hace cuarenta y uno treinta y tres —dijo ella.
Me quedé allí de pie, la cartera en la mano, mirando las cajas de lápices de colores, tratando de recuperar la sensación que había experimentado. Algo sobre el azul Cerenkhov, y la cinta adhesiva o…
Fuera lo que fuese, lo había perdido. Esperé que no fuera la cura para el cólera.
—Cuarenta y uno treinta y tres —dijo la empleada.
Conté con cuidado el cambio exacto y me marché con la Barbie Novia Romántica. Al salir, pisé algo y miré al suelo. Era un centavo. Más allá había otros dos. Parecía que alguien los había arrojado con cierta fuerza.
PROHIBICIÓN (1895–16 de enero de 1920)
Aversión por el alcohol promovida por la Unión de Mujeres Cristianas por la Templanza, los destrozos en los bares y los tristes efectos del alcoholismo. Se instaba a los niños en edad escolar a «firmar el juramento» y a las mujeres a prometer no besar labios que hubieran tocado el licor. El movimiento ganó ímpetu y apoyo político durante los primeros años del siglo XX; cuando los candidatos electorales brindaban con vasos de agua y varios estados se declararon contrarios a la bebida. El proceso culminó con el acta Volstead. La moda pasó en cuanto la Prohibición entró en vigor. Fue sustituida por los contrabandistas, las licorerías clandestinas, las petacas, el crimen organizado y la Revocación.
Gina no podía creer que hubiera encontrado la Barbie Novia Romántica.
Me abrazó dos veces.
—Eres maravillosa. ¡Una hacedora de milagros!
—No tanto —dije, tratando de sonreír—. Parece que no tengo ninguna suerte tratando de encontrar el origen del pelo corto.
—Hablando de Roma —dijo ella, todavía admirando la Barbie Novia Romántica—. El doctor O'Reilly estuvo aquí antes, buscándote. Parecía preocupado.
«¿Qué habrá perdido Flip ahora? —me pregunté—. ¿La oveja mansa?» Me encaminé hacia Biología. A medio camino, me topé con Ben. Me agarró por el brazo.
—Se supone que teníamos que estar en el despacho de Dirección hace diez minutos.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa? —dije, tratando de seguir su paso—. ¿Tenemos problemas?
Bueno, claro que teníamos problemas. Nadie entraba en el despacho de Dirección, dejando aparte los de Impulso de Personal, a no ser que estuviera a punto de ser trasladado a Suministros. O cuando te cortaban los fondos.
—Espero que no sean los activistas en favor de los derechos de los animales —dijo Ben, deteniéndose ante la puerta de Dirección—. ¿Crees que tendría que haberme puesto una chaqueta?
—No —contesté, recordando cómo eran las suyas—. Tal vez sea por algo sin importancia. Tal vez no somos lo bastante informales vistiendo.
La secretaria de la antesala nos dijo que entráramos.
—No es por algo sin importancia —susurró Ben, y alargó la mano hacia el pomo de la puerta.
—Tal vez no sea nada malo —dije—. A lo mejor Dirección quiere felicitarnos por nuestra cooperación interdisciplinaria.
Abrió la puerta. Dirección se encontraba de pie tras su mesa, cruzado de brazos.
—No lo creo —murmuró Ben, y entramos.
Dirección nos dijo que nos sentáramos, otra mal señal. Una de las Ocho Máximas de Eficacia de DSAJ era: «Celebrar reuniones de pie favorece la concisión.»
Nos sentamos.
Dirección permaneció de pie.
—Un asunto extremadamente serio referente a ustedes y su proyecto me ha llamado la atención.
«Son los defensores de los derechos de los animales», pensé, y me preparé para lo que iba a decir a continuación.
—La ayudante de la facilitadora de mensajes en el trabajo fue vista fumando en la zona del corral. Dice que tenía permiso para hacerlo. ¿Es cierto?
Fumar. Todo aquello era por el hábito de fumar de Shirl.
—¿Quién dio ese permiso? —preguntó Dirección.
—Yo —dijimos los dos.
—Fue idea mía —añadí yo—. Le pregunté al doctor O'Reilly si no le importaba.
—¿Es usted consciente de que el edificio HiTek es una zona libre de humo?
—Era al aire libre —dije, y entonces recordé Berkeley—. No me parecía bien que tuviera que soportar una nevada para fumar.
—A mí tampoco —dijo Ben—. No fumaba dentro. Sólo en el corral.
Dirección parecía aún más sombrío.
—¿Son conscientes de las directrices de HiTek para la investigación con animales vivos?
—Sí—contestó Ben, asombrado—. Las seguimos…
—Los animales vivos deben tener un entorno sano —dijo Dirección—. ¿Están al corriente de los peligros de los carcinógenos atmosféricos, del informe del Ministerio de Salud sobre los peligros del humo para el fumador pasivo? Puede causar cáncer de pulmón, enfisema, tensión alta y ataques cardíacos.
Ben parecía aún más confundido.
—No fumaba cerca de nosotros, y era al aire libre. Yo…
—Se requiere que los animales vivos tengan un entorno sano —dijo Dirección—. ¿Llamarían al humo del tabaco un entorno sano?
«Nunca subestimes el poder de una moda contraria a algo», pensé. La última de este país condujo a un montón de acusaciones por comunismo, reputaciones arruinadas, carreras destruidas.
—«¡… y de las casas salieron las ratas en tropel!» —murmuré.
—¿Qué? —dijo Dirección, mirándome fijamente.
—Nada.
—¿Sabe usted cuáles son los efectos del humo sobre las ovejas? —dijo Dirección.
«No —pensé—, ni tú tampoco. Sólo estás siguiendo al rebaño.»
—Su patente despreocupación por la salud de las ovejas impide que este proyecto sea tenido en cuenta como serio aspirante a la concesión de becas.
—Ella sólo fuma un cigarrillo al día —dijo Ben—. El corral de las ovejas mide treinta metros por veinticinco. La densidad del humo de un solo cigarrillo sería de menos de una parte por mil millones.
«Déjalo, Ben», pensé. Las tendencias de aversión no tienen nada que ver con la lógica científica, y no sólo hemos expuesto las ovejas al humo de segunda mano: HiTek piensa que hemos puesto en peligro sus posibilidades de obtener lo que desea su corazón: la beca Niebnitz.