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—¿Puede unirse alguien a ese FLIP? —preguntó la camarera—. Ya estoy en un grupo de recuperación del café con leche, pero no hay tipos guapos en él.

—Necesito la cuenta —dije, pescando un billete de veinte de mi bolso y tendiéndoselo para poder regresar a HiTek y meter todo aquello en el ordenador.

—Él ya ha pagado —contestó, tratando de devolvérmelo.

—Quédeselo —dije, y le sonreí cuando recordé otra cosa—. Somos ricos. ¡Hemos ganado la beca Niebnitz!

Corrí de regreso a HiTek y subí al laboratorio de Estadística, y recuperé mi modelo del pelo corto.

Supongamos que las modas fueran una forma de punto crítico auto-organizado que surge del sistema caótico de la cultura popular. Y supongamos que, como otros sistemas caóticos, estuvieran bajo la influencia de una mansa. La independencia de las mujeres, Irene Castle, los deportes al aire libre, la rebelión contra la guerra, todo eso serían simplemente variables del sistema. Requerirían un catalizador, una mariposa que las pusiera en marcha.

Me concentré en el grupo de Marydale, Ohio. Supongamos que no se tratara de una anomalía estadística. Supongamos que hubiera una chica en Marydale, Ohio, una chica como cualquier otra, con faldas ondulantes y rodillas con carmín, indiferenciable del resto del rebaño, sólo que un poco más ansiosa, un poco más rápida, un poco más hambrienta. Un poco avanzada al rebaño. Una chica que estuviera enamorada de un dentista del otro lado de la ciudad y que hubiera entrado en la peluquería y, sin tener ni idea de que estaba iniciando una moda, de que estaba cristalizando el caos en el punto crítico, le hubiese dicho al peluquero que le cortara el pelo.

Recuperé el resto de los datos de los años veinte y pedí esbozos geográficos, y allí estaba de nuevo la anomalía para los calcetines bajos y los crucigramas, justo en Marydale. Y para el shimmy, aunque el baile se había originado en Nueva York. Pero no se había puesto de moda hasta que una chica de pelo corto de Marydale, Ohio, lo bailó. Una chica como Flip. Una mariposa. Una oveja mansa. La fuente del Nilo.

Cargué el programa cromático y seguí el curso de acontecimientos en HiTek, desde el momento en que Flip se equivocó al entregar el paquete de la doctora Turnbull hasta sus juegos con el pestillo de la cerca, pero esta vez también incluí Llevada por el destino y el pudín de pan, los ejercicios de sensibilidad de Dirección, la cinta adhesiva, los ejercicios de Elaine, el tabaco de Shirl, el novio de Sara, la Barbie Novia Romántica y los diversos niveles de dificultad del café con leche.

Todas las variables que se me ocurrieron y cada una de las acciones de Flip, irrelevantes o no, todas ellas volvían a alimentar el sistema, añadiendo turbulencias, y llevando no al desastre, como había pensado después del ejercicio de sensibilidad, sino a la beca Niebnitz, al amor y la compatibilidad geográfica y el origen del pelo corto. A un nuevo y superior estado de equilibrio.

Flip se había sentido inquieta y, como resultado, yo le había dicho a Billy Ray que saldría con él, y Billy Ray también había dicho que se sentía inquieto, y me habló de las ovejas, en las que pensé cuando Flip perdió el impreso de solicitud de fondos de Ben.

Flip. Sus pisadas, como los afilados tacones de la Barbie, como los ecos de la voz de Pippa, estaban por toda la escena del crimen. Le había dicho a Ben que yo era la prometida de Billy Ray, no había fotocopiado las páginas entre la 29 y la 41, le había enseñado a la oveja mansa a abrir la cerca, le había dicho a Dirección que Shirl fumaba, aumentando cada vez más el nivel de caos, mezclando y separando las variables.

