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Estoy muy interesado en la historia familiar de Samuel Otis Steiner que mencionó usted en el foro de genealogía. Mi abuela se llamaba Ruth Margaret Steiner, nació en Dallas y murió en Tulsa; era hija de una familia inmigrante de Pensilvania. Puedo aportar el historial que solicitaba sobre la familia Talbott originaria de Carolina del Norte, que se mudó a Tennessee y apareció nuevamente en Florida. Por favor, indique si tiene usted los historiales apropiados o acceso a ellos. Mi hija y yo vamos a visitar Galveston pronto y estamos interesados en conocer nuestra historia en 1849. Puede ponerse en contacto conmigo en el 972 555 34 78.

Saludos,

Paul Granger

Carrie volvió a la lista de discusión de genealogía. Al final de cada mensaje había un enlace al archivo en línea de la lista. Entró y realizó una búsqueda sobre Samuel Otis Steiner.

Sólo encontró una única nota sobre Steiner, de Donna Casher, de hacía aproximadamente dos días. Hizo una búsqueda con el nombre de Donna Casher; ésa había sido la única nota con la que Donna había contribuido al grupo de discusión. Simplemente había solicitado información a alguien que conociese a la familia de Samuel Otis Steiner.

– No se trata de buscar raíces, está claro -dijo Galadriel-. Es un contacto.

– Una manera en apariencia inocente de comunicarse sin levantar sospechas. -Carrie estudió el mensaje tan extrañamente redactado. No había ningún código obvio, pero los números podrían ser una clave-. Ese número, ¿qué es?

– Un segundo. -Galadriel la puso en espera y volvió veinte segundos más tarde-. Cariño, es un código telefónico del centro de Dallas. Lleva a un sistema de correo de voz. No identifica a quién pertenece. Tendré que ver si puedo encontrarlo en la base de datos de la empresa telefónica.

Carrie observó el mensaje de nuevo.

– Dieciocho, cuarenta y nueve. ¿No parece un poco extraño en este contexto poner una fecha límite? ¿Sólo quieres volver atrás hasta un punto, y no más allá? Los genealogistas no se detienen en una fecha en particular.

– Estoy jugando con los números, cielo. Sospecho que es un código.

– ¿Uno que hemos usado nosotros?

– No te lo puedo decir, bonita, pero lo comprobaré.

Carrie chasqueó la lengua.

– Dieciocho, cuarenta y nueve podría ser la clave del resto del mensaje. Coger la primera letra, la octava, la cuarta y la novena, y luego repetir. O el mismo patrón, pero con palabras.

– Un enfoque demasiado obvio, querida-indicó Galdriel-. Estoy mirando el registro del servidor de la cuenta de correo electrónico de Donna Casher. No hay más mensajes de Paul Granger ni de nadie más.

– Así que esta cuenta de correo de voz en Dallas es todo lo que tenemos.

– Dieciocho, cuarenta y nueve -explicó Galadriel- podría ser una palabra en código. Un aviso, una instrucción y el resto del mensaje, menos el número de teléfono, es camuflaje. Como si 1849 significase «corre como alma que lleva el diablo» o «nos han atrapado» o «pasa al plan B».

– O «llama a tu hijo, tráelo a casa y luego corred como alma que lleva el diablo» -dijo Carrie-. ¿Te suena el nombre de Granger?

– No, lo he comprobado. No está en nuestra base de datos. Buscaré en los registros nacionales del permiso de conducir, pero lo más probable es que sea un alias. Y he comprobado los registros de mensajes y no hay mensajes de Granger a Evan ni a Mitchell Casher.

Carrie dijo:

– Por favor, rastrea ese mensaje.

– Ya lo he hecho. Se envió desde una biblioteca pública en Dallas.

– ¿Qué es lo siguiente?

– Tenemos una convergencia de datos en Dallas. Veré si puedo conectar alguno de nuestros enemigos conocidos con la zona. -Galadriel hizo una pausa-. ¿Estás trabajando en esto con Dezz?

– Sí.

Galadriel hizo un ruido con la garganta.

– Buena suerte con eso, querida.

– Gracias, Galadriel.

Carrie colgó y llamó a la puerta de Dezz. Después de un momento contestó, mientras colgaba un teléfono móvil y se lo metía en el bolsillo.

Le habló de las pistas.

