Dio un paso adelante, indeciso. Carrie lo rodeó para ir delante, abriendo paso a través de los árboles. Dezz caminaba como si estuviese en un campo de minas, dando un paso después de otro con mucho cuidado.
– Dezz, no pasa nada. -Carrie deseaba que una serpiente de cascabel saliese de debajo de una roca y le fustigase la cabeza, que le clavase los colmillos en la cara, en la pierna o en el trasero-. Creo que lo que oíste era el viento entre las ramas.
Dezz no se movía.
– Dezz odia las serpientes, los reptiles, cualquier cosa que arrastre la tripa por el suelo -explicó Jargo-. Debería regalarle una cobra como mascota. Ayudarle a superar su debilidad.
Dezz hizo un ruido gutural.
– Ahora ya sabes cómo castigarle cuando no te escuche -le comentó Carrie a Jargo-. Ponle una serpiente de cabeza de cobre en la cama.
Oyeron un ruido de metal, y luego otro. Un tiro, un grito y el rugido de un motor alejándose de ellos.
Jargo agarró a Dezz por el brazo y los tres corrieron cuesta abajo. Luego subieron otra pequeña colina, pasaron corriendo un establo y un estanque de piedra caliza; oyeron acelerar otro motor, el estallido de un disparo lejano y vieron a un hombre calvo conduciendo una motocicleta por el camino de entrada.
– Gabriel -aseguró Jargo.
Dezz corría muy deprisa por el camino, Jargo lo seguía. Éste gritó por encima del hombro:
– Carrie, protege la casa.
Ella no se detuvo y Jargo la apuntó con una pistola.
– Haz lo que te ordeno.
Evan no iba en la motocicleta, puede que estuviese dentro de la casa. «Ésta es mi oportunidad.» Asintió y volvió corriendo hacia la casa.
Al ver a Gabriel hablando con un Suburban aparcado, Dezz se agachó entre los cedros. Jargo se arrodilló a su lado.
«Evan -pensó Dezz en silencio, haciéndole a Jargo una mueca-. Está en el coche.» Jargo asintió. Los dejaron hablar unos minutos.
Dezz no podía ver en qué parte del Suburban estaba ese gilipollas. Pero luego escuchó, desde debajo del coche, un grito claro «Voy a salir…» y vio a Gabriel apuntar hacia la parte de abajo del Suburban.
Dezz se puso de pie, apuntó y disparó.
El hombre calvo se sacudió, la sangre le brotaba de la espalda, y cayó dando un sofocado grito de agonía.
– No mates a Evan -le susurró Jargo a Dezz-. Hiérelo si es necesario. Lo prefiero vivo para que responda a mis preguntas. -Agarró el brazo de Dezz-. ¿Está claro?
– Por supuesto.
Jargo frunció el ceño.
– No has tenido un día como para inspirar confianza.
– Concédeme el beneficio de la duda, papi.
Luego Dezz chilló:
– ¡Quietos! ¡FBI!
Bajó la colina. Jargo se quedó quieto, mirando hacia atrás, hacia la casa donde Carrie había desaparecido. Silencio. Esperaba que Gabriel trabajase solo. Los cazatraidores lo hacían a menudo, no confiaban en nadie. Jargo sabía que era una manera triste pero inteligente de vivir. Se volvió a meter entre los árboles para observar, por si acaso Evan salía disparando.
Gabriel reptó hacia su pistola, retorciendo la cara de dolor. Otra bala golpeó la piedra caliza que estaba junto a su cabeza y dejó de moverse.
– He dicho que quieto -oyó decir Evan.
No era una voz enfadada, sino tranquila. Una voz joven, casi divertida. No era una sugerencia. Era una orden en toda regla.
– ¡Mierda! -dijo Gabriel-. Él, él…
– ¿Evan? Ha llegado la caballería -dijo la voz.
– Tu casa… -jadeó Gabriel.
Una segunda bala lo alcanzó, esta vez en el hombro. Gabriel gritaba de dolor, se retorcía en el polvo con una mirada de asombro en los ojos. Evan podía ver las piernas de un hombre caminando hacia él.
«Tu casa.» Evan contuvo el terror que se apoderaba de su pecho, de su vientre.
La voz dijo:
– Ahora estese quieto, señor Gabriel, Si te sigues moviendo me pondrás muy nervioso. No me gusta ponerme nervioso. -Luego la voz se iluminó-. ¿Evan? ¿Estás debajo del coche o dentro de él?
