Miré a Dirección. «HiTek va a despedir por fin a alguien, —pensé—, y seremos nosotros.» Me equivocaba.
—Doctora Foster, usted consiguió las ovejas, ¿verdad? —Sí —contesté, resistiendo la tentación de añadir «señor»—. De un ranchero de Wyoming.
—¿Y es él consciente de que intentó exponer sus ovejas a dañinos carcinógenos?
—No, pero no pondrá pegas —dije, y entonces recordé el pudín de pan. Nunca le había preguntado su punto de vista sobre el tabaco, pero sabía cuál era: lo que todo el mundo pensara.
—Según recuerdo, este proyecto también fue idea suya, doctora Foster. Fue idea suya usar ovejas, a pesar de las objeciones de Dirección.
—Sólo intentaba ayudarme a salvar mi proyecto —dijo Ben, pero Dirección no le escuchaba.
—Doctor O'Reilly, esta desafortunada situación no es, evidentemente, culpa suya. Habrá que cancelar el proyecto, me temo; pero la doctora Turnbull necesita un colega para el proyecto en el que está trabajando, y se refirió en concreto a usted.
—¿Qué proyecto? —preguntó Ben.
—Eso no está decidido todavía —contestó Dirección—. La doctora estudia varias posibilidades. Sea cual fuere, estoy seguro de que será un excelente proyecto en el que participar. Consideramos que tiene un setenta y ocho por ciento de probabilidades de ganar la beca Niebnitz. —Se volvió hacia mí—. Doctora Foster, encárguese de devolver las ovejas a su dueño inmediatamente.
Entonces entró la secretaria.
—Lamento interrumpir, señor…
—Habrá una reprimenda en su expediente, doctora Foster —dijo Dirección, ignorándola—, y reevaluaremos en profundidad su proyecto en el próximo período de adjudicación de fondos. Mientras tanto…
—Señor, tiene usted que salir —dijo la secretaría.
—Estoy en mitad de una reunión —cortó Dirección—. Quiero un informe completo detallando sus avances en la investigación de tendencias —me dijo.
—Espere un momento —dijo Ben—. La doctora Foster sólo estaba…
—Discúlpeme, señor…
—¿Qué pasa, señorita Shepard? —dijo Dirección.
—Las ovejas…
—¿Ha llamado el propietario para quejarse? —dijo él, dirigiéndome una mirada venenosa.
—No, señor. Son las ovejas. Están en el pasillo.
5
CURSO PRINCIPAL
BAILE OBSESIVO (1374)
Moda religiosa del norte de Europa. La gente bailaba sin control durante horas. Formaban círculos en las calles y saltaban, chillaban y rodaban por el suelo, gritando a menudo que estaban poseídos por los demonios y suplicando a dichos demonios que dejaran de atormentarlos. Causada por histeria nerviosa y/o calzar zapatos puntiagudos.
Quien primero propuso la idea de que el caos y los logros científicos significativos están conectados fue Henri Poincaré, que había sido incapaz de poner el pie en el escalón del autobús y lo vio todo claro. Su descubrimiento, dijo en la Société de Psychologie, fue una inesperada reflexión surgida de la frustración, la confusión y el caos mental.
Otros teóricos del caos han explicado la experiencia de Poincaré como el resultado de la conjunción de dos marcos de referencia distintos. Las circunstancias caóticas (la frustración de Poincaré con el problema, su insomnio, las distracciones de hacer las maletas para el viaje, el cambio de escenario) crearon una situación alejada del equilibrio donde ideas desconectadas entraron en nuevas y sorprendentes conjunciones y acontecimientos insignificantes tuvieron enormes consecuencias.
Hasta que el caos cristalizó en un orden superior de equilibrio por el simple hecho de subirse a un autobús. O toparse con un rebaño de ovejas.