– ¿Qué se supone que debemos hacer si encontramos a este Granger y al gobierno de Estados Unidos al completo justo detrás de él?

– Correr -dijo Dezz-, rápido y lejos.

– Matarán a Evan. No se merece morir.

– Lo que Evan Casher se merece podría cambiar de un momento a otro. Si se hace público lo que le ocurrió nos jorobaría bien. Tendríamos que cerrar, al menos durante un año, y no podemos permitirnos eso.

– Debe de ser agradable tener tan poca moralidad, te cabría toda en el bolsillo.

Dezz sonrió.

– Y esto lo dice la puta. ¿Necesitas que te preste un poco de conciencia? Tengo para dar y tomar.

– Evan no tiene que morir si puede ayudarnos. A mí me escucharía. No sabe nada, no es una amenaza.

– Eso piensas tú.

– Eso pienso yo.

– Piensas demasiado -dijo Dezz-. Tus neuronas están funcionando todo el rato.

– Como a la mayoría de la gente.

– La mayoría de la gente no, incluida tú. Lo estropeaste al no encontrar esos archivos.

Carrie lo ignoró.

– Dime la verdad, cielo. ¿Conoce Evan a los Deeps?

– No -respondió ella-, no los conoce. Estoy segura de ello.

Podía ver que no le creía. Sirvió café. Jargo salió de su habitación, pálido.

– El hombre calvo -dijo Jargo-. Tenemos una identificación positiva de los elfos sacada de los historiales de teléfono del correo de voz y del documento de identidad. Se llama Joaquín Gabriel. Un ex agente de la CIA. Los elfos están investigando la vida de Gabriel para ver dónde encaja en ella Evan Casher.

– ¿Por qué querría Gabriel a Evan? ¿Qué le hizo a la CIA? -preguntó Carrie.

Una ligera sensación de miedo le subió por la espalda.

– La CIA. Estamos jodidísimos -dijo Dezz.

– Lo pusieron de patitas en la calle hace cuatro años -explicó Jargo.

– Quizá lo pusieron de patitas dentro otra vez -comentó Dezz.

– Gabriel arreglaba los enredos y las pifias -dijo Jargo-. Lo que la gente llama un pescatraidores. Encuentra gente de dentro que puede acabar con la CIA.

– ¡Mierda! -exclamó Dezz.

– El señor Gabriel tiene una cuenta que saldar conmigo. -El teléfono de Jargo sonó otra vez. Escuchó, asintió y colgó-. El yerno de Gabriel tiene una casa de fin de semana cerca de Austin. En un pueblo llamado Bandera. Puede que Gabriel haya escapado hacia allí. Sólo está a una hora o así.

– Bien -dijo Dezz-. Me estoy aburriendo.

Formó con las manos la figura de una pistola e hizo como si le disparase a Carrie en medio de los ojos.

Capítulo 11

La bala impactó en la pared, unos quince centímetros por encima del cabecero. Gabriel se sacudió y se estremeció, abrió los ojos de par en par.

– Mi madre está muerta. Mi padre ha desaparecido. Última oportunidad -dijo Evan-. ¿Dónde estamos?

– Cerca de Bandera.

A Evan le sonaba, era un pueblo pintoresco de la zona de Texas Hill.

– Es la casa de vacaciones de mi yerno. Mi hija se casó bien.

Gabriel miraba la pistola, no a Evan.

– ¿Eres de la CIA o un agente de seguridad privado?

– Privado -dijo después de un momento-, pero estuve en la CIA, y tu madre… me conocía a mí y también conocía mi trabajo. Por eso me llamó. Solía encargarme de seguridad interna. Solía. La agencia me echó porque era un grano en el culo.

– No me digas. Dime cómo contactar con mi padre.

– No sé cómo hacerlo.

Gabriel se aferraba implacablemente a ese aspecto de la historia. Evan decidió hacer la pregunta de otra manera.

– ¿Mi padre sabe cómo ponerse en contacto contigo?

– No. Esto fue un acuerdo con tu madre. No tuve contacto con él.

– Estás mintiendo.

– No. Tu madre pensaba que no era necesario que yo lo supiese. -Gabriel esbozó una sonrisa amplia y torcida, un poco de loco-. Tu madre le robó los archivos a Jargo. Éste tiene acceso a tu padre porque tu padre también trabaja para Jargo. Tu padre ha desaparecido. Haz las cuentas.