Evan no contestó. Esa voz. Era la voz de la cocina de sus padres. La voz del asesino de su madre. La ira le invadió.
– Eh, Evan, han llegado los buenos. FBI. Ahora sal, por favor.
Evan era incapaz de creer a nadie que dijese que era del FBI y le disparara a un hombre herido.
– Todo está bien, Evan. Ahora estás a salvo. Si tienes una pistola lánzala, no queremos ningún accidente.
Gabriel gemía y sollozaba.
– Evan, no sé lo que este puñetero viejo loco te ha dicho, pero estás totalmente a salvo. Soy del FBI. Me Hamo Dezz Jargo. -Una pausa de énfasis-. Y conozco a tu padre. Está preocupadísimo por ti. Le siguió la pista hasta aquí al señor Gabriel. Necesito que salgas. Vamos a llevarte junto a tu padre.
Jargo. Evan imaginó que Jargo sería un hombre más mayor. Este tío parecía demasiado joven para llevar una red criminal.
– Enséñame tus credenciales -chilló Evan.
– Bueno, aquí tienes -dijo Dezz amablemente.
– Es un maldito embustero -chilló Gabriel.
Las piernas que caminaban le dieron de repente una patada en la cabeza a Gabriel. De la boca le salió sangre y tres o cuatro dientes de delante, y Gabriel se quedé quieto. Evan no sabía si aún respiraba.
– Evan, ahora sal, por favor -dijo Dezz-. Es por tu propia seguridad.
Evan disparó al pie de Dezz.
Carrie fue del garaje a la cocina. Todo estaba en silencio, salvo por la televisión, en la que estaba puesta la CNN.
– ¿Evan? -llamó-. Evan, cariño, soy yo, Carrie. Sal.
Silencio. De repente sintió un escalofrío y entró en todas las habitaciones con miedo a encontrarlo muerto.
Él la había llamado, tenía que estar libre.
A menos que fuese una trampa y Gabriel lo hubiese matado al acabar de hablar con ella. Intentó pensar. Gabriel era un ex agente de la CIA. Esos archivos -no estaba segura de lo que contenían que hacía sudar tanto a Jargo- le interesaban a Gabriel porque se había vuelto independiente, o se había convertido en un traidor, o bien había vuelto a trabajar para la agencia. Trucos e ilusiones, este mundo no era más que trucos e ilusiones; no había verdad en nada ni en nadie, excepto en Evan tumbado en la cama diciendo: «Te quiero».
Recorrió rápida y eficientemente las habitaciones del piso de abajo antes de subir corriendo a la planta de arriba. La última vez que lo había visto estaba en cama, dormido, en paz, y ahora había tenido que soportar todo aquel infierno. Su madre estaba muerta y Carrie había sido incapaz de parar aquello y de protegerlos a Donna y a él. Su madre murió estrangulada. A los suyos les habían disparado.
«Por favor, Evan, ojalá estés aquí, no ahí abajo con Dezz. O mejor que no estés aquí, que estés lejos, donde él no pueda encontrarte.»
Buscó desesperadamente en todas las habitaciones, esperando encontrarle primero.
Dezz aullaba y saltaba sobre el pie sano, pero no se apartó muy lejos. Al contrario, soltó una carcajada falsa.
– Una manera jodidamente divertida de darme las gracias por salvarte -gritó-. Gabriel te estaba apuntando cuando te decía que salieses. Te he salvado el culo.
Evan esperó. Pensó que Dezz correría a ponerse a salvo. Era lo más sensato. Dezz no lo hizo, pero tampoco se acercó más.
– Tu padre -dijo Dezz- se llama Mitchell Eugene Casher. Nació en Denver. Lleva casi veinte años trabajando como consultor informático.
– ¿Y?
– Que si simplemente fuese del FBI, sabría esto. Pero soy amigo suyo, Evan. Su helado favorito es el de nuez de pecan. Le gusta el filete medio hecho. Su programa de televisión favorito es Hawai Five-0 y a menudo aburre a la gente hablando de él. ¿Te suena familiar?
En efecto, le sonaba.
– ¿De qué lo conoces?
– Evan, ahora tengo que confiar en ti. Tu padre hace trabajos especiales para el gobierno. Yo me encargo de sus casos. Estoy aquí para protegerte. Tu familia está en el punto de mira de mucha gente, incluido el señor Gabriel, aquí presente, a quien echaron de la CIA.