La pantalla se llenó de líneas. Las conecté y añadí las ecuaciones de iteración, y las líneas se convirtieron en una maraña, y ésta en un nudo. La grapadora perdida, El flautista de Hamelín de Browning, el teléfono móvil de Billy Ray, el color rosa pomo. Flip había repartido una petición para prohibir fumar y Shirl había acabado en el aparcamiento en medio de una nevada y yo la llevé al laboratorio de Ben y ella nos vio a Ben y a mí pelear con la oveja y dijo: «Necesitan una mansa».

La pantalla se oscureció, capa tras capa de acontecimientos alimentándose unos a otros, y entonces brotó de repente un nuevo diseño. Una hermosa y elaborada estructura, vivida rojo radical y azul cerúleo.

Punto crítico auto-organizado. Logro científico.

Me quedé mirándola durante un rato, maravillándome de su sencillez y pensando en Flip. Estaba equivocada. La i de su frente no significaba «incompetencia» ni «ineptitud». Ni siquiera «influencia». Significaba inspiración. Era como Pippa después de todo, sólo que en vez de cantar agitaba las variables, aumentando el nivel de caos con cada petición y cada paquete mal entregado hasta que el sistema se volvía crítico.

También pensé en la penicilina y en Alexander Fleming, con su abarrotado y diminuto laboratorio, lleno de montones de placas de Petri cubiertas de moho. El instituto en el que trabajaba estaba en el centro del caos, a media manzana de la estación de Paddington, en una calle ruidosa. Añadamos las vacaciones y el calor de agosto y el nuevo ayudante de investigación al que tuvo que hacer sitio, y todos esos detalles-afluente como su padre y el equipo de tiro con rifle. Y el waterpolo. En la escuela estaba en el equipo que jugó un partido de waterpolo contra el hospital St. Mary's. Tres años después, cuando se preparaba para ir a la facultad de medicina, escogió St. Mary's porque recordaba el nombre.

Añadamos eso, y el hollín y la ventana abierta del laboratorio, y tenemos un verdadero lío. ¿O no?

David Wilson había definido el descubrimiento de la penicilina como «uno de los accidentes más afortunados que jamás ocurrieron en la naturaleza». ¿Pero fue así? ¿O fue un descubrimiento científico que esperaba para poder suceder, un sistema tan caótico que lo único que hacía falta para empujarlo por el borde de un punto crítico auto-organizado era una espora que entrara por una ventana abierta como la canción de Pippa?

Poincaré creía que el pensamiento creativo era un proceso de inducir el caos interno para conseguir un nivel superior de equilibrio. ¿Pero tenía que ser interno?

Lo grabé todo en un disco, me lo guardé en el bolsillo y bajé a Biología.

—Necesito saber una cosa —le dije a Ben—. Tu teoría del caos de la mansa. ¿La ideaste poco a poco o se te ocurrió de sopetón?

Él frunció el ceño.

—Las dos cosas. Estaba pensando en Verhoest y su factor X, y en que tal vez tuviera razón, y empecé a pensar qué forma podía tomar otro factor.

—¿Y fue entonces cuando la manzana te golpeó en la cabeza?

Él lo negó.

—Alicia entró para decirme que su investigación demostraba que el siguiente receptor de la beca Niebnitz sería un radioastrónomo, y entonces Dirección convocó otra reunión y nos dimos el abrazo del ejercicio de sensibilidad y durante un par de días sólo pude pensar en ti y en que estabas prometida a ese vaquero.

—Criador de avestruces —corregí—. Durante un par de semanas, por lo menos. Así que las ideas se estaban filtrando, ¿pero recuerdas qué fue lo que lo unió todo?

—Fuiste tú. Las ovejas estaban dando vueltas por el salón ante Dirección, y tu dijiste: «Flip hizo esto, lo sé», y Shirl dijo que no estaba allí, y tú añadiste: «No me importa. De algún modo está detrás de todo esto.» Y yo pensé, no, no lo está. La oveja mansa sí. Y recordé a Flip apoyada en la verja del corral, jugueteando con el pestillo arriba y abajo, y pensé que la mansa debía de haber aprendido a abrirla gracias a ella, y conducido el resto del rebaño a aquel caos.

»Y se me ocurrió, así sin más. Las mansas causan caos. Son el factor invisible.