No estaban en el pasillo. Estaban en la antesala y camino del santuario interior de Dirección y su alfombra blanca. La secretaria se aplastó contra la pared para dejarlas pasar, apretando el bloc de notas contra el pecho.
—¡Esperad! —dijo Dirección, alzando las manos como si hiciera un ejercicio de sensibilidad—. ¡No podéis entrar aquí!
Ben se lanzó de cabeza contra la primera oveja, que puede que no fuera la mansa, porque aunque la paró en la puerta y la retuvo allí, empujándola con los hombros como en un saque de fútbol, las otras ovejas simplemente la esquivaron y entraron en el despacho. Tal vez yo las había juzgado mal y en efecto tenían cerebro. Se habían dirigido de cabeza a la parte del edificio donde podían causar más daños.
Lo hicieron. Parecía mentira que pudieran llevar tanta suciedad en sus pequeñas pezuñas, y además dejaron a su paso una mancha alargada de lana sucia en las paredes blancas y en el vestido de la secretaria de Dirección.
Ben seguía luchando con la oveja, que estaba ansiosa por unirse al rebaño, que ahora se dirigía recto a la pulida mesa de teca de Dirección.
—¡Han puesto en peligro el bienestar de unos animales vivos! —dijo Dirección, subiéndose a la mesa—. Además, la supervisión del proyecto es inadecuada.
Las ovejas daban vueltas a la mesa como los indios de las películas alrededor de una caravana.
—¡No han establecido las medidas de seguridad apropiadas! —dijo Dirección.
—Facilitamos el potencial —murmuré, tratando de hacer que se movieran en otra dirección, en cualquier dirección.
—¡Estos animales no deberían estar aquí! —gritó Dirección desde lo alto de la mesa.
Al parecer a las ovejas se les había ocurrido la misma idea. Entonaron un apesadumbrado balido, todas a la vez, abriendo la boca con un continuo y ensordecedor bee.
Miré con atención a las ovejas, tratando de localizar dónde se había originado el balido, pero parecía haber surgido de todas partes al mismo tiempo. Como el pelo corto.
—¿Has oído dónde ha empezado el balido? —le grité a Ben.
El soltó la oveja y todas se movieron de repente, deambulando al azar por el despacho y dirigiéndose a la puerta.
—¿Adonde van? —dijo Ben.
Dirección se había bajado de la mesa y gritaba de nuevo advertencias, un poquito más agitado que antes.
—¡HiTek no tolerará sabotajes por parte de los empleados! Si alguno de ustedes o esa fumadora soltó esas ovejas a propósito…
—No lo hicimos —dijo Ben, tratando de llegar a la puerta—. Deben de haber salido solas.
Y tuve una súbita visión de Flip apoyada contra la puerta del corral, jugando con el pestillo, arriba y abajo, arriba y abajo.
Ben llegó a la puerta justo cuando las dos últimas ovejas la atravesaban, balando frenéticamente ante la perspectiva de quedarse rezagadas.
Pero una vez en el pasillo empezaron a dar vueltas sin rumbo. Parecían perdidas, pero inamovibles.
—Tenemos que encontrar a la mansa —dije. Empecé a abrirme paso entre ellas, buscando el lazo rosa.
Hubo un grito al fondo del pasillo, seguido de un:
—¡Maldita seas, bicho sin cerebro!
Era Shirl, con los brazos llenos de papeles.
—¡Apártate de mi camino, estúpido animal! —gritó—. ¿Cómo has…? —Se detuvo en seco al ver el rebaño entero—. ¿Quién las ha dejado salir?
—Flip —contesté, palpando el cuello de una oveja en busca del lazo.
—No puede ser —dijo Shirl, avanzando hacia mí por entre las ovejas—. No está aquí.
—¿Cómo que no está aquí? —dije. Dos ovejas me pasaron una por cada lado y estuvieron a punto de tirarme al suelo.
—Dimitió —contestó Shirl, manteniendo a raya a la de la izquierda con sus papeles—. Hace tres días.